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CIRO GARCÍA
Valladolid
Viernes, 8 de mayo 2020, 07:09
Con Cartarescu me pasa muchas veces: no llevo un tercio leído, y ya tengo la necesidad de hablar del libro. A Cartarescu hay que leerlo despacio, y, a menudo, releerlo antes de avanzar. No porque sea difícil, sino porque a veces, acabado el ... párrafo, tienes la necesidad de revisarlo, no hayas perdido un detalle, o por el mero gusto de volver a ver lo que acabas de ver. Aunque seguramente, lo que veas, solo sea parecido a lo que acabas de ver, no exactamente igual. Ver es el verbo más adecuado, en la mayoría de las ocasiones que no en todas, para describir la experiencia de leer a Cartarescu. Ver en muchos sentidos, pero sobre todo en ese sentido –creo haberlo leído alguna vez, pero puedo estar equivocado– que comparten los griegos antiguos y los japoneses cuando dicen «he visto un sueño». Que me parece más adecuada que el mero soñar, que también podría aplicarse a la lectura de Cartarescu con un grado incierto de exactitud. Leer a Cartarescu es un poco soñar –por eso hay gente a la que puede resultar tremendamente perturbador–, aunque no del todo. Dejémoslo, como he propuesto, en ver un sueño. Y aún así esto es reduccionista, simplificador.
Quizás la mejor definición de 'Cegador', tanto de 'El ala izquierda', el primer libro, como de este segundo, 'El cuerpo', que ahora me ocupa, así como de 'Solenoide', incluso de 'Nostalgia', y 'Lulú' –de hecho, es difícil escindir la obra del rumano, a menudo encuentro, borginamente, que hablar de uno de sus libros es hablar de todos los demás–, es un concepto que se repite en los textos, al menos en 'Cegador' y 'Solenoide': el continuo realidad-sueño-alucinación-recuerdo ('rsar', en adelante). Algo que en muchos sentidos se parece a lo que Duoglas Hofstadter llama un bucle extraño.
Prosa en bucle
Un bucle extraño se representa visualmente como una cinta de Moebius, cuya superficie continua es interior o exterior según el tramo, o esas escaleras que dibujó Escher, en las que subes al principio para acabar bajando al lugar de partida. O como el canon de Bach, que, subiendo, no deja de volver al mismo punto. En lógica, el bucle extraño, son las paradojas del estilo: «es verdad que esto que digo no es verdad» que tienen su culmen en los teoremas de incompletitud de Godel, que hablan de lo indecible.
Así, la cinta de Moebius del 'rsar' nos lleva de un pulgón visto por un niño a través de una lupa, a una tarde en que su antepasado, capitán de bomberos, participa en un desfile en una Bucarest de principios de siglo, burguesa como solo lo pueden ser las novelas burguesas de la época, a la visión, o la vivencia visionaria, de este capitán de bomberos, que a su vez nos conduce al nacimiento de un secta rusa en tiempos de Catalina la grande, de donde volvemos a la visión, y a lo que el niño ve en la lupa… Todo esto con fluidez maravillosa, y no necesariamente en ese orden, si no que a veces, a lo largo del libro uno y otro momento se solapan.
Si fuera tan simple… Porque el bucle incluye el libro. Se nos dice, una y otra vez, como se está escribiendo el libro que estamos leyendo, y aunque el tomo que tenemos en la mano dista mucho de parecerse a esa medusa rectangular que describe el narrador, no podemos evitar sentir, en destellos mínimos de algo que se parece a la lucidez, pero que podría ser su opuesto, que nosotros, que sujetamos ese libro, estamos de algún modo en él.
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