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En su bolso hay un estuche y un cuaderno de pasta dura. Anota tomándose su tiempo, extiende la página, comprueba la pluma y hace el apunte con elegante y regular trazo. Para Esther Gordo el acto de escribir es algo serio, implica un ritmo y ... una concentración a contrapié de la mera funcionalidad. Dibujar letras le relaja desde la adolescencia. Luego estudió ingeniería de diseño industrial. Lleva dos décadas trabajando con el ratón por las mañanas, indagando en el mundo del aluminio, dibujando en 3D en el ordenador, y entregada a la plumilla y al scriptorium por las tardes.
«Me gustó escribir desde siempre y soy muy curiosa. Empecé aprendiendo por mi cuenta letras clásicas y practicando. Creé una cuenta en blogspot para que mi madre, que cuando era pequeña me preguntaba por qué hacía tantas 'ues', pudiera ver lo que hacía y luego una cuenta en Instagram. Así vio la gente lo que hacía y me empezaron a llegar encargos», dice Esther, que acaba de impartir un taller de caligrafía en el Museo Nacional de Escultura. Un día la llamaron de 'Vanity Fair' pidiéndola que escribiera un titular en primera, la petición se repitió. Otro día la llamaron desde Inditex, querían que hiciera las invitaciones de la primera boda de Marta Ortega. Estuvo tres días escribiendo sin parar en La Coruña 250 invitaciones y tarjetas personalizadas con el lugar de cada invitado en el banquete. «Tuve que quedarme allí, por si había ausencias y cambios en la distribución. Como les gustó, me pidieron una carta para el cocktail y más copias. Tuve que aclarar que mi trabajo era manual, parecía una impresora».
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Ha hecho las invitaciones de boda de primos y compañeros de trabajo, aunque la celebridad la está retirando de esa tarea. Colabora con una equipo creativo alicantino especializado en la industria zapatera y textil. «Me piden logos que luego me encuentro en una camiseta, en una caja, en una bolsa». También recibe encargos privados. «La semana pasada, un tatuaje. Me dicen lo que quieren, les hago dos o tres propuestas hasta que les gusta y luego les aconsejo que busquen un buen tatuador que respete el diseño, los rasgos y las sombras».
Está especialmente orgullosa de que su letra esté en la Biblioteca Nacional y en la Real Academia Española. «La RAE hizo una edición conmemorativa del diccionario en papel y nos llamaron a dos calígrafas para numerar cada volumen, una los pares y otra los impares».
Aquella niña que estudió la letra visigótica, la carolingia y la gótica por su cuenta, que apenas tenía donde comprar materiales y que trabajó guiada por la intuición, acabó encontrándose con sus iguales. «En un mercado medieval en 2002 conocí a Esperanza Serrano (con taller en Urueña) y a más gente que hacía lo mismo. Eso me abrió el espectro a cursos, materiales y posibilidades. Entendí la historia de todo eso que había aprendido sola». Ahora alterna caligrafías históricas con artísticas, «el límite es la legibilidad, pero se pueden crear letras nuevas», dice la amanuense vallisoletana.
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