La poesía se escribe cuando ella quiere. Eso decía el gran José Hierro, para excusar sus silencios editoriales. Ella elige cuándo quiere que el poeta hable. Y decide cuándo ha de callar. Así es y así ha sido siempre, al menos entre aquellos para quienes ... la poesía es fe de vida. O cuestión de asuntos propios. Ése era el caso de Hierro. Y también lo es del novelista, cuentista e infatigable activista cultural Rafael Soler. Del poeta Rafael Soler, que habló y se reveló en 1980 con su primer libro de poemas, 'Los sitios interiores (sonata urgente)', cuando tenía la edad de Cristo, y después guardó un largo silencio de casi treinta años hasta que se decidió a publicar el segundo: 'Maneras de volver'.
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«Hay que ser lo que se es, o no ser nada», había escrito Soler en su opera prima. Sin embargo, no pocas cosas ni menos escrituras se sucedieron entre aquel primer volumen, señalado por el premio Juan Ramón Jiménez para jóvenes autores y publicado en la colección Adonais, y el que le siguió, editado por Vitrubio en 2009. Vivir es un asunto personal. Y el poeta, en cuanto vio que la poesía le se lo permitía, se decidió a regresar. Muy diferente. Muy semejante al poeta anterior. «Disueltamente entero», como dejó escrito. A partir de ese momento, la voz no ha detenido. Después de 'Maneras de volver' vinieron 'Las cartas que debía' (2011), 'Ácido almíbar' (2014) y 'No eres nadie hasta que te disparan' (2016). Ediciones y reediciones en España y en otros países, como Perú o Ecuador. O Estados Unidos, donde ha aparecido, este mismo año, 'Las razones del hombre delgado'. El gozo, como anunciaba ya en su primer poemario, de «escribir a pluma suelta». Rayo que no cesa.
En 'Vivir es un asunto personal', publicado por Olé Libros, se recogen los seis poemarios publicados por Rafael Soler hasta la fecha. Más una buena serie de poemas sueltos escritos desde el año 1978. Una poesía reunida que, entre baladas y silencios, da cuenta de la voz singular de este autor rebelde, en el que la lucidez de las visiones, la acidez de la denuncia y la extraña ternura en la que el propio lenguaje lo envuelve todo, forman un todo brillante y reconocible. Un bendito malditismo que encuentra en el fulgor de la palabra el único modo válido de iluminar las zonas oscuras de la vida. Su dulzura amarga y seductora. Casi un plano secuencia de cine negro con su noche, sus copas y sus claroscuros. Un plató literario donde el poema se ilumina, como una pequeña obra de arte en sí misma, hasta darnos la verdadera dimensión del amor, el asombro, la incertidumbre, el desasosiego unas veces y otras una inopinada plenitud, que se suceden en las visiones del poeta. Una vida entera que «te lleva a ser mortal», como dice, no sé si con beatitud o con malicia, en el último de los poemas de este libro de libros.
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