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El escritor israelí Amos Oz. AFP
La primera casa

La primera casa

Recorrido por los primigenios hogares de varios escritores, revistados en sus memorias

Esperanza Ortega

Valladolid

Viernes, 14 de febrero 2020, 07:37

Grande o pequeña, rica o pobre, la casa de la infancia posee un magnetismo especial. El niño la siente como prolongación del edén primordial del que ha sido arrancado al nacer y como sede del primer recuerdo constatable. Janet Frame comienza así sus memorias: « ... Salida del primer lugar de líquida oscuridad, y ya en el segundo lugar de aire y luz, registro por escrito la siguiente crónica…». Por eso no es extraño que muchas autobiografías comiencen con la descripción detallada de la casa familiar. Amos Oz inicia así el relato de su vida: «Nací y crecí en un piso muy pequeño, de techos bajos y unos treinta metros cuadrados: mis padres dormían en un sofá cama que ocupaba su habitación casi de pared a pared cuando lo abrían por las noches (…) Así pues, su habitación servía de dormitorio, estudio, biblioteca, comedor y salón». Más humilde aún era la casa de Albert Camus, cuyo dormitorio describe en 'El primer hombre': «El niño se volvía entonces hacia la habitación casi desnuda, encalada, con una mesa cuadrada en el centro, pegados a las paredes un aparador y un pequeño escritorio llenos de cicatrices y manchas de tinta, y directamente en el suelo, un colchoncito cubierto con una manta». Sin embargo, Camus no hubiera sido el escritor que fue sin ese espacio que rememoraba muchos años después con estas palabras: «ese secreto de luz, de cálida pobreza que me había ayudado a vivir y a vencerlo todo». Además, la noción que tiene el niño de las dimensiones está distorsionada por su propia pequeñez. ¡Cuántas sorpresas nos hemos llevado al regresar a lugares que en la infancia nos parecían gigantescos y el paso del tiempo parece haber jibarizado! La memoria nos muestra esos lugares por medio de secuencias simultáneas, sin una idea del tiempo lineal. Es lo que expresan estos versos profundos de Tomás Salvador: «Un niño aguarda en el umbral/ en la casa de la primera nieve/ mi abuelo me dio un sello/ madre cortaba las rosas del corpus/ dejó caer las rosas, las lágrimas/ en la casa de la primera nieve/ encontraron el abrigo en la leñera/ una alcoba, dos zapatos, dos cirios/ el miedo era dorado, era de oro/ en la casa de la primera nieve/ un niño aguarda en el umbral». Y es que al niño sus sentidos le remiten a un mundo donde nada es banal, donde todo es fruto de un designio. En 'Arde Madrid', de Kiko Herrero, cada rincón de la casa representa una metáfora de las diferentes relaciones familiares. En su familia numerosísima, el espacio común era el largo pasillo: «Un pasillo largo y estrecho distribuye las habitaciones. Es la gran arteria. Nos cruzamos, nos chocamos, nos paramos a charlar. Las puertas están siempre abiertas. Mi madre prohibe cerrarlas (…) Si queremos hablar con un miembro de la familia, no entramos en su habitación. Nos apoyamos en el quicio de la puerta y decimos lo que tengamos que decir. Es una práctica que puede durar horas (…) Mi madre es la mayor adicta al quicio. Siempre atareada, va y viene por el pasillo. Lo ha recorrido tanto, que ha creado un surco en el parqué. De vez en cuando se para y, apoyando el hombro en el quicio, te cuenta historias por capítulos, historias infinitas…» Y entre los distintos lugares de la casa, hay algunos que poseen un atractivo especial, por ejemplo, las viejas buhardillas llenas de objetos aparentemente inservibles. En 'Días de desván', Luis Mateo Díez atribuye a este espacio misterioso el atractivo de lo prohibido: «El desván contenía una polvorienta acumulación de secretos que yacían en la penumbra con la misma paciencia que los objetos, diseminados en el desorden que suscita el abandono (…) Era un espacio que subsistía fuera de la vida, al menos fuera de la vida doméstica, cotidiana, en la cima de una casa que lo relegaba con la indolencia de los territorios prohibidos». ¿El valor simbólico del espacio es propio del niño o se lo atribuimos los adultos al transitarlo en el recuerdo? Cuando comencé a escribir mi libro de memorias 'Las cosas como eran' no sabía la trascendencia que iba a tener su primera frase: «En mi casa había dos casas». Hasta después de haber publicado el libro no me di cuenta de que esas dos casas superpuestas representaban los dos matrimonios de mis padres, las dos familias que convivieron con sus memorias comunes, y en definitiva, las dos Españas que se solapaban en un mismo espacio de secreto. La casa de Amos Oz, a la que aludía al comienzo de este artículo, poseía también un misterio que el niño explicaba a su manera: «Era un piso soterrado: el bajo del edificio excavado en la ladera de un monte. Ese monte era nuestro vecino, un inquilino recio, introvertido y silencioso, un monte viejo y melancólico que hacía vida de soltero y mantenía siempre un silencio absoluto. Era un monte adormecido, invernal, que nunca arrastraba muebles ni tenía invitados, no alborotaba ni molestaba, pero a través de las dos paredes que compartíamos con él se filtraba siempre, como un ligero y persistente olor a moho, el frío, la oscuridad, el silencio y la humedad de ese melancólico vecino». Así como ese extraño vecino representaba la sombra que se cernía sobre la familia, muchas casas de las familias españolas de posguerra escondían también lo innombrable, el topo del que los niños no debían hablar...» Luis Mateo termina así su descripción del desván: «La tragedia, como en todo tipo de posguerra, y ese es el tiempo que el desván revela, es lo que nombra, con aire de metáfora griega y aliento de desgracia, una contienda fratricida que también había llenado de desolación el Valle, en cuyo centro estaba la casa del desván». El niño se da cuenta de que, aunque está protegido entre las paredes del hogar, hay una amenaza que puede desencadenar la tragedia. No otra cosa revelan los relatos tradicionales en que los protagonistas se pierden en los bosques y buscan la salvación en la luz que ven a lo lejos. Aunque sea la casa del ogro, esa luz les anuncia que existe para ellos un destino en la noche del mundo.

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