Juan Diego Botto y David Lorente, en un fotograma de 'No me gusta conducir'. EL NORTE
Personajes en serie

Pisar la cucaracha en 'No me gusta conducir'

«Borja Cobeaga sabe perfectamente que la comedia es, por encima de todo, contraste»

Sábado, 11 de marzo 2023, 00:22

Arranca el coche». Una a una, las tres palabras se me clavaron en el alma como el cuchillo de Norman Bates (Anthony Perkins) en la carne de la prota de 'Psicosis' (Alfred Hitchcock, 1960). Nunca olvidaré los escalofríos que sentí mientras Martín, el veterano profesor de la autoescuela, miraba al horizonte con desinterés funcionarial, a algún lugar situado a años luz de mis angustias por la primera vez. «Pero si solo íbamos a ver los mandos, ¿no?», susurré con el tono de voz de un preescolar. «Anda, tira».

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Martín zanjó un asunto que 'No me gusta conducir', la serie creada y dirigida por Borja Cobeaga, me ha obligado a revivir. Y es que el reconocimiento de las sensaciones que activa el capítulo inicial funciona como un flechazo irresistible en casi cualquier espectador, sobre todo si posee el carné de conducir. Pero como el amor a primera vista suele desinflarse pronto, Cobeaga tira de oficio para prolongar el interés durante la media docena de entregas que acumula la obra.

Su talento destaca especialmente en la escritura y la dirección de actores. Respecto a la primera, le basta al guionista con una premisa potente y autobiográfica: un cuarentón intenta sacarse el permiso de conducir. En cuanto a la segunda, le sobra con concederle el margen justo de libertad a un elenco pletórico de vitalidad. De paso, el realizador donostiarra se limita a colocar la cámara en el lugar exacto durante el tiempo necesario para que las acciones de los personajes fluyan de manera ligera y auténtica.

Lo que mejor avanza es la trama principal. El protagonista, Lopetegui (Juan Diego Botto), es un profesor universitario de literatura medieval que aprueba el examen teórico con la gorra pero que tiene serias dificultades –y todas las inseguridades imaginables– con el práctico. Su principal aliado para superarlo se llama Lorenzo (David Lorente), quien se presenta a sí mismo como un «educador» de la conducción. Ambos se embarcan en una aventura aparentemente mundana, pero a la que el autor extrae todo el potencial dramático.

Huraño y verborreico

Cobeaga sabe perfectamente que la comedia es, por encima de todo, contraste. Por eso funciona tan bien colocar a dos individuos opuestos en una situación tensa y en un espacio reducido. El huraño Lopetegui, un intelectual sin habilidades sociales, coleccionista de traumas a medio explicitar, rígido y desmotivado, se encuentra con un mentor verborreico y optimista, un tipo de personaje que, cuando se clava, es oro cómico: extravagante pero plenamente reconocible.

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Potenciado por un actor que disfruta con su criatura –inmenso David Lorente–, Lorenzo ha entrado de lleno en la nómina de secundarios inolvidables de la ficción patria. Existe una distancia muy jugosa entre lo rutinario de su oficio y la casi sacralización de su ejercicio, salteado de símiles extraordinarios, palabras inventadas y frases hechas. Así, al decisivo uso del embrague lo llama «pisar la cucaracha», insiste a sus alumnos en que no se pongan 'nervosios' y aconseja jugar con los pedales hasta sentir el 'vibrato' del motor.

«Es una aventura aparentemente mundana, pero a la que Borja Cobeaga extrae

Lopetegui flipa, claro. Si Lorenzo es calidez y pasión, el académico estirado es frialdad y antipatía. Un gruñón que mantiene una relación correcta con su ex y que obliga a sus alumnos a comprar su aburrido manual. A su condición casi robótica, Cobeaga le añade la humana motivación de conducir el viejo coche de su padre fallecido y de superar las pesadillas provocadas por 'La segunda oportunidad', un programa televisivo de finales de los setenta que incluía espectaculares imágenes de accidentes de automóvil.

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La mezcla de caracteres sale decididamente bien. Más desigual resulta la colección de satélites que orbitan alrededor del protagonista, más enérgicos cuanto más orillados a la comedia. También lo son los capítulos que confieren un matiz casi épico a misiones tan comunes como arrancar en una cuesta empinada. En el fondo, sacarse el carné es una tarea conflictiva de naturaleza episódica que nos convierte en personas torpes y frágiles, todos ellos ingredientes muy agradecidos para la comedia serial. Y esta la clava Cobeaga, como un aparcamiento a la primera. Como diría Lorenzo, «fácil y para toda la familia».

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