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Ítaca. El regreso a casa después de haber superado a cíclopes y a lestrigones. Al colérico, al salvaje Poseidón. El viaje como elemento conformador del hombre. De su cultura. De su destino. Sin duda éste es uno de los grandes asuntos de la literatura ... universal de todos los tiempos.
Veintiséis siglos separan, cuando menos, a Homero de Constantino Cavafis. Una línea eterna, mantenida a lo largo de todo ese tiempo, alrededor de dos conceptos fundamentales. El Mediterráneo como madre de la civilización. Y el viaje como raíz de la condición humana. Somos en tanto que nos movemos y nos relacionamos. Y nuestra vida no es otra cosa que un viaje, más o menos surtido de peripecias, entre el nacimiento y la muerte.
La pequeña isla jónica de Ítaca, con sus 117,8 kilómetros cuadrados de superficie, se ha convertido en el emblema mayor de esta mitología esencial. Lo fue en tiempos de Homero, como patria y lugar al que regresa el protagonista de la 'Odisea'. Y lo volvió a ser cuando el novelista y ensayista británico Edward Morgan Forster 'descubrió' al mundo, ya bien entrados en el siglo XX, la extraordinaria obra de Cavafis. Un escritor de múltiples perfiles, voluntariamente secreto. Y un poema suficiente, por sí solo, para redefinir el mito en la modernidad. «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias». La invitación, desde el mismo arranque del poema, al disfrute del viaje. Al gozo de la existencia por encima de ninguna otra cosa consideración.
El símbolo de Ítaca, desde Gil de Biedma y Valente hasta Villena o Luis Alberto de Cuenca, ha sido también una constante para la poesía española contemporánea. Entró en nuestro país por el Mediterráneo. Por Barcelona. Y antes que al castellano se vertió al catalán de la mano del mismo traductor de la 'Odisea', Carles Riba. El poeta Gil de Biedma se rindió de inmediato a Cavafis. Y aún más que él, el cantautor Lluís Llach. Seguramente 'Viatge a Ítaca' sea su álbum más personal. El más rico y emocionante.
Y sin embargo es preciso recordar que en nuestro ideario común la palabra 'odisea', antes que al éxito del regreso de Odiseo, está ligada a su sufrimiento. Frente a este tópico doliente Cavafis, como en su día Homero, prefiere concebir la vida como aventura, antes que como valle de lágrimas. Lestrigones y cíclopes, sí. Pero ninguno de estos seres tiene por qué presentarse en nuestro camino si cumplimos ciertas condiciones. Si nuestro pensar es «elevado»; si nuestra emoción es «select», si acertamos a apartar los miedos de nuestra alma. Como Ulises. Como Cavafis. Para el buen viajero, para el hombre civilizado, por encima de padecimientos la vida ofrece grandes tesoros: «mañanas de verano», «puertos nunca vistos», «emporios», «hermosas mercancías», «toda suerte de perfumes sensuales».
«Ten siempre a Ítaca en tu mente», dice Cavafis. Se consciente de cuál es tu destino. Pero «no apresures nunca el viaje». Extiéndelo. Apúralo. Saboréalo. Con la misma fe con la que Odiseo, el fecundo en ardides, tuvo siempre en sí mismo para superar todo tipo de pruebas. Y los versos finales, cuando el poeta reconoce que Ítaca, la patria que le brindó tan hermoso viaje, ya «no tiene ya nada que darte» al final del camino. «Aunque la halles pobre –concluye el poema– Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué significan las Ítacas». Cavafis, como Homero, elige situarse por encima de la peripecia del héroe. Mirar al hombre en el cierre de su círculo, en la consecución de su destino. Y cantar.
En 24 cantos construyó Homero su 'Odisea'. La obra de Cavafis comenzó con una antología exclusiva de 12 poemas, que en unos años pasaron a ser 27. Un pequeño libreto de edición limitada. Sólo para iniciados. Al final, un máximo de 154 poemas autorizados para la edición canónica. Entre ellos el de Ítaca. La versión de la 'Odisea' que cierra el círculo. Un camino largo que mereció la pena.
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