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Fermín Hererro
Sábado, 15 de febrero 2025, 10:30
Ramiro Gairín se mudó desde la ciudad hasta Fiscal, uno de los enclaves emblemáticos de los Pirineos, un pueblo pequeño del Sobrarbe oscense, en un ... intento, y da buena cuenta de ello en 'Carreteras que brillan en el bosque' (Reino de Cordelia), de practicar una vida lenta al paso de las estaciones, con sosiego y atención, con olor «a leña y cuero», «a la boca gastada de los árboles», en estrecho contacto con la naturaleza: «un par de colirrojos/ha anidado en el porche». La mayoría de los poemas tienen como telón de fondo el paisaje pirenaico en el que «la belleza lo envuelve todo». En los versos de Gairín sentimos el soplo de los vientos, el trino de los pájaros, el murmullo de las arboledas, en los pinos, rebollos y quejigos, el rastro de tejones y raposas, la solemnidad de las peñas en medio de los hayedos, la nostalgia de la lumbre y del silencio que trae la nieve.
Ramiro Gairín. Reino de Cordelia. 98 páginas. 13,95 euros
La delicada poética de Gairín, ajustada en general al molde métrico de la clásica silva blanca, alcanza en el libro una levedad cristalina, tal los manantiales de montaña, y al tiempo unas honduras que suelen partir de lo doméstico, como en Louise Glück, que pauta al principio los poemas con citas de 'Una vida de pueblo', comentado en esta sección el año pasado. La citación es doble, al final encabezan los poemas fragmentos de letras, escritas por Manuel Domínguez, del grupo altoaragonés La Ronda de Boltaña. Otro aspecto temático a destacar es la asunción de una paternidad vivida y responsable, como extensión del cuidado heideggeriano con todas las cosas, fruto de una nueva concepción de la masculinidad, que han desarrollado en prosa Alejandro Zambra con 'Literatura infantil', Sergio C. Fanjul con 'El padre del fuego' o Andrés Neuman con 'Umbilical' y 'Pequeño hablante'. El autor, padre «arborecido», valora planchar la ropa por encima de tontear con las musas o considera, como se dice en el poema inicial, que «levantar una familia/no es ninguna figura literaria». Justo en este texto de arranque está ya el tono del libro, entre la ternura, la emoción y el estremecimiento. El poeta trata de dormir en brazos a su hijo «por una casa a oscuras», es «el momento más sagrado», en comunión «con lo creado», «con el hilo que a todos nos conecta», el de la larga cadena de los seres.
Si Glück es el referente lírico principal de Gairín, su compatriota Mary Oliver, cuya poética, apegada a la naturaleza y volcada en las cosas pequeñas del entorno, se parece bastante a la de la premio Nobel, lo es de Manuel Astur en 'El fruto siempre verde' (Acantilado). Por tanto, ambos poetas comparten una visión de la poesía cercana, límpida, en el caso de Astur, de Sama de Grado, de quien celebramos aquí su novela 'San, el libro de los milagros', centrada en Asturias. Ya en el título, aunque proceda de tres poemas con idéntico encabezamiento donde prima lo existencial en relación con la muerte, que nunca nos encuentra preparados, aparece el verde permanente de los prados de su tierra, con la hierba crecida y alta. Y en varios poemas, atraviesan los castañares, robledales y avellanedos, los bosques salvados por las autopistas, «nubes cargadas de lluvia» que «lamen la tierra como una lengua gorda», cuando no «llueve sobre tierra empapada». Y junto a los hórreos, entre la niebla, huele a resina y humedad, crecen rosales silvestres y zarzamoras.
Manuel Astur. Acantilado. 80 páginas. 14 euros.
Como en Gairín, la mirada se ciñe al contorno campestre, incluso familiar, aunque el libro, dedicado a la memoria de una hermana, tiene un tono dolorido, elegiaco por lo paternal, desconsolado, más metafísico desde el dolor de vivir. Así, zarcean por los versos gorriones en el patio nevado, petirrojos casi caseros o golondrinas que tienen su nido con cuatro crías en el alero también del porche. Y en otros, escuchamos la tos del padre o el trajín de la madre, sus pasos sobre las baldosas de barro del suelo, el borbotear del puchero al fuego o el ruido de los platos en la cocina.
La obra de Cristina Sánchez-Andrade, por su parte, está enraizada en su Galicia natal. Hace unos años recomendamos en este rinconcillo su novela 'Las Inviernas' y ahora hacemos lo propio con 'Habitada', también en Anagrama y con relevancia de personajes femeninos, situada en la Galicia rural, profunda, del caciquismo a ultranza, de hace aproximadamente un siglo.
El libro lleva como frontispicio una cita de Sylvia Plath, dos estrofas centrales del poema 'Olmo' de 'Ariel'; la primera comienza con el verso «estoy habitada por un grito», crucial para el contenido de la narración, y el devenir de su abnegada y hacendosa protagonista, Manuela, que monologa de entrada, con una ruptura sintáctica bien conseguida en la forma, como alucinada, en arrebato, en extravío, cuando escucha una llamada interior que le insta a salir de casa, donde la tienen amarrada a una cama, y adentrarse «en las entrañas del bosque».
Cristina Sánchez-Andrade. Anagrama. 232 páginas. 17,90 euros
La intrínseca vinculación de Sánchez-Andrade con la identidad gallega suele entroncar en sus escritos con los ancestros, las supercherías y supersticiones del terruño. Aquí, la protagonista, inspirada en una leyenda de Moeche, a la que apodan 'La Espiritada' o 'La Iluminada', es una especie de sibila enloquecida y vengativa, poseída por un clérigo muerto en La Habana, «un demonio fornicador» según el abad de la parroquia, que busca, como los diablos, un «corpo aberto» donde encarnarse, y al tiempo es la discípula aventajada de una meiga sanadora, curandera, amorrada al orujo. Durante el argumento circular, criaturas encadenadas a la tierra, alimentándose de ella, sabedoras de las propiedades de las plantas y los bichos, pululan por las aldeas, corredoiras, carreiras, montes de «helechos y tojales», la fraga con praderas en los claros o «el bosque de las vagalumes», luciérnagas que representan a enigmáticas mujeres cocinando caldo y custodiando a los hijos perdidos.
La novelista es dueña de una prosa brillante y compacta, modula muy bien, y no es tarea fácil, la voz narrativa de la labriega aspirante a meiga, que quiere ser rubia y acaba diagnosticada como psicópata esquizoide e histérica, ensamblando a la perfección lo vivencial y lo poético. Algunos pasajes, sobre todo dentro del pazo, remiten al naturalismo en bruto de la Pardo Bazán; otros, desbordan una imaginación fantasiosa cunqueira, tal vez en exceso a partir de la mitad de la trama, cuando se lanza hacia derroteros médicos, teosóficos e hipnóticos; hay ecos líricos, cita incluida, muy Rosalía de Castro. Sin duda, en Sánchez-Andrade converge y concurre lo mejor de la riquísima tradición de la literatura gallega, de su asombrosa, prodigiosa capacidad de fabulación, tomada de lo popular, de las cántigas e historias de hechizos y aparecidos, fantasmas y espectros, de espíritus diabólicos de toda laya y condición, de lobos insaciables, que se desgranaban en los faladoiros nocturnos en la lareira, tal y como se refleja en 'Habitada'.
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