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Al mirar hacia atrás, «el crítico ve la sombra de un eunuco». O dicho de otra manera: «¿Quién sería crítico literario si pudiera poner los versos a cantar. O componer, a partir de su propio ser mortal, una ficción viva, un personaje perdurable?». Eso ... decía George Steiner, uno de los críticos más inspirados y relevantes del siglo XX. Autor también, a pesar de estas palabras, de novelas que estuvieron siempre marcadas por los acontecimientos que marcaron a fuego su vida: el auge del nazismo y la segunda guerra mundial. Perteneciente a una familia de judíos vieneses, a los once años tuvo que dejar París, la ciudad donde nació, huyendo de la barbarie hitleriana.
Cierto es que, además de redactor de 'The Economist' durante unos años, George Steiner fue crítico literario en diferentes periódicos y revistas, fundamentalmente en los semanarios 'The New Yorker' y 'The Times Literary Supplement'. Pero más allá de su labor como 'eunuco', o como creador de poemas o de ficciones, su verdadera aportación a la cultura ha sido su maestría en el desarrollo de la literatura comparada. Su concepto, por encima de las lenguas y, por supuesto, de las literaturas nacionales, de que la literatura es y debe ser una sola literatura. Única y universal. A ello contribuyó no poco el haber nacido con tres lenguas maternas (francés, inglés y alemán), a las que incorporó enseguida la gran herencia del griego, el latín y el italiano. Pero también su paso por las universidades de Princeton, Innsbruck, Cambridge, Ginebra, Oxford o Harvard.
De entre toda su extraordinaria obra ensayística, tal vez la contribución mayor de Steiner a la historia del pensamiento es la que se muestra, de manera poderosa, en una obra como 'Lenguaje y silencio'. Aquí el escritor localiza la auténtica identidad del ser humano en su condición de 'zoon phonon', de animal que habla, de sujeto verbal. Así que, según Steiner, la lengua no sólo define ontológicamente al hombre, sino que marca también la trayectoria de su civilización. Un proceso, el de la evolución del hombre al hilo de su lenguaje, que el escritor considera que llega a su cenit en el final del siglo XIX. Para empezar a corromperse, a partir de ese momento, por medio de la industrialización, la cultura de masas y la sociedad de consumo. Tal vez sólo le ha faltado llegar a ver hasta qué punto el proceso podía exacerbarse, con la llegada de la era de la digitalización y la globalización.
Maestro de la teoría del lenguaje y de la filosofía de la educación, Steiner consideraba que la lingüística, sensu stricto, no podía considerarse una ciencia. Sino otra cosa. Una visión superior que podría conceder al hombre contemporáneo privilegios extraordinarios, como el de superar el eterno complejo de la multiplicidad de lenguas. Así lo deja ver en otra de sus obras claves, 'Después de Babel', en la que reflexiona en profundidad sobre el fenómeno de las traducciones.
Por encima de divisiones culturales, el escritor y profesor dedicó su vida a defender y tratar de recuperar el «poder genésico» de la palabra. Unas veces lo hizo, al estilo platónico, en diálogos con personajes como Ramin Jahanbegloo, Antoine Spirem Cécile Ladjali o Laure Adler. Y otras con el vehículo de su propia escritura. Una escritura, por cierto, que él hubiera querido todavía más ancha, como desvela en 'Los libros que nunca he escrito', traducida en España en 2008. Proyectos que se quedaron en el tintero en unos casos por la envergadura de la empresa, y en otros por el respeto a su intimidad y a la de las personas que le rodeaban. Para alguien que, como Adorno, llegó a pensar que no era posible escribir poesía después de Auschwitz, el silencio sólo llegó a ser una aspiración teórica. Para fortuna de todos, Steiner prefirió inclinarse mejor por la escritura, por el canto. Como su admirado San Juan de la Cruz.
Entre sus obras no escritas quedan, como él mismo nos contó, una historia universal, 'comparada', del amor y del sexo. Y un análisis en profundidad del sufrimiento que acompaña, de manera inevitable, a las personas con talento. «La inmensa mayoría de las biografías humanas son un gris entre el espasmo y el olvido», escribe Steiner. Pero añade: «El hombre proyecta una sombra. En una forma poco clara, el hombre de genio arroja luz. Instintivamente, nos cegamos con su luz. Ese genio pagará un precio terrible. A menudo la historia demuestra que el creador, el artista supremo (…) lleva las cicatrices de su grandeza». Tal vez es así como merece la pena recordarle.
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