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Ilustración de Katherine Mansfield. EL NORTE
La pasión por escribir de Katherine Mansfield
Aproximaciones

La pasión por escribir de Katherine Mansfield

«No hay sentimiento comparable a la alegría de haber escrito y terminado un relato», decía la escritora neozelandesa

Luis Marigómez

Valladolid

Viernes, 24 de febrero 2023

En enero de 1923, a los 34 años, moría la escritora neozelandesa Katherine Mansfield, de tuberculosis, en Francia. Está relacionada directamente con tres escritores casi coetáneos, Chéjov, Virginia Woolf y Kafka. Del primero utiliza su teoría del relato, mucho más atenta a retratar ambientes que a priorizar una trama narrativa; admiraba a Virginia, con quien mantuvo amistad; como Kafka, muere muy joven y una parte de su obra se publica tras su muerte, después de que ella le pidiera a su marido y albacea que destruyera 'casi todo' lo que dejó escrito en sus cuadernos.

Aunque vive en Europa, sobre todo en Londres, desde muy joven, su origen en las antípodas le da un tono exótico a su vida y a su obra . Al estar expuesta en sus cartas y diarios, se convierte en su mejor personaje. Sabemos de sus tendencias lésbicas, de sus precipitadas relaciones afectivas y sexuales, de su aborto natural, muy joven, en Baviera, de sus momentos de ira, de su desesperación cuando se sabe condenada a una muerte tan temprana… Pero lo fundamental que legó es su obra publicada como ficción, solo tres libros en vida y dos más póstumos, aunque el resto de sus escritos no sean, para nada, desdeñables, y ayudan a entender la gestación de sus relatos y una vida llena de contrastes.

El primer volumen de relatos es 'En un balneario alemán' (1911), que apareció cuando la autora solo tenía 23 años. Son cuentos con un humor áspero, escritos con un cuidado que, a lo largo de los años, irá a más. Los personajes son poco más que arquetipos a los que combate con eficacia. Es el mundo previo a la Gran guerra, con ridículos representantes de una nobleza venida a menos y la pequeña burguesía germana, a menudo no sobrados de fondos. También aparece gente sin recursos, sirvientes cerca de la esclavitud. No hay grandes sucesos, sino anécdotas cotidianas desmenuzadas con rigor quirúrgico. La leve línea argumental suele deparar una sorpresa al acabar el cuento, como mandan los cánones. A pesar de que ella renegó del libro tras su aparición, en él están las bases de su modo de escribir.

Su segundo libro no apareció hasta nueve años después, 'Felicidad y otros cuentos' (1920). El primer relato, largo, 'Preludio', es su primera obra maestra, un texto que la define y la separa de los cuentos al uso, tradicionales o modernos. Son once escenas de una familia neozelandesa que traslada su residencia. Los personajes, desde la abuela a los nietos, pasando por tíos y padres, actúan de manera normal, con pequeños conflictos y aventuras domésticas. Todo es estilizado al máximo, ni una palabra de más, con un sustrato que nunca se muestra del todo, pero que sujeta la delicada y compleja arquitectura narrativa de esa recreación de su infancia, que se le impuso tras la muerte de su hermano en la guerra, en Francia. En el resto de relatos hay otras joyas, pero quizá no tan singulares. Ella no terminaba de estar satisfecha con lo que escribía, ni siquiera cuando lo enviaba a un editor.

Leía sin descanso, y comentaba lo que le parecía, clásicos y contemporáneos. Shakespeare en la cumbre; disfrutaba con Dickens; veneraba a Tolstói. Tenía problemas con D. H. Lawrence, a quien conoció de cerca; trató con T.S. Eliot. Le gustó el capítulo final del 'Ulises', de Joyce. Cuando supo de la cercanía de su muerte, seguía buscando en el magisterio de Chéjov.

Ya en un balneario suizo, escribió sus últimos relatos. 'En la bahía' sigue la estela de 'Preludio'; cincuenta páginas en doce capítulos con sus mismos personajes, un día de playa. «Espero que sea bueno, es lo mejor que he sabido hacer, y todo mi corazón y mi alma están en él… cada detalle». Planeaba una novela añadiendo más escenas, 'Kaori', que no pudo terminar. Esos personajes, su vida de niña y jovencita en Nueva Zelanda, aparecen en más cuentos, el que da título a su tercer libro, 'Fiesta en el jardín' (1922); o 'Casa de muñecas', posterior, póstumo…

El bagaje teórico de Mansfield no es tan denso como el de Virginia Woolf o el de Eliot. Ella quería hacer una narrativa adecuada a su tiempo, a partir de lo anterior. Reniega más de muchos contemporáneos, a los que tuvo que leer en su faceta de crítica literaria, que de los clásicos, que siempre se pueden elegir. De lo que no hay duda es de su ambición literaria y de su capacidad de autocrítica. «No creo ser una buena escritora. Me doy cuenta de mis errores mejor que nadie. Sé exactamente dónde fracaso. Y sin embargo, cuando he acabado un relato y antes de que empiece otro, me pillo acicalando mis plumas. Es descorazonador. Parece que hay un viejo y malo orgullo en mi corazón». Sobre el cuidado con que trabajaba, declaró: «En 'La señorita Brill' elijo no solo la duración de cada frase, sino incluso el sonido de cada frase, elijo la subida y bajada de tono de cada párrafo para que encaje en ella, y para que se ajuste a ese día y ese instante. Después de escribir, lo leo en voz alta, varias veces, como haría con una composición musical…»

Aunque la mayoría de sus relatos ocurren en Europa, su país natal tiene su lugar al final de su vida, y reivindica su origen. «Gracias a Dios que nací en Nueva Zelanda. Un país joven es una herencia auténtica, aunque le lleve a una tiempo reconocerlo. Nueva Zelanda está en mis huesos». Su desinhibición de joven, su ansia de devorar la vida a bocados, quizá tenga que ver con ello. A pesar de su formación musical, enseguida quiso ser escritora: «No hay sentimiento comparable a la alegría de haber escrito y terminado un relato».

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