Varios de los trabajos de la ilustradora Laura Pérez, en una imagen de su página web. LAURA PÉREZ
El talismán de la costurera

Pasada la medianoche: 'Ocultos' y 'Tótem', de Laura Pérez

«Un ligero, pero constante, subterráneo, desasosiego recorre las viñetas de la autora, al menos en estos dos tomos»

Viernes, 28 de enero 2022, 00:32

En 2020, el álbum 'Ocultos' de Laura Pérez se hizo con un ramillete de premios –Ojo crítico, Ignotus, Splash sagunt– absolutamente merecidos. Alguien me dijo, hace un par de meses, semanas antes de que se publicara –ese alguien había tenido la suerte de leerla antes ... de su lanzamiento– que 'Tótem' es aún mejor. No sé si estoy del todo de acuerdo. Y si no lo sé es porque no estoy seguro de que 'Tótem' y 'Ocultos' sean obras diferentes. Puedo equivocarme. Sin embargo, al leer 'Tótem', las sensaciones, las buenas sensaciones, son muy semejantes a las que tuve al leer 'Ocultos'. Hasta el punto de que uno puede llegar a pensar o sentir que 'Tótem' bien hubiera podido ser una pieza más de 'Ocultos.'

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Una más larga, más desarrollada, pero no menos fascinante, no menos misteriosa –y cuando hablo de misterioso, de misterio, no hablo de esos rompecabezas en forma de historia, en lo que todo al final encaja, que es a lo que la gente suele referirse con estas palabras; no, cuando digo misterio quiero decir precisamente eso, algo escondido, que no puede conocerse, o que no sabemos cómo conocer, que apenas podemos intuir–, y no menos inquietante.

Un ligero, pero constante, subterráneo, desasosiego recorre las viñetas de Laura Pérez, al menos en estos dos tomos. Quizás la limpieza del trazo, en el que creo ver líneas de parentesco con la línea clara, una cierta ingenuidad, o aire naif, aunque esa ingenuidad nunca sea ingenua del todo, hace, como ocurre en el caso de algunos mangas –pienso en Ito, en Maruo– que esa inquietud de la que hablo se solape y al tiempo resulte más patente. Y quizás también contribuya a este efecto el hecho de que aunque el trazo sea limpio, de tanto en tanto, no tiene miedo a ensuciarse. Podría hablarse, en ambos casos, de una narrativa de contrastes.

También en la construcción de las historias en si, donde desde un realismo casi crudo saltamos, en un parpadeo, a lo extraño, a lo sin respuesta, a lo sobrenatural o fantástico, aunque una fantasía en cierto modo impregnada por esa crudeza de la que hablo. Recuerda esto, quizá, a los cuentos y novelas de M. John Harrison, o muchas piezas de Machen, de quien Harrison, más que cualquier otro, es heredero natural –aunque la obra de Harrison difiera de la de Machen tanto como pueden diferir el Londres de fines de siglo de XX y principios del XXI del Londres del fin del XIX y principios del XX–. Pero no todo es crudeza, también hay, y no poca, ternura en la obra de Laura López. A veces, no siempre, una ternura un tanto desesperada.

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Aunque tal vez, en vez de contrastes, debería hablar de una narrativa de matices. Porque en realidad, en estas historias, los elementos, por disímiles que parezcan, la larga carretera y el ¿espectro? de una arquitecta, el desierto y ese espacio negro y líquido de encuentros con… algo, no son antagónicos, sino que, iba a decir encajan, pero no es la palabra. Más bien surgen uno de otro. O fluyen, uno desde y hacia el otro, sin una distinción clara de causas y efectos, hasta que estas categorías y dualidades pierden sentido. Hasta que, en una armonía encomiable, se hace desaparecer la diferencia entre lo extraordinario y lo cotidiano.

Siempre, nos dice Laura López, va a haber pequeños misterios, tal vez infrecuentes, que nos despierten pasada la medianoche, mirando inquietos alrededor, sin que sepamos por qué

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