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Retrato de la escritora Virginia Woolf. EL NORTE
'Orlando': el enigma de Virginia Woolf
Aproximaciones

'Orlando': el enigma de Virginia Woolf

En 1928, la escritora publica su novela más peculiar, la supuesta biografía de un noble que se transforma en mujer y vive más de 400 años sin que el cuerpo apenas se resienta

Luis Marigómez

Valladolid

Viernes, 25 de marzo 2022, 00:48

Hay una saga de escritoras británicas que empieza con mucha fuerza en el siglo XIX, con Jane Austen, George Eliot y las hermanas Brontë, que, a pesar de ser brillantes, lidiaron con muchas dificultades por el solo hecho de ser mujeres. En la primera mitad del siglo XX, la gran representante es Virginia Woolf, nacida hace 140 años. Formó parte del grupo de Bloomsbury, que quiso sacudirse los modos victorianos y apostó por la modernidad en todas sus formas.

Su vida es casi más conocida que su obra, con problemas mentales desde niña, educada en casa, tuvo acceso ilimitado a la nutrida biblioteca de su padre, fundó con su marido una editorial, Hogarth Press, que editó a Catherine Mansfield y a T. S. Eliot, además de a ella misma, y rechazó a Joyce, demasiado descarnado quizá. Se suicidó a los 59 años tirándose a un río con los bolsillos llenos de piedras.

Su primer gran éxito fue 'La señora Dalloway' (1925), más de crítica que de público. Cuenta el día de una señora bien londinense que prepara una fiesta, y lo contrapone al drama de Septimus, un hombre que camina entre la locura y el suicidio. Usa el estilo libre indirecto que puso en boga Flaubert para llegar desde el púlpito del narrador a lo más íntimo de sus personajes. La construcción de la trama, a partir de la cotidianidad aparentemente más banal, está muy medida. Importa mucho más la atmósfera que los sucesos, que no tendrían importancia en la narrativa al uso.

En 1928 publica su novela más peculiar, 'Orlando', la supuesta biografía de un noble que se transforma en mujer y vive más de 400 años sin que el cuerpo apenas se resienta. Es un cambio notable en lo que acostumbra a hacer. «Escribo Orlando a medias en un estilo satírico muy claro y simple, de modo que la gente podrá entender cada palabra». Escribió en su diario, consciente de la dificultad que suponía para un lector medio su investigación en nuevas formas. En todo caso, las dos características ya descritas suponen un modo de hacer transgresor. Orlando no tiene características propias, es todo lo que se supone debe ser un noble inglés, valiente, bien parecido, culto… Deja a un lado la psicología y el interior de sus personajes. A mitad de la novela, le cambia el género y ya no hay modo de saber quién es en verdad (verdad de la ficción). Su duración en el tiempo podría remitirlo a la novela fantástica, pero, aparte de esa peculiaridad, todo es verosímil, dentro de un cierto orden.

El cambio de género de su héroe/heroína le permite explicitar las deficiencias sociales de la mujer, a lo largo de los siglos y en el tiempo en que escribe. Hasta 1928, el año que se publicó el libro, no tuvieron las mujeres británicas derecho al voto (en España fue en 1933). Al cambiar de sexo, en el siglo XVIII, mientras actúa de embajador ante el imperio otomano, Orlando pierde, además de su cargo, todas sus propiedades, que le fueron devueltas por un edicto de la reina Victoria en el XIX. Por otro lado, «su cambio de sexo, aunque había alterado su futuro, no hizo nada en absoluto que alterara su identidad».

Orlando era, o quería ser, sobre todo, un poeta. «Daría todo el dinero que tuviera por escribir un librito y hacerse famoso». Pasa los siglos componiendo un poema largo, 'El roble'. En el XIX consigue acabarlo y publicarlo, con éxito no desdeñable. Esa condición le hace estar atento al mundo de las letras, desde Shakespeare en adelante, y juzgar sus cambios. La época de la revolución industrial y los periódicos inicia, a su parecer, la escritura más ramplona, «La verdad es (…) que todos nuestros jóvenes escritores están a sueldo de los vendedores de libros». Después de algunas decepciones con los críticos, ya desde el principio de su larga vida (sin envejecer), Orlando había decidido que solo escribiría para su propia satisfacción.

Hay una imagen de cada momento señalado en la vida de Orlando, a principios siglo XVIII, entre los primeros y fogosos escarceos amorosos que acaban con el enamoramiento de una princesa rusa con la que estuvo dispuesto a casarse y que huyó en el último instante, aparece la gran helada, el invierno más frío de los últimos 500 años, que dejó el Támesis como una enorme pista de hielo en la que los amantes patinaban. El capítulo V empieza el primer día del siglo XIX, que no era muy del agrado de la narradora. «No se toleraba ninguna conversación abierta», «la vida de una mujer media era una sucesión de partos. Se casaba a los diecinueve años y tenía quince o dieciocho niños cuando alcanzaba los treinta, porque los gemelos abundaban.». En el siglo XX, Orlando conduce un automóvil a unos grandes almacenes, sube en un ascensor y compra unas sábanas, mientras olvida otros encargos.

La primera edición de Orlando, además de poner bajo el título su supuesta pertenencia a otro género (biografía), lo que al parecer no fue una buena idea comercial en un mercado entonces saturado de ese tipo de relatos, añadía varias ilustraciones, algunas de ellas fotos, del sujeto del que trata el libro. La persona que aparecía en las fotos era la amante de la escritora, Vita Sackville-West, algo que entonces el público lector no podía saber y que formaba parte del juego –privado– que proponía Virginia Woolf. No es tanto que Orlando sea un retrato de Vita como que algunas de sus características se reflejaban en el personaje, su enorme riqueza, su casa con innumerables habitaciones (365 en el caso de Orlando) o sus bellísimas piernas. Pero también puso en su protagonista la autora algunas características propias, como su amor por la literatura, y su distanciamiento de las costumbres de la alta sociedad.

En 1929, Virginia Woolf publicó un ensayo, 'Una habitación propia', que se convertiría en una de sus obras más leídas, por sus propuestas feministas. Al principio de este texto aparece la frase «las mujeres y la novela siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver». Eran los enigmas en los que trabajaba, más que para encontrar respuestas, para ahondar en las preguntas que le iban surgiendo.

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