El opositor y la historia
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«La disputa entre Roca Barea y Villacañas viene a cuenta de una diferente interpretación de los datos históricos»Desde hace unos meses, en la sala hipóstila de la estación de plaza de Cataluña, en Barcelona, se instala un tenderete de libros viejos. Pertenece a una ONG, Llibre solidari (Libro solidario), que los recibe de los donantes, los revende en los túneles del metro ... y destina los ingresos obtenidos a sus nobles fines. Tengo por costumbre –fruto de una larga experiencia como rebuscador de libros usados– mirar en todo montón de papel que me encuentre, porque en todas partes, aun en las más cochambrosas, puede esconderse una joya. (En pilas inverosímiles, y por unos pocos euros, he encontrado primeras ediciones de 'Manual de espumas', de Gerardo Diego, y 'Descripción de la mentira', de Antonio Gamoneda). En el puesto de Llibre solidari, siempre echo un vistazo a la poesía, aunque a veces, como lo que suele haber son antologías cutres y bazofia autopublicada, me asomo también a las demás secciones. Y ayer, en el cajón de la historia, encontré un volumen que me llamó la atención: 'La oposición'. Un relato sobre la invención de la historia, de Alfonso Mateo-Sagasta (que no sé si tendrá algo que ver con Práxedes Mariano, el político de la Restauración), publicado por Reino de Cordelia en 2016. No conozco al autor, pero varias cosas me atraen del libro: el formato, delgado, estirado, singular; la editorial, siempre atenta a las propuestas novedosas; el prologuista, Luis Alberto de Cuenca –que recuerda al autor, librero antes que escritor, como el procurador de su «ración cotidiana de droga bibliográfica»–; y la dedicatoria autógrafa de Mateo-Sagasta, que incluye el dibujo de un pájaro antropomorfo con un gran penacho y la afirmación «El futuro está en nuestras manos», y cuyo destinatario, un famoso periodista de Barcelona, no ha tenido siquiera la misericordia de recortar (a ese periodista, con una de las prosas más divertidas del país, he estado tentado de enviarle algún libro mío; me abstendré de hacerlo). El futuro quizá esté en sus manos, pero lo que es seguro que ya no lo está es el libro de Mateo-Sagasta. No obstante, lo que más me interesa de 'La oposición. Un relato sobre la invención de la historia' es el tema, y no por la oposición –aunque sea el espectáculo nacional más sangriento después de los toros, según Ortega y Gasset–, sino por la invención de la historia. Me lo compro por dos euros y, como es breve –apenas 70 páginas de texto–, me zampo una buena parte en el tren, de vuelta a casa. Últimamente ando sumido en lecturas históricas, y la razón es un hecho inaudito en la vida cultural española: un debate intelectual, desembarazado y público, entre dos ensayistas y sus tesis: María Elvira Roca Barea, autora del superventas 'Imperiofobia y leyenda negra', y el filósofo José Luis Villacañas, contradictor de la primera con 'Imperiofilia y el populismo nacional-católico'. Confieso que Roca Barea me hizo tilín (sobre todo por su reivindicación de todo lo bueno que España ha aportado al mundo y que apenas es conocido, ni siquiera por los propios españoles), pero Villacañas me lo está afeando, con buenas razones. Si el primero me gustó, el segundo me demuestra por qué no debería haberme gustado (y yo me siento un poco pazguato por haberme dejado seducir). En cualquier caso, ese debate ilustra el pensamiento central de 'La oposición', como sostuvo Hayden White en la década de los 70 del siglo pasado y consigna De Cuenca en el prólogo: que la historia no es una ciencia, sino un género literario, o, por decirlo con las palabras más matizadas del propio Mateo-Sagasta: «La Historia es un relato coherente y dramatizado del pasado (…), un corpus de conocimiento maleable que cambia con el tiempo y los intereses de quienes la formulan y los pueblos a los que sirven». Porque de eso se trata en la disputa Roca Barea-Villacañas: de una diferente interpretación de los datos históricos, según el perfil ideológico y el empaque científico de los exégetas, y, sobre todo, según las necesidades del presente –y del futuro– que esas interpretaciones aspiran a satisfacer. Y, para Villacañas, las de Roca Barea no son otras que las de un nacionalismo español urgido de autoestima frente al desafío independentista catalán. 'La oposición' se presenta como un diálogo entre un opositor a catedrático universitario y su tribunal examinador. No obstante, no es un diálogo de verdad, sino un monólogo –del opositor– disimulado por las preguntas y las expresiones de disgusto de los examinadores, poco habituados a que se impugne su condición de rigurosos garantes de la Verdad histórica. El libro tendría más enjundia literaria si el debate entre los personajes fuese real (es decir, todo lo real que pueda ser un debate entre personajes de ficción), esto es, si los miembros del tribunal no se manifestasen como cándidos zoquetes, siempre pillados a contrapié por el ladino opositor, sino como expertos en la materia que han de juzgar y, por lo tanto, como conocedores ya del principio de que no es la historia la que explica el presente, sino el presente el que explica la historia. Por otra parte, si 'La oposición' es un libro, lo es por estiramiento: de un artículo largo, Mateo-Sagasta ha hecho una 'nouvelle'. No obstante, sus tesis, expuestas con claridad y zumba, persuaden. Lástima que las tiznen algunas erratas horrorosas, como un «heroicos» con tilde, un adverbio «sí» sin ella y, la más inverosímil de todas, un «Cervantes» con be: «Cerbantes» (pág. 40). Cuando llego a mi parada, aún no he terminado de leerlo. Lo hago mientras camino a casa como un murciélago: detectando, y evitando, los obstáculos que surgen gracias a una suerte de radar que desarrollamos los lectores compulsivos. Compongo entonces una estampa que antes era frecuente y hoy resulta excepcional: la del transeúnte absorbido por el libro, la de quien lee andando. Y me doy cuenta de que leer es tender una red, o construirla: los librovejeros, Mateo-Sagasta (Práxedes-Mariano y Alfonso), De Cuenca, Roca Barea, Villacañas, el periodista desconsiderado, Cervantes. Gracias a ella no me caigo por la calle, ni por la vida.
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