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PIENSA Shimura: «¡Corre, o despídete del sol para una buena temporada!» Y lo hace consciente de que él, y solo él, es el causante de que la mujer que observa a través de la cámara de seguridad que ha instalado en su casa, para vigilar ... el interior desde su lugar de trabajo, esté a punto de ser detenida por la Policía. Observa Shimura impunemente a esa mujer sosegada, segura en su soledad, ignorante de su porvenir, como el resto de criaturas que habitamos el mundo, y accede a su intimidad y a su destino con una omnipresencia casi blasfema.
Así plantea la cristalina narración de Éric Faye en su relato 'La intrusa' el modo en que el meteorólogo Shimura detecta la presencia de un habitante en su casa cuando él se ausenta. Como un intruso, también, Faye desliza su relato por la cultura japonesa con una sencillez sorprendente y dota de visibilidad toda una urdimbre de relaciones aparentemente inconexas. Japón ha de propiciar la observación de tales hilos, como los tejidos pacientemente dispuestos por Chiharu Shiota, la artista natural de Osaka que desarrolla desde hace un par de décadas su trabajo en Alemania.
Las instalaciones de Chicharu Shiota invaden el espacio dispuesto con la sutil presencia de los hilos (negros, rojos, en alguna ocasión blancos) como si fueran realmente los responsables de la disposición material de cuanto nos rodea. Su relación con el espacio precisa de una audacia que a lo largo de los años se ha convertido en necesidad. Nuestra mirada ve el resultado final de la materia, pero es incapaz de comprender la verdadera relación entre los objetos y las identidades, entre los cúmulos galácticos que, al fin y al cabo, somos todos y cada uno de nosotros con el resto a través del abismo que nos separa.
Shiota lleva veinticinco años desvelando en el mundo la posible urdimbre que lo amalgama. ¿Dónde está la causa y el efecto de toda biografía? ¿Cómo explicar el sentido de la fortuna o de la enfermedad? Shiota se ha enfrentado a la fatalidad asentada en su propia biografía con el tesón de una observadora imparcial. Acaso ello explique la recurrente presencia de réplicas de sus extremidades en algunas instalaciones, como símbolos que se incorporan al vocabulario que ha creado a lo largo de los años.
La conexión de los tejidos de Shiota crea arquitecturas inhóspitas, provoca la sensación inquietante de la ignorancia. Estos nos recuerdan, de algún modo la invidencia con que afrontamos el viaje de la vida. Ya no son fantasmas que puedan identificarse con nosotros. No estamos, pues, ante mundos semejantes, con semejantes personajes, separados por la cortina infranqueable de la dimensión ulterior. Shiota sugiere una relación permanente e inevitable, incluso necesaria, entre lo tangible y lo intangible, lo presente y lo ausente, lo pasado y lo futuro.
Objetos afectados por hechos irreparables, como su piano quemado, o el alejamiento voluntario de partes de su cuerpo, acosado por la enfermedad, advierten del incógnito desarrollo de la vida y la materia. Como si los recuerdos anduvieran también entrelazados y formaran un tejido invisible de fatalismo.
Su obra ha venido a disponer con meticulosidad la sombra correspondiente a cada rayo de sol, a unir con sus hilos infinitos, negros como el cosmos o rojos como el pulso de la vida, el itinerario huidizo de un fonema que rebota en las paredes un millón de veces, como un eco, y congela la totalidad de su trayectoria en un instante. Así nos convertimos en seres divinos, capaces de contemplar la huella simultánea de cada momento en la totalidad del tiempo para llegar a ser observadores del mundo con el poder del mismísimo Shimura.
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