Olas del Mar Muerto
Mitologías ·
Aunque seamos agnósticos, los que nos hemos criado en las culturas del cristianismo tenemos ciertos lugares tan incrustados en la cabeza que es imposible no emocionarse cuando al fin te detienes ante ellosSecciones
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Aunque seamos agnósticos, los que nos hemos criado en las culturas del cristianismo tenemos ciertos lugares tan incrustados en la cabeza que es imposible no emocionarse cuando al fin te detienes ante ellosHabíamos estado comiendo en una aldea jordana y nos íbamos acercando al Mar Muerto por una carretera que ascendía por una colina rocosa. Era una tarde plomiza y blanca, de una luz espectral que difícilmente voy a olvidar. La humedad se notaba en la atmósfera, ... y eso que prácticamente estábamos en el desierto. A nuestra derecha, sobre un pedregal gris y rojo, un beduino había plantado su tienda y fumaba un cigarrillo junto a su camello, y a la derecha veíamos un monasterio franciscano junto a un mirador con flechas que indicaban las direcciones de Ebrón, Mar Muerto, Herodium, Belén, Qumrán, Jerusalén, Ramala, Jericó, Nablus y el lago Tiberíades. Estábamos sin duda en lo que llamábamos antes Tierra Santa, aunque del lado de Jordania, y el paisaje se me antojaba profundamente bíblico. Era como tener ante tus ojos todo el Nuevo Testamento y de paso también el Antiguo, con sus ciudades malditas sobre las que cayó fuego, y los mares malditos en lo que no hubiese sido posible la pesca milagrosa.
Íbamos descendiendo la colina cuando Sebastián me dijo que el Mar Muerto nunca tenía olas y que jamás llovía en sus orillas. ¡Para qué lo dijo, me pregunto ahora! En cuanto alcanzamos la rivera del mar más salado del mundo vimos que pequeñas pero muy visibles olas iban a morir a la arena gris y los cantos rodados, y que caía una lluvia menuda y cálida, creando un ambiente sedoso e impresionista, que tornaba el paraje aún más alucinante y que te invitaba a la ensoñación extensa, que lo abarcaba todo: el pasado, el presente, el futuro.
Pocas veces en mi vida me han invadido emociones parecidas. Aunque seamos agnósticos, los que nos hemos criado en las culturas del cristianismo tenemos ciertos lugares tan incrustados en la cabeza que es imposible no emocionarse cuando al fin te detienes ante ellos. Casi no me podía creer que me hallaba ante el Mar Muerto, así que me descalcé, me remangué los pantalones y me adentré en aquel lago tan mitológico. Un niño en silla de ruedas con una enfermedad en la piel me miraba desde detrás del pretil que separaba el paseo de la playa. El Mar Muerto tiene fama de curar las más raras enfermedades epidérmicas y le sonreí como diciéndole que podía ayudarle a alcanzar el agua como yo ya había alcanzado, pero su madre me dirigió una mirada llena de severidad y proyecté los ojos en el agua y en las rocas doradas que se alzaban en la otra orilla.
Sebastián me prestó sus prismáticos y con ellos puede ver, más allá del mar, las torres de Jerusalén, ocupando el lugar más meridiano del horizonte. A la derecha se percibía la desembocadura del Jordán, y a la izquierda las casas blancas y lejanas de Jericó.
Pronto se hizo de noche y entonces Sebastián encendió dos velas que había comprado en el monasterio, pasándome una de ellas. Resultaba emocionante caminar por las playas del Mar Muerto con un tembloroso cirio en la mano. De ser un hombre pasabas a ser un fantasma deambulando junto al agua salada bajo un cielo lleno de estrellas mínimas e infinitamente lejanas.
No sentamos sobre una piedra redonda que besaba el agua y mientras la vela se consumía pensé en toda la mitología que albergaba aquel lugar. Más de un patriarca bíblico se habría detenido ante aquel mar y en algún momento habría pensado que el Mar Muerto era un lago de agua dulce en el que saciar su sed y la de sus camellos. El mismo Jesucristo pudo haberse detenido a meditar en el mismo lugar en el que nos hallábamos tras haber sido tentado en el desierto, que según San Antonio y otros anacoretas es el verdadero lugar de la tentación. Sodoma y Gomorra se habían alzado junto al Mar Muerto, como si el vicio y la corrupción necesitasen tener al lado un lago lleno de sal; y en la otra orilla, cerca de Jericó, cuyas luces se veían a lo lejos, habían sido hallados los rollos de Qumrán, que nos trasportaban a los tiempos anteriores a la destrucción del templo de Jerusalén. Todo lo cual para decir que las orillas de aquel mar de muerte y de sal podían albergar grandes condensaciones de memoria que penetraban en ti en el acto mismo de respirar. La vela se había consumido pero yo no quería irme de allí. Se estaba bien sobre aquella piedra, escuchando las olas levísimas del Mar Muerto y el viento del desierto, en el reino de la más apacible oscuridad.
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