Secciones
Servicios
Destacamos
Fermín Herrero
Valladolid
Jueves, 23 de enero 2020, 21:29
Deseo de ser araña. Con esa obsesión en parte consoladora intenta abstraerse del calvario en forma de torturas sistemáticas («al final estaba tuerto y falto de varios dedos», casi cegado por «una cortina de sangre»), con el que intentan sonsacarle quién o quiénes escaparon ... a una emboscada en un chamizo del monte, n «guerrillero de montaña», decidido a soportar definitivamente «el dolor de permanecer callado, que sentía como deber insoslayable, mandato sagrado de compañeros y partido». Así, con la punzante descripción, pormenorizada, de un interrogatorio brutal, que se palpa, se huele, se abre en canal 'La brigada 22' (Pepitas de Calabaza), ópera prima del periodista, y vaya si se nota su profesión a lo largo de la novela, Emilio Gancedo, autor con anterioridad de 'Palabras mayores', un libro crucial para combatir este tiempo ingrato que olvida e ignora de dónde venimos, cuáles fueron las formas culturales que nos han hecho personas.
Gancedo ha esperado, no como otros escritores de su generación, hasta pasados los cuarenta, antes es muy raro y difícil haber alcanzado la madurez necesaria, para volcarse en una novela como ésta de fuste, muy sólida y bien armada en la alternancia de tiempos, de estilo incisivo y a la par templado, sin los aspavientos que delatan a los principiantes. Siendo muy visual, reverbera en ella un lirismo con frecuencia conmovedor, asentado en la minuciosidad descriptiva, a veces enumerativa, apabullante en su lograda precisión, y en los certeros símiles que jalonan el texto. Destaca asimismo la soltura en los diálogos, muy creíbles, tantos los urbanos como los rurales, pese a la fabulación en el tono, que al cabo deriva en farsa, llevada por un humor tierno. Pero, sobre todo, subrayaría cómo es capaz, por encima del pretexto de la intriga, de elevar vidas anodinas con una emoción contenida.
Le sobran en su propia tierra maestros indiscutibles de la novela coetánea en los que mirarse y ciertamente puede afirmarse que Gancedo ha asimilado la chispa narrativa de José María Merino, el tino del realismo provincial, trufado de suave ironía, con que Luis Mateo Díez, por caso, retrata a los grises viajantes y oficinistas y, al fondo, claro, en cuanto a la temática que aborda, la sombra benéfica de Jesús Torbado y 'Luna de lobos', de Julio Llamazares. Algunos pasajes que tienen lugar en el espacio simbólico de la olla de los maquis supervivientes tienen también cierto aire, por lo impenetrable que se integra en lo mítico, a la Región del Numa benetiano. Sin duda Gancedo es un digno sucesor de la estirpe pujante y diversa de la novelística leonesa, con escritores como él está garantizado el relevo generacional.
Tres años más joven que Gancedo, Margarita Leoz, licenciada en Filología Francesa por Salamanca, ha agavillado en 'Flores fuera de estación' (Seix Barral) su segundo libro de relatos. De momento parece que no se ha lanzado a la larga distancia, y en general creo que bien está que así sea, foguearse en los cuentos hasta que se alcance la experiencia y la destreza necesarias para embarcarse en la novela. Avalada en la faldilla promocional y en la solapa por Sergio del Molino, que hace hincapié en la «delicadeza letal» con que aborda las «catástrofes cotidianas» y por Gonzalo Calcedo, uno de los referentes indiscutibles de la narrativa breve actual, que califica su escritura como «tersa y natural», la narradora navarra ha compuesto un volumen en cinco movimientos.
El libro va ganando cuento a cuento porque lo implícito (la parte oculta y decisiva del iceberg en virtud de la conocida teoría de Hemingway) supura a través de motivos aparentemente inanes y va surtiendo efecto en el lector, al que obliga a asomarse por las grietas del estado de bienestar a los sumideros por los que se escapa y diluye la humanidad. En consonancia con la prosa ágil, un punto nerviosa incluso, cuando la ocasión lo requiere, como en el primer cuento de personajes de hoy en día, cosmopolitas, en los argumentos afloran las neurosis contemporáneas, con seres extrañados del mundo por razones que no se explicitan, que debe aportar el lector. Síntomas varios de la deshumanización en que vivimos. En el relato 'Piedras al mar', que se centra en un abuelo aparcado en el moridero de una residencia de ancianos, por ejemplo, a unos encuentros amorosos esporádicos se les llama refriegas.
A diferencia del ámbito, la vida provinciana como detenida en el tiempo que subsiste en las ciudades pequeñas, y del estilo, amasado en la tradición novelística hispana, de Gancedo, Leoz nos muestra la vida moderna mediante una prosa con frecuencia elusiva y entrecortada, que tiene un aire norteamericano, marca Carver, digamos y tal vez de ahí la referencia de Calcedo. Los personajes, por caso, no se configuran morosamente, sino que se presentan por completo gracias a cuatro trazos muy bien espigados, porque en esto, como en todo, la autora, al decir de Ricardo Pita, «maneja el arma de la sugerencia con suma destreza». Los propios títulos de los relatos aluden a algo en apariencia insignificante o en todo caso colateral que cobra importancia con efecto retardado.
El cuento final, que da título al libro de Leoz, está puesto en boca de un divorciado, ex alcohólico y en paro, que, al contrario que sus padres, pertenece «a un planeta distinto, a una raza ajena, la de los que no conocen el amor». Precisamente sobre una pareja irlandesa (el espanto criminal del terrorismo, de la situación del Ulster en general, planea sobre la novela como trasfondo básico), que vive en Glasgow, con un hijo y nieto en Canadá, sumida en la rutina matrimonial y que ha decidido escapar de la monotonía mediante unas vacaciones en Holanda trata 'Unas vacaciones en invierno' (Libros del Asteroide) de Bernard MacLaverty, novela eminentemente dialogada, de un realismo feroz trufado de ironía posmoderna y cierto humor 'british', con esa solvencia al transcribir el lenguaje hablado tan común en la narrativa en inglés, lo que facilita la lectura. La trama es lineal, con suaves digresiones, y se desarrolla en un fin de semana, pero los frecuentes 'flash-backs', más elaborados estilísticamente, sirven para ensanchar el tiempo y repasar las vidas de la pareja.
Sus andanzas por Ámsterdam (Rijsmuseum, Barrio Rojo, casa de Ana Frank, los canales…) dan pie a un análisis a fondo de los cónyuges, de vida acomodada y en apariencia bajo control absoluto, pues les gusta «planificarlo todo con antelación, tenerlo todo bien atado». Sin embargo, las fisuras por debajo de la estabilidad material, como se adivinaba en los relatos de Leoz, pueden dar al traste con el matrimonio. Eso sin contar la falta de sentido de la existencia, que le lleva a él a refugiarse en el alcohol (recuerda, por cierto, a Carver y cómo al final logró sobreponerse a su adicción a la bebida) y a ella a buscar consuelo en lo espiritual, de hecho quiere informarse sobre un hogar o santuario donde perdura la curiosa «isla de mujeres»beguinas, con el fin de retirarse del mundo e integrarse en su comunidad. No sabemos si ese distanciamiento llevará al final a la ruptura o bien se consolidará el pacto tácito que ha propiciado la unión y seguirán juntos perpetuando el milagro de la vida y del amor.
La novela de MacLaverty, en su elipsis de lo sustancial, me ha llevado a 'Monte a través', publicada en alemán hace tres años, el décimo libro narrativo que edita Acantilado del autor suizo Peter Stamm, consumado maestro en el arte de la brevedad contundente. Fue justamente su libro de cuentos 'Lluvia de hielo' el que me enganchó a este escritor que me fascina e intriga, pues no acabo de comprender cuál es el secreto mediante el que supuran en su prosa las llagas de nuestra sociedad del bienestar ni cómo es capaz de mostrar la verdad sobre la incomunicación radical, cada vez mayor, entre los que disfrutamos de sus dividendos.
El solipsismo que nos define y la tendencia a construir murallas kavafianas en torno nuestro, para defender a los demás de la incuria propia, que termina atosigándonos, se aplica aquí a una pareja armoniosa, corriente y normal, aparentemente feliz por completo, de clase acomodada y con dos hijos pequeños, el día que vuelven de las vacaciones veraniegas. Ya en el primer párrafo asoma esa inquietante amenaza de fondo que Stamm tan bien detecta: de atardecida, el seto que delimita el jardín de la casa del matrimonio, al alargarse las sombras, se asemeja a un muro infranqueable, mientras que el cuadrado del césped parece «un oscuro calabozo del que no había escapatoria».
Con ese peso encima, el lector debe averiguar qué pasa si, en medio de la rutina, en tanto la mujer recoge la ropa y los enseres acarreados desde una playa española, el marido abandona el hogar como un sonámbulo, enfila la noche y se echa al bosque alpino; cómo reaccionará la esposa ante la desaparición súbita e inconcebible y qué espera al final de la escapada, si al cabo regresará o será una fuga definitiva. Como en los tres libros anteriores, bajo una fingida frialdad, se busca emocionar al lector sin mostrar lo obvio y lo trillado. Y sin duda también lo consigue.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.