Abel Aparicio. leonoticias

Mujer, mina, memoria, ingredientes de la nueva obra de Abel Aparicio

Esta amalgama de conceptos da sentido unitario a los tres relatos que componen '¿Dónde está nuestro pan?', del poeta leonés

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 19 de febrero 2021, 08:30

Hace nueve años publicó su primer libro de poemas, 'Tintero de tierra', en edición bilingüe castellano/llionés. En él ya se apreciaba buena parte del universo geográfico, literario y sentimental que conforma la obra de Abel Aparicio (San Román de la Vega, León, 1980). En ... 2015 apareció 'Alboradas en los zurrones del pastor', que confirmaba y crecía desde esta misma línea, y dos años después su libro de viajes 'La ruta del Tuerto': más complicidad vivida entre el autor y su tierra.

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El paso a la narrativa, ahora, se produce de la manera más natural. No en el gran formato de una novela-río, sino más bien en el juego de espejos fragmentario de tres relatos cortos, con unidad de estilo y un mismo fondo ético y estético. La guerra incivil y la posguerra españolas son el marco histórico en el que se desarrolla la acción. Y las tierras del carbón del Bierzo, el escenario que lo envuelve y lo condiciona todo. Desde la profundidad oscura de la tierra hasta la fuerza indómita del paisaje. Pueblos encajonados en la escarpadura, donde el sol «se deja de ver demasiado pronto». Esa herida profunda en la montaña, y en quienes la han poblado a través del tiempo, que en cierta manera continúa abierta, y palpitante, a través de las nuevas generaciones.

«Mujer, mina y memoria»: esos son los ingredientes, en palabras de la prologuista Ana Gaitero, de la amalgama que da sentido unitario a los tres relatos que componen '¿Dónde está nuestro pan?'. «Tanto me quitaron que me dejaron hasta sin miedo», dice una de las protagonistas de la primera historia, que es la que da título al libro. Mujeres, esposas, madres, hijas… trabajadoras en casa, en la mina, en el campo, algunas también milicianas en el frente. El valor de las mujeres, su unidad, su desafío, frente al miedo o la prudencia de los hombres cuando las situaciones llegan al límite. Mujeres de esta tierra leonesa, pero también de otras partes de España, conjuradas por el trabajo en las minas: «Cada una traía su acento y sus costumbres. Sin embargo, todas compartían las mismas inquietudes e ideas y, por si eso fuese poco, el mismo problema». Mujeres, en fin, que por difíciles que pudieran ser las circunstancias, nunca dejaron de soñar: «Recordad que lo imposible sólo tarde un poco más».

Y junto a las mujeres, la mina. La entraña de la tierra que evoca el trabajo ingrato, desmedido. La oscuridad de la existencia y el vínculo en el sufrimiento de los que comparten la dureza de la tarea. Y el trocito de cielo que está en lo alto, al final del túnel, como metáfora de un vivir en la resistencia, en lo que podrá venir más allá del peso de los días y de la negrura del presente.

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Y junto a la mina y las mujeres, la memoria. La memoria de los vencidos, que al cabo resulta siempre ser más fuerte que la imposición de los vencedores. La memoria que llama a las nuevas generaciones que, como es el caso de Abel Aparicio, recogen aquel testimonio de dolor y de esperanza y lo trasladan a nuestros días. Días, por cierto, que nos obligan a leer todas estas historias de una manera distinta. Luz al final del túnel, pequeños trofeos, profundamente humanos, de libertad. De esa libertad que nunca se alcanza sin penuria, sin paciencia, sin fatiga ni tesón. Ni sin el vínculo ni el compromiso con los otros.

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