![Monstruosa ternura](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202002/14/media/cortadas/Trevi-krlE-U1001491125664RG-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Quizá lo más paradójico de Fellini es que siempre fue él mismo y los cambios radicales que hizo a lo largo de su obra. Dibujante y guionista antes de ser director de cine, consiguió eso tan difícil de que adjetivaran su nombre para definir algo, felliniano, como chaplinesco, y que todo el mundo lo entienda.
Otra característica de importancia es su capacidad de formar equipos que le duraban muchos años, o siempre; como el músico Nino Rota, los actores Julietta Massina, con quien se casó, o Marcello Mastroianni, que fue su alter ego en la pantalla; los guionistas Tullio Pinelli y Tonino Guerra… También tuvo la habilidad de hablar a menudo a un tiempo de sí mismo y de lo que ocurría en Italia en ese momento, y encontrar ahí los conflictos que nos siguen interesando. Fue quizá el director de cine europeo más conocido de su tiempo, por encima de Bergman, Truffaut, Buñuel… porque sus películas arrastraban multitudes en un tiempo en que el cine era el arte más popular y no solo entretenimiento de masas.
La primera obra que lo representa al completo fue 'Los inútiles', en 1953, el retrato de una pandilla de jóvenes talluditos y gamberros, sin oficio ni beneficio en la primera postguerra. Ahí empieza su galería de monstruos blandos, gente que todos reconocen, que nos rodean, a quienes Fellini trata siempre con cierta piedad, sin dejar de mostrar las peculiaridades que los hacen rechazables.
'La Strada' (1954) es ya una obra maestra, dentro de los cánones del neorrealismo, que Fellini ayudó a erigir desde el guión de 'Roma, Citta Aperta' (1945) de Rosellini. Su singularidad viene del personaje de Giulietta Massina, un ángel, con difícil encaje en el mundo. Ese motocarro destartalado, la vida de saltimbanquis y la música que sale de la trompeta de Gesolmina son inolvidables. Escenifica un mundo de pobres, en el que la muchacha es prácticamente vendida al forzudo Zampanó porque en casa hay demasiadas bocas que alimentar. El discurrir por las ferias de los pueblos entre titiriteros y payasos en una existencia en la que a nadie le sobra nada y las peleas sin sentido son la sopa de la que se alimentan los personajes. Hay un triángulo que no termina de ser amoroso y una desgracia que se resuelve con otra, sin castigo.
En 'La Dolce Vita' (1960) ya hay otras formas y predomina la decisión de ser un director moderno. Cambia el motocarro por lujosos descapotables y el mundo del lumpen por los nuevos ricos que emergen al calor del milagro económico italiano. El desarrollo dramático se deja a un lado y empiezan esas largas escenas en las que el tiempo real predomina y hay momentos epatantes, como el Cristo que sobrevuela Roma colgado de un helicóptero, en la primera secuencia. Ese país que se moderniza a velocidad de vértigo coexiste con la cultura atávica que lo caracteriza, desde los celos de las mujeres que ven cómo sus novios son unos golfos, al gusto por los milagros, ahora cubiertos por la prensa con todo lujo de medios audiovisuales. Los paparazzi de hoy reciben el nombre del fotógrafo de prensa que acompaña al periodista (Marcello Mastroianni), que funciona como columna vertebral del filme. Las mujeres son el objeto de deseo de ese mirón que luego cuenta chismes de famosos en su periódico. La escena de Anita Ekberg bañándose en la Fontana de Trevi, como una sirena, como una Venus de Rubens saliendo de las aguas es el paradigma, pero circulan algunas más, y todas le atraen al cotilla. Entre fiesta y fiesta, el personaje del escritor Steiner parece que insufla serenidad y saber. En sus reuniones se dicen palabras elevadas en tono circunspecto. Su final trágico pone en cuestión lo que predica, y el intento del periodista por ser un escritor serio. La película es el referente directo de 'La gran belleza' (2013) el trabajo de su seguidor Paolo Sorrentino.
'Fellini 8 y ½' (1963) es un filme provocador en su modernidad, con el nombre del director ya en el título. Hay un desnudamiento muy arriesgado en esa sucesión de secuencias más o menos oníricas. Contra todo pronóstico, fue un éxito y le consiguió su tercer Óscar.
Gulietta Massina, en sus distintos personajes, que vienen a ser variaciones sobre un mismo tema, llega también a aparecer en un título, 'Gulietta de los espíritus' (1965). Encarna el encanto y la fragilidad de un ser bondadoso y fascinante que no entiende cómo funciona el mundo, y se ve engañada y maltratada de continuo.
'Amarcord' (1973) fue su último gran éxito, y otro Óscar más. A partir de los recuerdos de su infancia en Rímini, aparecen una serie de personajes histriónicos, de los que no importa su psicología, sino el arquetipo que representan. El relato es una celebración de la vida, desde la llegada de la primavera, con la que empieza el filme, pasando por las distintas festividades anuales, hasta la boda final, también en primavera. Hay un momento trágico, como la muerte de la madre de Titta, el adolescente gamberro con el que podría identificarse el director, y otro aún más paródico que los demás, en la visita de Mussolini. Casi toda la escenografía está recreada en estudio, allí uno no está al albur de los elementos. Los personajes tienen un punto ridículo y otro patético, pero se los ve con simpatía siempre. Desde la Gradisca, la guapa oficial del pueblo, ya un poco mayor, tan arreglada; pasando por la Volpina, encarnación del deseo sexual más básico; el motorista que recorre la calle Mayor a toda velocidad; el vendedor callejero de golosinas que cuenta historias fantásticas; el abogado pedante que explica la historia y la gran importancia de la ciudad mirando a la cámara; la estanquera de pechos nutricios… No hay culpa, como de costumbre en Fellini; la religión son unas cuantas costumbres que no hacen daño a nadie; el fascismo es un episodio chusco, que da lugar a anécdotas divertidas. Hay farsa y parodia a partes iguales, con un grueso barniz de ternura hacia ese mundo, desde una mirada infantil.
'El Casanova' (1976) en cambio es una película fría, como ese pájaro mecánico que se pone en marcha con los coitos de su dueño. Contrasta su gusto por las grandes escenografías y un cierto desaliño en el manejo de la cámara. En 'Ginger y Fred'(1985) junta a sus dos actores fetiche, Giulietta Massina y Mastroianni en el ocaso de sus carreras, ficticias y reales. En esos últimos años juega con el recurso al documental, más o menos ficticio, algo que venía haciendo desde 'La dolce vita', pero ahora de manera predominante: 'Ensayo de orquesta' (1978), 'Entrevista' (1987).
Fellini da vueltas y vueltas sobre lo que hace, convertido ya él mismo en personaje, no deja de cuestionarse, con humor, sin envaramiento, un poco monstruo él mismo.
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