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Los libros de la semana

La mochila de piedras de 'Shy' y la historia del hipocondríaco que lidió con el cáncer de su padre

Las propuestas literarias de esta semana acompañan a un adolescente en su huida del centro en el que estaba internado y apuestan por dos ensayos sobre literatura e imagen

Víctor Vela

Valladolid

Sábado, 30 de noviembre 2024, 10:29

Un adolescente que huye de un centro de menores, un hipocondríaco que debe enfrentarse a la enfermedad terminal de su padre, un bibliófilo empedernido y un analista de la imagen y la memoria. Son los cuatro protagonistas de las recomendaciones literarias de la semana.

'Shy', Max Porter

«La noche es inmensa y duele» (39)

  • Shy Max Porter

  • Random House. 128 páginas. 18,90 euros.

«Chavales, no voy a permitir que ninguno de vosotros sea catalogado por lo que hizo en el pasado», dice un trabajador social, tal vez una psicóloga, en todo caso una voz adulta indeterminada que trabaja en Última Oportunidad, el centro de menores del que Shy se acaba de escapar con el walkman encendido (estamos en 1995) y una pesada mochila que es símbolo de todo el peso que lleva encima. «No se hundiría tan profundamente a cada paso si no llevara una mochila llena de piedras» (78). El chico es un adolescente que huye de un espacio en el que ha sido recluido después de cometer una brutal agresión en casa. El historial es tremendo: expulsado de dos escuelas, primera advertencia policial a los trece años, primer arresto a los quince, consumo de cocaína… y un inmenso complejo de culpa, la sensación de no encajar, de ser incapaz de canalizar su frustración por un camino que no sea el de la violencia, acorralado por una «ansiedad súbita y espesa» (73), asfixiado por «ideas pequeñas y abandonadas» que se convierten en obsesiones. Y una inmensa soledad.

Max Porter propone un viaje a la mente de este chaval al que le pusieron por mote Shy. Para ello, recurre a todo tipo de herramientas. Frases cortas, ráfagas de pensamientos, voces de otras personas que llegan del exterior (con el texto justificado a la derecha). Órdenes que se muestran en la página con una tipografía inmensa, avasalladora, como si quisieran apabullar al lector («No puedes hacer esto», «menuda manera de comportarse»). Las primeras páginas desconciertan. Saltos temporales, frases que no sabes muy bien quién dice, alternancia de cursivas y negritas… un derroche experimental (un «caos emborronado del subconsciente», 49) que hay que asumir como tal si se quiere disfrutar de la novela.

Para ingresar en el tono del libro hay un capítulo clave. Cuenta un episodio de la infancia de Shy. Unos amigos de su madre y de su padrastro han ido a cenar a casa y el hijo de ellos va a quedarse a dormir en el cuarto con Shy. Pero, llegado un momento, ese otro niño sale corriendo y dice que no quiere seguir allí, que se quiere marchar. Shy se siente culpable, siente que algo ha hecho mal, pero no sabe muy bien qué. Ese sentimiento de culpa, esa sensación de que hay algo en él que expulsa a los otros, esa tortura constante sobre el qué estare haciendo mal, esa frustración no canalizada, esa soledad como condena serán claves en su desarrollo posterior. Y junto a esto, la crítica del padrastro por no saber comportarse y el 'no pasa nada' de la madre que todo lo deja pasar. Esa mezcla de condena y abandono (que habla no solo de Shy, sino de todo un colectivo de desfavorecidos) atraviesa esta novela tan extraña y sorprendente como, a veces, desconcertante. El acoso escolar, el abandono familiar, los límites de los servicios sociales, la burla social, el buenismo insustancial de las frases motivacionales, la sospecha de no poder fiarse de nadie (65)… todo eso asoma por esta historia que terminan sin esa mochila llena de piedras y con la confianza de que, pese a todo, en el camino es posible hallar compañeros y aliados que nos salven y a los que salvar.

'Yo estoy en la imagen', Miguel Ángel Hernández

«El recuerdo es siempre un 'acto de memoria' que sucede en el ahora» (142)

  • Yo estoy en la imagen Miguel Ángel Hernández

  • Acantilado 274 páginas. 18 euros.

Hay temas recurrentes que resuenan en la obra de Miguel Ángel Hernández. Asuntos que se asoman a sus piezas de ficción ('El dolor de los demás', 'Anoxia'), pero que también impregnan sus ensayos, sus estudios de arte, sus diarios y conferencias. El propio autor los resume en el prólogo de 'Yo estoy en la imagen'. «La memoria, el duelo, la ética de la mirada, el tiempo trastornado, la posibilidad de recuperar lo perdido, la amenaza de la catástrofe...» (15). Todas estas cuestiones se abordan en los textos que componen esta compilación de «ensayos afectivos y ficciones críticas». En ellos, Hernández (con referencias y homenajes a Walter Benjamin) se fija en la responsabilidad de la mirada, en aquello que el espectador aporta a lo que está viendo, en eso que el lector lleva consigo cuando se pone delante de un libro. «Por mucho que queramos, nunca podemos quitarnos de en medio, abstraernos del peso y el volumen de nuestro cuerpo, pero tampoco del peso y volumen de nuestras emociones, de nuestros recuerdos, nuestros miedos o nuestros deseos» (10). Lo que somos afecta a lo que recibimos. No hay, por lo tanto, espectadores pasivos, porque en el mero acto de decodificación ya jugamos un papel. «El espectador no puede ser declarado inocente» (28). Y por eso tiene una responsabilidad ante lo que ve, lo que lee, lo que percibe.

Estas son las primeras ideas de un libro nutritivo que recuerda el poder actual de la imagen. «La mejor manera de definir al artista contemporáneo es como 'creador de imágenes'. Ya nunca más pintor, fotógrafo, cineasta... El medio no es el mensaje. Ya nunca más fotografía, pintura, vídeo, cine... solo imágenes» (146). Con una carrera académica como historiador del arte y un currículo literario aplaudido con razón, Hernández ha reunido un puñado de textos muy interesantes reflexiona sobre la memoria «como una fábrica de ficciones, repleta de alteraciones, fallos y lagunas» (20). «El pasado, lejos de estar clausurado para siempre, reverbera en el presente, lo afecta, lo toca y convive con él» (158).

'Legado', Agustín Márquez Díaz

«¿Cómo preguntas a un ser querido dónde 'desea' morir sin que uno también se muera por dentro?» (183)

  • Legado Agustín Márquez Díaz

  • La Navaja Suiza 192 páginas. 15 euros.

El primer legado es el nombre. Cuando el padre acude al registro civil se trastabilla, trastoca las letras y el niño será para siempre Grabiel. Con la erre torcida. Grabiel es el narrador de este libro emocionante, divertido, inteligente, enternecedor. Grabiel es un tipo atravesado por la sospecha de que todo en su vida es susceptible de empeorar. «Los optimistas ganan a veces; los pesimistas siempre» (62). Piensa que siempre hay una enfermedad al acecho («el hipocondriaco no escucha su cuerpo, lo interroga», 28), tiene ansiedad («esa mosca que en un paseo por el campo se engancha a ti, 44) y TOC. Los primeros capítulos del libro, en los que Grabiel relata su vida cotidiana -trastocada por tantos temores- es divertidísima. Las visitas a los médicos con la esperanza de que confirme sus malos augirios, los rastreos por Internet en busca de lo peor, la manera en la que se agarra a las mínimas dudas (los »en principio«, los »parece que«, los »no tendría que...«). Ese retrato de una persona inmersa en el autoboicot constante es primoroso. Está escrito en pequeñas escenas y pensamientos, algunos de no más de una frase, que retratan a un hipocondriaco a la perfección. Y entonces, ese tipo predispuesto a la tragedia, aunque nada indique en su vida haya algo que lo confirme, se topa de bruces con ella. El tipo que se cree eternamente enfermo descubre que su padre tiene cáncer. Un cáncer terminal.

La familia tendrá que enfrentarse a lo inesperado y Grabiel que asomarse a lo que es padecer de verdad una enfermedad. La forma en la que padre e hijo viven ese cáncer, lo asumen o no, buscan soluciones e información conquista la segunda parte de la novela, donde el humor desplegado al principio deja paso a unas páginas emotivas y conmovedoras. 'Legado' es un libro estupendo sobre cómo afrontar las dificultades de la vida y cómo aprender a darle importancia a las cosas que de verdad la tienen.

'Bibliotecas y extravíos', José Luis Melero

«Se pierde menos tiempo leyendo buenos libros que escribiéndolos malos» (75)

  • Bibliotecas y extravíos. José Luis Melero

  • Xordica 294 páginas. 20,90 euros.

Escribe José Luis Melero, bibliófilo aragonés, que siempre le ha interesado más la defensa de «la literatura de lo arrabalero» (7) que los libros «imprescindibles» que recetan las leyes del mercado. Que su pasión está con las «lecturas periféricas». Su interés, en «la letra menuda y las notas al pie de los manuales de literatura». Su mirada, puesta en el estante más escondido y no en el escaparate iluminado. Por eso, rastrea librerías de viejo, colecciones abandonadas, la cuesta de Moyano y puestos en el rastro (esos libros que te dicen: 'Anda, sácame de aqui´y llévame contigo, 23) para descubrir joyitas en papel que hace tiempo que nadie lee. O que en algún momento tú olvidarás. Por eso me gusta ese artículo en el que cuenta la fiebre ardorosa por conseguir un libro que luego ni siquiera sabes dónde fue a parar. , lo que demuestra «lo efímero que es el placer» (80). 'Bibliotecas y extravíos' es una recopilación de artículos en la que Melero habla de estos libros y autores que escapan del foco mediático y la lista de intercambiables 'best seller'. Hay muchos textos dedicados a sus paisanos, pero por aquí también se asoman 'los nuestros', como Francisco Pino, Jorge Guillén, Francisco Umbral o Rosa Chacel.

Lo mejor de estos libros escritos con sabiduría y pasión, es que siempre descubren voces para ti desconocidas o te inoculan ese veneno sin antídoto de un libro que de pronto quieres sin remedio leer. Por ejemplo, la 'Tontología' de Gerardo Diego, esa «antología de versos malos de poetas buenos». O 'El peatón sentimental', de Julio José Ordovás', que se nos presenta como un recorrido paseado por Zaragoza. O 'La paz mundial', de Pedro Boluda, definido como «uno de los peores libros de poesía que se hayan publicado nunca». Y como no podría ser en este tipo de volúmenes, no faltan los chascarrillos literarios. Entre mis preferidos, esa cena en casa de Ernesto Sábato en la que los invitados tuvieron que glosar la fantástica obra de su anfitrión para que el ego del autor de 'El túnel' no se sintiera desagraviado por los piropos dedicados a otros escritores que no eran él. O esa afición que tenía Miguel Labordeta de autodedicarse los libros. Me ha gustado mucho esta «vitrina de papel de rarezas y curiosidades» literarias (72).

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