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Teresa Herrero es una especialista en literatura japonesa de la que hemos aprendido mucho quienes nos sentimos fascinados por la poesía oriental. Sólo en la editorial Hiperión ha traducido, en colaboración con Jesús Munárriz, cinco libros de poesía: de Akutagawa, Ryookan, poemas amorosos del 'Manyooshuu' ... y un bellísimo volumen de 'Haiga. Haikus ilustrados', con caligrafías y pinturas de Yukki Yaura; otros dos junto a José María Bermejo, una antología de la poesía clásica japonesa y una selección de la lírica de la controvertida poeta Akiko Yosano. Y en solitario nos ofreció un breve ensayo, interesantísimo, sobre la caligrafía y el significado simbólico de dos motivos habituales de los jaikus: 'De la flor del ciruelo a la flor del cerezo'.
Tras el confinamiento domiciliario ha publicado, con la gran ola de Kanagawa como portada, una centena de poemas japoneses sobre el mar bajo el título 'Shiranami (Olas blancas)', la mayoría jaikus, media docena de Matsuo Bashoo y otros tantos de Masaosa Shiki, cuya esencialidad se conjuga a la perfección con la inmensidad inabarcable e inabordable del océano. El primero que se antologa es de Io Soogi y dice: «Muere la luna/y se avivan las olas./Mar de verano». La selección se nos antoja acertadísima, un canto en su totalidad a la belleza, la quietud y la serenidad, lo que puede que sea la poesía, ideal para buscar la calma en estos tiempos inciertos y angustiosos.
Con la omnipresente luna como vigía y capitana de las mareas y los amores, una lontananza de nubes y el rugido del oleaje sobre la arena fugitiva, asoman por los poemas islas cegadas por la niebla, barquichuelas de pescadores con cercetas revoloteando en su derredor, algas quemadas para extraer sal, aldeas perdidas de pescadores, gansos salvajes, buceadoras que buscan perlas y hasta surfistas. Además, a través de la antología se puede seguir, de paso, la evolución de la poesía japonesa, desde el poema que la inaugura, de la Consorte Principal de Nakano One, emperador Tenji (siglo VII), con un aire a los romances y cancioncillas anónimos de nuestra tierra, hasta la poesía japonesa actual, el último jaiku es de Akezumi Reiko, nacido en 1972, pasando por la época de plenitud del tanka, del siglo IX al XIII y cierto versolibrismo moderno.
Distintos acercamientos a lo marítimo y cuanto lo rodea, aunque en absoluto líricos, ensaya también Ce Santiago en 'El mar indemostrable' (La Navaja Suiza), desde aquel que lo vio por vez primera a los quince años por ser de un pueblo serrano de «roquedal, polvo encostrado, rodeado de estacas grises y de tierra, de dejación» hasta otro, criado en una lonja, recosiendo trasmallos y apilando las nasas, que es pescador y ha estado hace tiempo, antes de que las tasas y los cupos acabasen con todo, en Terranova y Gran Sol, pero ahora sólo puede faenar, si acaso, en traineras o palangreros. Y desde un relato de la captura de la caballa a otro no menos portentoso de la descarga de un pesquero.
La 'nouvelle' gira, pues, en torno al mar, asunto no muy frecuentado por los prosistas hispanos, sólo me vienen a la cabeza Aldecoa o nuestro De la Huerga en su póstuma 'Los ballenatos', con un pescador varado en tierra como protagonista, vegetando en una casa de campo, con su mujer y su hijo. Es un pescador amargado de los que temen avistar la costa, de «quienes se han entregado para siempre al mar, quienes son para siempre del mar: el mar», hombres sin raíces que sienten la llamada del mar, aunque despotriquen y maldigan su oficio, a los patronos, los caladeros esquilmados, el arrasamiento de la pesca de las artes de arrastre, las redes vacías tras descartar la morralla, porque «la única verdad que aceptan y reconocen es la verdad del mar».
De este escritor del 77, que se estrena como novelista, sólo se nos informa en la solapa, un tanto a la manera de los seguidores de Bukowski, que «aprovechó los turnos de noche en la garita de un aparcamiento para estudiar Filosofía». Algo más indicativa es su labor como traductor de Nicholson Baker o William H. Glass, entre otros, para hacernos una idea de hacia dónde se encamina. De su estilo inusual por estos pagos, de su experimentalismo estilístico, baste reproducir la primera línea del texto: «shhh ¡¡HHHH!! Ven, ven aquí, y masculla Me cagoen dios». A partir de ahí, con un pulso encomiable, la narración se lanza de una forma desaforada, en algún capítulo bastante joyceano incluso en torbellino, adobada con incrustaciones en indirecto libre o de monólogo interior y acotaciones escénicas y punteada con citas a pie de página que van de Heine a Heidegger, de Pessoa a La Rochefoucauld, de Hölderlin a Wittgenstein, de Larkin a Nietzsche, de Kafka a Bloch, por poner algunos de los aludidos, a modo de digresión colateral y dialogismo, al hilo del desarrollo del argumento.
El manejo virtuoso del lenguaje coloquial, la capacidad de mezclar voces entrecortadas y sobrepuestas, el crudo expresionismo con tintes tremendistas desde el principio hasta el escalofriante desenlace, las descripciones minuciosas, casi meticulosas, para mostrar a las claras, con una verosimilitud cercana al realismo sucio, documental, la desesperanza y la desolación de la vida doméstica de los pescadores anclados en un poblachón de costa, pongamos Barbate, muestran a un narrador distinto. En definitiva un debut muy prometedor, habrá que ver si las expectativas de una prosa potente, eléctrica y electrizante, frenética a veces, pero siempre precisa y con buen amarre, tan desusada en el panorama patrio, se cumplen y Santiago cuaja en obras posteriores como uno de los autores de fuste de la narrativa española actual, tal y como apunta en 'El mar indemostrable'.
En el citado poema que inicia 'Shiranami' se cita a los barcos que pescan ballenas lejos de la costa, en un jaiku, que incluye la antología, se oyen los bramidos de los cetáceos, y ríos de tinta se han vertido sobre la caza de ballenas y su aprovechamiento en Japón, país marítimo por excelencia. Y justamente 'Ballena' (Periférica) se titula un relato, redondo e inquietante, del prestigioso autor de culto francés Paul Gadenne, hasta ahora sin traducir al español.
La impecable prosa de Gadenne, de un lirismo subido y una precisión soberbia, en cierta medida con un aire a Julien Gracq, nos envuelve desde el principio en una sensación de irrealidad, tanto por la atmósfera algo espectral como por la voz de la persona misteriosa, «la viuda todavía joven de aquel al que llamábamos el Capitán», de quien «se rumoreaba que la tristeza le había nublado un poco el juicio», que les comunica al narrador y sus acompañantes del «círculo de aletargados» la presencia de una ballena blanca varada en la costa, «como una cantera de mármol», «como una montaña de nieve», ya en descomposición.
A partir de ahí todo son conjeturas, hasta que el curioso narrador y una amiga deciden acercarse hasta el lugar donde teóricamente descansa la «masa inorgánica», medio putrefacta, ese prodigio, «más parecido a un catafalco que a un animal muerto», bíblico, Leviatán. En el camino, que deriva en una especie de «sueño alucinado», ahíto de hondas reflexiones metafísicas sobre nuestra insignificancia, nuestro destino y «el verbo de la creación» en su sentido más amplio, les interpela lo asombroso, el misterio de la existencia, mientras los lugareños, que somos todos, se atarean en lo banal y frívolo, sin preguntarse, ajenos a la pureza y a la «auténtica fe».
Desde luego en los océanos, con sus profundidades abisales y ciegas, habitan criaturas y misterios insondables. Una de ellas es la anguila, en peligro serio de extinción en la actualidad, de desaparecer como la vaca marina o el dodo. Sobre la vida y milagros de este pez trata 'El evangelio de las anguilas' de Patrik Svensson (Libros del Asteroide), una apasionante y apasionada indagación en el «milagro serpenteante» de esta criatura para muchos desagradable, singular en extremo y escurridiza, en el doble sentido del término, pues escapa en parte, dado su complejo comportamiento, al entendimiento científico, nadie la ha visto, por caso, reproducirse, ni siquiera se ha constatado la presencia de un ejemplar adulto en el recóndito Mar de los Sargazos, donde teóricamente lo hacen.
Svensson expone lo esencial que se sabe del ciclo vital de la anguila –el supuesto lugar de nacimiento y muerte que acabamos de señalar, las sucesivas metamorfosis, su desamparo y determinación existenciales, su aversión a la luz…– en un sucinto primer capítulo y luego desarrolla el curioso itinerario científico que nos ha llevado hasta ahí, con origen en Aristóteles, Homero y Plinio, paradas en la Edad Media, la Ilustración, el Freud triestino e investigadores contemporáneos y llegada en la bióloga marina de Pensilvania Rachel Carson, autora, entre otros, de dos libros extraordinarios, 'Primavera silenciosa' y 'Bajo el viento oceánico', a la que se homenajea, en paralelo a recuerdos, casi epifanías, de pesca con su padre fallecido, con visiones de otros pescadores, tal los de angulas de Aguinaga, sin olvidar la aparición de este fascinante pez en episodios históricos como la arribada del Mayflower a las costas norteamericanas o en novelas como la memorable 'El tambor de hojalata' de Gunther Grass, 'La espuma de los días' de Boris Vian o 'El país del agua' de Graham Swift. Siempre siguiendo la receta clásica, infalible, del 'docere et delectare' mientras desentraña la enigmática «cuestión de la anguila», que es al cabo cuasimetafísica y atañe al ser humano, igual que la naturaleza del mar, cómo desatender el verso de la primera estrofa de 'El cementerio marino' de Paul Valéry: «La mer la mer toujours recommencée».
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