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La escritora Bárbara Mingo Costales.
La mirada y el estilo

La mirada y el estilo

Bárbara Mingo narra el mundo desde una mirada cordial y atenta que desvela lo absurdo y asombroso en sus artículos

Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan

Sábado, 19 de octubre 2024, 12:12

El estilo es el artículo, la realidad es única. Todos vivimos en el mismo mundo, a pesar de que haya quien hable de multiversos y otras confusiones teóricas como el gato de Schrödinger. Las vivencias son similares entre las personas que conviven en un tiempo y un lugar; cosa distinta es cómo cada uno las ve, las analiza o las asimila. También cómo las cuenta. Aquí entra lo propio del escritor. Hay quien piensa que las peripecias novelescas han de ser peregrinas o estrambóticas y quien piensa que hay que contar lo que vivimos. Para mí lo importante es cómo lo contamos: la mirada y el estilo.

Puede el escritor hablar de lo cotidiano común: la compra de unos libros, el encuentro con unos amigos, los desamores de una conocida, el asombro de una niña. De todo esto escriben muchos. Lo que los diferencia es la mirada con la que se asoman al mundo y el estilo con que dan cuenta de tal mirada.

Esto es lo que observo en 'Lloro porque no tengo sentimientos'. Nada hay extraño. Como la gran mayoría de la gente está alerta por los cambios que la inteligencia artificial pueda traer (no solo al mundo al mundo de la escritura) o por la reacción de una niña ante un desengaño o por la estandarización del mundo. El modo en que lo cuenta sí que singulariza a Bárbara Mingo. Hay en su escritura una mezcla de cultura pop y alta cultura («¿Sueñan los monos mecanógrafos con Pierre Menard?», «Adornos y Horkheimers navideños», «realidad mikado») que le sirve para contraponerlas y, con gracia irónica, descubrir lo pretencioso de algunos representantes de la alta (altísima a veces).

En otras ocasiones escribe de lo que pertenece a la cultura popular, como lo es el flamenco que, a pesar de toda la teorización e intentos de intelectualizarlo, sigue siendo un arte cimarrón. La alusión a los tanguillos que canta Pericón de Cádiz pone un toque de humor por la burla hacia la cultura que es impostada. La reflexión sobre los tiempos pasados, centrada en lo poco que ahora llueve comparado con lo mucho que llovió en el pasado, tiene la ligereza de quien no termina de creérselo y sabe que todos los tiempos añoran un pasado.

Tiene la escritora esa capacidad sorprendente de unir asuntos disímiles, como los libros de antiguo y el tanguillo de Pericón, o la poesía y los anuncios que nos encontramos por la calle, tantas veces descacharrantes (me permito traer a colación uno nuevo: «las mañanas de agosto cerramos por las tardes»). Tiene también la sensibilidad para hablar del fallecimiento de Franco Battiato sin mencionarlo. El mundo Mingo Costales lo ve desde una mirada nueva, propia de la atención que Daniel Gascón señala en el prólogo, pero, y esto es lo importante, lo narra con un estilo apropiado para dar cuenta del asombro y de lo absurdo al tiempo que de lo fascinante que es la vida.

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