Miguel Velayos, durante la presentación de su libro 'La curva' en Valladolid. CARLOS ESPESO
La sombra del ciprés

Miguel Velayos: las razones del desertor

El nuevo libro del autor abulense guarda una unidad, una fuerza y una verdad poética que lo distinguen de los demás

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 18 de febrero 2023, 00:42

Desde que se estrenó, en 2004, con 'Esquelas desde Madrid', señalado con el Premio Blas de Otero, la voz de Miguel Velayos (Ávila, 1978) se ha ido depurando de manera tan firme como vigorosa. Hasta hacerse plenamente reconocible. Una rabia serena, viajera del dolor ... a la alegría, como en los versos de José Hierro, que después de una decena de títulos desemboca ahora en 'Desertor'.

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Es difícil saber si este libro se encuentra al final de una etapa poética o si es el principio de otra. En cualquier caso, guarda una unidad, una fuerza y una verdad poética que lo distinguen de los demás. Verdad poética para hablar, curiosamente, de la impostura, de las medias identidades, de las máscaras que la vida nos impone para ocultarnos, pero también para impedirnos ver la auténtica dimensión de la experiencia humana. «Existe un alto riesgo de fuga / de mí mismo», dice Velayos en los versos inaugurales, marcando la hoja de ruta de un libro donde el poeta traduce el viejo lugar literario de la cárcel del cuerpo («este cerco de huesos que me crujen») para hablar, en un sentido más amplio, de la auténtica cárcel del alma. Partiendo de la propia memoria, que tan férreamente nos encierra en nosotros mismos. La gravedad del existir como una suma de pérdidas y renuncias, de derrumbes y orfandades. El exceso de equipaje a la hora de caminar. O de volar.

El peso del dolor. El propio y el ajeno. Pero también la vía de fuga hacia la esperanza. La deserción del pasado para tratar de encontrar lugar en el presente. Algo que cuesta, porque para salir del sometimiento hay primero que reconocerlo, y acaso «hemos nacido en un tiempo donde nadie se presta a la derrota, / a hacerse más ligero, / a desasirse». Un tiempo de oropeles donde la figura del triunfador se impone a la contrafigura del fracasado, el rebelde, el maldito o el payaso. Esa que ha forjado quizás la mejor parte de la mitología del siglo XX.

Desertar, pues, del dolor para ser libres. Desgastar los barrotes de la celda con la perseverancia del poeta, del buscador de luz. Y en la tarea, cantar a la belleza, ese «himno inaprensible» que «se encuentra aquí, aullando entre nosotros, / como una mala bestia». Recuperar el sonido del agua, el misterio que alumbran las tormentas, la liturgia de una barra de pan. Confiar en los beneficios de la poda: la visión de las personas que nos sostienen y las que acaso podríamos llegar a sostener nosotros con nuestras semillas. Y en este renacimiento, si aún fuera necesario en favor del hombre, terminar también renunciando a la belleza. Porque «incluso la belleza exige desertores», como le dice Aristóteles a Nicómaco, por boca de Miguel Velayos. Un libro de una intensidad poco usual.

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