Octavio Paz. Sara Facio

Mexicanos del boom

Oactavio Paz, Carlos Fuentes y Juan Rulfo fueron las plumas aztecas que descollaron en el realismo mágico

Jorge Praga

Sábado, 1 de junio 2024, 08:42

Al final de la década de los sesenta del pasado siglo las fotógrafas argentinas Sara Facio y Alicia D'Amico persiguieron con sus cámaras a los escritores más importantes de América Latina. Reunieron un conjunto de imágenes en blanco y negro de sus rostros, de ... sus gestos cercanos, y decidieron meterlas en un libro que salió en Argentina a finales de 1973: 'Retratos y autorretratos'. Cada escritor quedaba fijado en unas pocas imágenes, precedidas de un texto suyo, «un autorretrato verbal». Todos habían nacido en el primer tercio del siglo, todos estaban vivos cuando el libro se compuso. Veintiún autores que ya en ese momento componían el movimiento más famoso de las letras hispanoamericanas, el llamado 'boom'. Como sucede siempre, hubo reclamaciones por ausencias y por presencias: ni estaban todos los que eran, ni eran todos los que estaban. Pero ahí quedó como crisol fotográfico y como modelo icónico de los García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Cabrera Infante, Carpentier, Borges, Bioy Casares… Estremece esa cantidad y variedad de genios literarios. Todos fallecidos antes de esta primavera de 2024 salvo el más joven, Mario Vargas Llosa. Entre ellos se cuentan tres escritores mexicanos: Juan Rulfo, Octavio Paz y Carlos Fuentes.

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El llamado y publicitado boom se fraguó a lo largo de esa década prodigiosa de los sesenta. Es obligado anotar sus raíces anteriores en la obra de Borges, de Onetti, de Juan Rulfo. Pero en esa década irrumpieron, y ya para siempre, Vargas Llosa con 'La ciudad y los perros' y Carlos Fuentes con 'La muerte de Artemio Cruz', ambas en 1962. Un año después Julio Cortázar con 'Rayuela'. Y, por fin, en 1967, la novela de García Márquez que traspasó todas las fronteras, 'Cien años de soledad'. En ese año además recibió el premio Nobel el guatemalteco Miguel Ángel Asturias. El movimiento, o lo que fuese –un continente enorme y diverso representado por un puñado de escritores que solo tenían en común el lenguaje, las múltiples variantes del castellano–, pronto se cohesionó en estudios y alientos comunes que recogían un caudal más profundo que el éxito o el marketing editorial. Entre ellos sobresale el ensayo de uno de sus componentes cimeros y primeros, Carlos Fuentes: 'La nueva novela hispanoamericana', publicado en 1969, en pleno fragor del movimiento, donde se afirmaba que el boom «se presenta como una nueva fundación del lenguaje contra los procedimientos calcificados de nuestra falsa y feudal fundación de origen y su lenguaje igualmente falso y anacrónico».

En cada país los escritores enfrentaron nuevas técnicas y horizontes sin perder sus raíces: ese fue el desafío, enorme desafío. En México, como señala Carlos Fuentes en su ensayo, tuvieron que remontar el testimonio de la novela mexicana de la revolución, cultivado por autores de prestigio como Mariano Azuela o Martín Luis Guzmán. Juan Rulfo fue pionero en el avance, primero con su colección de cuentos, 'El llano en llamas' (1953), y luego con la novela breve 'Pedro Páramo' (1955), cuyo lirismo se abre a la memoria de Comala, a la de sus vivos y sus muertos, en una suerte de evocación mítica. La obra completa de Juan Rulfo, imperecedera, ocupa poco más de doscientas páginas, si excluimos una novela tardía que primero fue guion de cine, 'El gallo de oro'.

Carlos Fuentes también renovó la tradición sin perderla de vista en 'La muerte de Artemio Cruz', en la que cuenta con técnica de monólogo interior las últimas horas de un revolucionario. De ella dijo Octavio Paz que era «una enorme, gozosa, dolorosa, delirante materia verbal». El propio Octavio Paz fue un impulsor constante de búsquedas en su obra poética, en la ensayística, en exploraciones interculturales que le llevaron hasta el premio Nobel. Fuentes y Paz son la cara inversa de Rulfo. Este, tan escaso en producción, poco viajero, recogido y silencioso (aquella inolvidable entrevista en televisión a mediados de los setenta con Joaquín Soler Serrano, repleta de monosílabos). Aquellos, cruzando fronteras desde niños, cosmopolitas, embajadores en París, en Londres. Octavio Paz vivió en la India, en donde germinó una obra decisiva como es 'El mono gramático'. Fuentes fue profesor en Harvard, amigo de políticos poderosos, guionista de cine. Aquel artefacto hizo ¡boom! y cada escritor salió disparado en una dirección distinta.

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