Le echamos de menos. Por eso no está nada mal volver a los orígenes. A sus primeros libros. A aquella 'Meditación española sobre la libertad religiosa', por ejemplo, que publicó José Jiménez Lozano en 1966, con 36 años. Y que terminó de forjar su posición ... como «cristiano en rebeldía», después de que El Norte de Castilla le enviara a Roma a cubrir como corresponsal, entre 1964 y 1965, el Concilio Vaticano II.
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La editorial Encuentro reedita ahora este libro que Jiménez Lozano escribió para «llevar un poco de información, de luz y de preocupación por este tema básico entre todos para nuestro catolicismo: el tema de la libertad religiosa». En el Vaticano, le sorprendió la manera en que una buena parte de la jerarquía española se negaba a aceptar los cambios en aquel momento histórico. Y además de sus crónicas, impagables, en el periódico, y de su ensayo 'Un cristiano en rebeldía' (1963), quiso dejar para el lector comprometido estas 'Meditaciones', escritas con una finura extraordinaria, en la que su propia voz se diluye entre otras muchas voces, leídas y escuchadas alrededor de este asunto.
No eran tiempos sencillos. Cuando José Jiménez Lozano se embarcó en esta empresa iluminadora, el periódico vivía en plena tensión con la censura. Así que el escritor, a la hora de hablar de esta «excepcional hora histórica que la humanidad está viviendo», decidió desde el principio encomendar su obra al papa Juan XXIII, el alma del Concilio, «una 'ventana abierta' en la Iglesia de Dios tras seculares miedos e inmovilismos cristianos».
La 'Meditación' comienza, pues, también por el principio. Por el relato de su visita al castillo de Sant'Angelo, donde se conservan las mazmorras en las que estuvieron encerrados Benvenuto Cellini, Beatriz Cenci o Giordano Bruno, a causa de la intolerancia religiosa. La sangre de la historia: «también la historia cristiana, que debió ser siempre el reino de la libertad». Así, toda la primera parte del ensayo está dedicada a una serie de reflexiones históricas en las que Jiménez Lozano se alinea con el método y las tesis de Américo Castro. Y la segunda es, simplemente, una colección de textos al servicio del lector. Textos que van desde Enrique II de Castilla hasta Emilio Castelar, pasando por Fray Antonio de Guevara, el padre Juan de Mariana, Fray Luis de León, Menéndez Pelayo, Góngora o Quevedo. Y que concluyen con las voces de algunos de los grandes testigos del concilio, como monseñor Elchinger, obispo auxiliar de Estrasburgo, o los papas Juan XXIII y Pablo VI.
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La pluma fina, culta, inteligente y ya vestida de esa extraordinaria ironía que definió toda la obra posterior de este periodista, ensayista, narrador y poeta que se nos fue, pronto hará un año, sin bajar un escalón en su literatura. Ni en su rebeldía. Ciertamente, le echamos de menos.
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