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La poeta vallisoletana María Ángeles Pérez López.

María Ángeles Pérez López: la herida del lenguaje

«Una dualidad poética, tan plena de placer como de dolor, donde el erotismo juega un papel telúrico fundamental»

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 25 de febrero 2022, 00:01

Desde que apareció su primer libro, 'Tratado sobre la geografía del desastre', en 1997, la obra de María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) circula por un personal camino de perfección. Los principios éticos y estéticos, yo diría que ontológicos, que alumbraron obras suyas en el ... tiempo, como 'Carnalidad del frío' (2000) o 'Atavío y puñal' (2012), han sufrido en los últimos años un proceso doble y acelerado. Un desarrollo al mismo tiempo de profundización y de despojamiento. Una radicalización, en el sentido primordial del término, que ha terminado de pulir una voz propia, plenamente reconocible.

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'Incendio mineral', que sigue de cerca la estela de anteriores entregas como 'Interferencias' o 'Fiebre y compasión de los metales', significa, de algún modo, la culminación de este camino. Al menos hasta la fecha. Un proceso en el que mundo y carne se funden y se confunden hasta la misma raíz mineral del vínculo con la tierra. Y en el que la palabra, encendida e incendiada, surge como la más pura manifestación de esta unión. Palabra física, en la vibración poética que rompe el silencio del mundo. Pero también palabra cognitiva, sustancia de la más pura condición humana: la «herida del lenguaje» como principio fundacional del ser humano.

En este contexto de disolución del cuerpo en la química del mundo, y al mismo tiempo de reconocimiento del mundo en la química del cuerpo, la poeta construye 'Incendio mineral' a través de grandes símbolos. Símbolos como el metal, es decir, las sustancias minerales que se encuentran en el origen mismo de la vida. O como la oscuridad, principio y fin del ser humano en su carrera frenética en busca de la luz. O también como la boca: esa frontera extraordinaria en la que se unen la materialidad del cuerpo y la inmaterialidad del lenguaje, como se amalgaman la sed y el amor humanos, el saber y el saborear, que tienen una misma raíz etimológica: la boca que muerde el mundo y se alimenta de él, pero también la lengua, que es a la vez degustadora y pronunciadora de la palabra, es decir, del pensamiento.

Desde que apareció su primer libro, 'Tratado sobre la geografía del desastre', en 1997, la obra de María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) circula por un personal camino de perfección. Los principios éticos y estéticos, yo diría que ontológicos, que alumbraron obras suyas en el tiempo, como 'Carnalidad del frío' (2000) o 'Atavío y puñal' (2012), han sufrido en los últimos años un proceso doble y acelerado. Un desarrollo al mismo tiempo de profundización y de despojamiento. Una radicalización, en el sentido primordial del término, que ha terminado de pulir una voz propia, plenamente reconocible.

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'Incendio mineral', que sigue de cerca la estela de anteriores entregas como 'Interferencias' o 'Fiebre y compasión de los metales', significa, de algún modo, la culminación de este camino. Al menos hasta la fecha. Un proceso en el que mundo y carne se funden y se confunden hasta la misma raíz mineral del vínculo con la tierra. Y en el que la palabra, encendida e incendiada, surge como la más pura manifestación de esta unión. Palabra física, en la vibración poética que rompe el silencio del mundo. Pero también palabra cognitiva, sustancia de la más pura condición humana: la «herida del lenguaje» como principio fundacional del ser humano.

En este contexto de disolución del cuerpo en la química del mundo, y al mismo tiempo de reconocimiento del mundo en la química del cuerpo, la poeta construye 'Incendio mineral' a través de grandes símbolos. Símbolos como el metal, es decir, las sustancias minerales que se encuentran en el origen mismo de la vida. O como la oscuridad, principio y fin del ser humano en su carrera frenética en busca de la luz. O también como la boca: esa frontera extraordinaria en la que se unen la materialidad del cuerpo y la inmaterialidad del lenguaje, como se amalgaman la sed y el amor humanos, el saber y el saborear, que tienen una misma raíz etimológica: la boca que muerde el mundo y se alimenta de él, pero también la lengua, que es a la vez degustadora y pronunciadora de la palabra, es decir, del pensamiento.

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Una dualidad poética, tan plena de placer como de dolor, donde el erotismo juega un papel telúrico fundamental. Y donde la escritora busca lo que sigue buscando su poesía con imperecedero afán desde el principio: su identidad. Identidad genealógica, como mujer, en las corrientes profundas de la vida y de la sangre. Identidad personal en la identificación con la conciencia colectiva del resto de los seres humanos. E identidad finalmente del ser humano frente al mundo, devorándolo y al mismo tiempo dejándose devorar por él. Un misticismo muy particular y, al tiempo, una experiencia intensa, plena de emoción y de encarnadura poética.

Y donde la escritora busca lo que sigue buscando su poesía con imperecedero afán desde el principio: su identidad. Identidad genealógica, como mujer, en las corrientes profundas de la vida y de la sangre. Identidad personal en la identificación con la conciencia colectiva del resto de los seres humanos. E identidad finalmente del ser humano frente al mundo, devorándolo y al mismo tiempo dejándose devorar por él. Un misticismo muy particular y, al tiempo, una experiencia intensa, plena de emoción y de encarnadura poética.

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