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Fermín Herrero
Valladolid
Viernes, 9 de abril 2021, 09:04
En el prefacio a la novela de Carole Fives 'Llamadas de mamá', Eider Rodríguez denuncia que «si los personajes femeninos en general han sido los grandes silenciados de la literatura, los personajes de las madres lo han sido de manera bochornosa». Para paliar un poco ... esta discriminación invitamos hoy a la lectura de tres excelentes narraciones en francés radicalmente distintas entre sí, que ofrecen profusos matices y ángulos peculiares sobre lo maternal.
En 'Una mujer' (1987) Annie Ernaux eleva una elegía seca, acorde con su proverbial desnudez estilística, en honor de su madre, que murió enferma de alzheimer en un geriátrico «ocho días antes que Simone de Beauvoir». Esta narración es la séptima suya que ha publicado en su catálogo de lujo Cabaret Voltaire, y cuatro 'nouvelles' recuerdo en Tusquets, siempre con una prosa decantada, sutil, que aúna delicadeza y solidez, lo que la ha hecho merecedora del prestigioso premio Formentor. Nótese ya en el título el genérico, en tanto detentador de lo femenino pleno, y el indefinido pudoroso, pese a tratarse de «la única mujer realmente importante en mi vida».
Tras informarnos con un objetivismo notarial de los trámites post mortem hasta el entierro en una pequeña ciudad de Normandía y la comida de difunto con los parientes locales, se precipita el duelo: «me echaba a llorar en cualquier sitio». A partir de ese momento, en busca de la verdad de la relación materno-filial e incluso del verdadero sentido de la vida de su progenitora, de su problemática de clase, común en su obra, Ernaux recorre todos los vínculos, encuentros, desencuentros y fases de la ligazón entre ambas, los gradúa con fina hondura, desde el amor al desapego, pasando por el cariño o la conciencia del abandono, hasta desembocar en la entrega.
Traza, al hilo, su biografía, se permite el lujo de hacerlo, nos confiesa, si bien indica que «esto no es una biografía, ni una novela, naturalmente, quizá algo entre la literatura, la sociología y la historia». Un retrato honesto que se remonta a sus abuelos, carretero y tejedora, origen del carácter fuerte y tornadizo, entre la violencia y la ternura, de su madre, primero obrera y luego tendera, «comerciante», brusca en sus maneras e hipócrita, y quién no, en sus modales y convenciones sociales. Acude de paso a recuerdos cribados, escenas sueltas de su pobre, que no mísera, niñez normanda, de su adolescencia rebelde cuando se «identificaba con los artistas incomprendidos», de Brassens a Prévert o Rimbaud, de la guerra y aún más dura posguerra, de su matrimonio y divorcio, cuando volvieron a vivir juntas a temporadas.
El lector puede establecer un contraste absoluto, en cuanto a tono, intención y estilo con otra novela de escritora francesa, Carole Fives, creo que hasta ahora inédita en español, 'Llamadas de mamá' (Sexto Piso), que aborda igualmente la relación materno-filial, de hecho el título del original de 2017, 'Une femme au tèlèphone' contiene el mismo genérico de Ernaux, pero al aparato. La narración está formada, tal cual, por presuntos fragmentos orales telefónicos de una madre dirigidos a su hija. Podría decirse que con gran habilidad Fives apura y agota el recurso, en verdad inaudito. Si es obligación manifiesta del novelista caracterizar a sus personajes, como necesario en el teatro, fundamentalmente a través de sus palabras, esta escritora y artista plástico-visual de Pas-de-Calais lleva a cabo su tarea con creces.
Así retrata, entre bromas y veras, con voluntad, según la autora, «de dar voz a los sin voz», a una madre bastante neurótica, ama de casa, divorciada a los treinta años de un «psicópata, ese loco de atar», desquiciada, puerilmente narcisista, estresada sin nada que hacer, enganchada a Meetic, EDarling y las telenovelas, con ínfulas artísticas, agobiada y agobiante, que requiere atención completa de continuo, aun en la distancia, aunque sólo sea por desfogarse a su aire, y al tiempo acusa implícitamente a su hija de tenerla abandonada en lo que llama «soledad afectiva». Es una mujer, sin embargo, durísima, afronta como la aventura de su vida la leucemia y la quimioterapia, está tan contenta cuando la ingresan después en un pabellón psiquiátrico por bipolar aguda, en realidad «ansioso-depresiva», siempre subida a una montaña rusa de emociones. Seguramente porque está segura de que la vida «nos aplasta, día tras día» y de que «es un suplicio, ojalá la muerte no».
La cuentista vasca Eider Rodríguez, que cita a la madre de Ernaux, firma un oportuno prólogo en el que, aparte de arrimar el ascua a su sardina, subraya el descacharrante humor, «tan denostado en literatura», del que hace gala Fives a través de la cháchara telefónica de la protagonista. Y es cierto que abundan los golpes hilarantes. En una llamada desde el frenopático aduce que «si estamos aquí es porque nos falla la conexión del cerebro pero por lo demás estamos bien». Tras hacerse con su primer móvil argumenta que se compró el cacharro «para que me simplificara la vida, y bien, lo ha conseguido: desde que lo tengo he perdido a la mitad de mis amigos». En general, es destacable el dominio, siempre difícil, de la oralidad y de las expresiones coloquiales por parte de la autora, su cáustica desenvoltura verborreica.
Nada que ver en cuanto a estilo e intenciones con 'La Deseada' (1997), tercera novela que edita Impedimenta de Maryse Condé, la escritora natural de un archipiélago antillano que recibió honoríficamente en 2018 el premio Nobel Alternativo. Lejos de la autoficción, nos encontramos ante un novelón muy cuajado, con un músculo narrativo y manejo temporal al modo decimonónico. Como en sus anteriores obras traducidas a nuestro idioma es destacable el olfato y maestría de Condé a la hora de levantar una fecunda galería de secundarios, así como la pericia vivísima con que describe no sólo su exuberante Guadalupe natal, el de su tiempo y el de sus abuelos, sino también un gueto del extrarradio de París, algunos lugares de África que conoce bien por motivos biográficos, como Guinea, Ghana o Senegal con sus juglares 'griots', e incluso Estados Unidos, especialmente Boston y su río Carlos, tan literario.
Con una prosa aquilatada y rigurosa, escasa de diálogos, la narración transcurre más bien en la cabeza de los personajes, sobre todo del principal, en el que la autora vuelca la omnisciencia, «digna heredera de un ancestral linaje de mujeres negras, de lo más valerosas y talentosas, que se repartían tanto por África como por América y cuyos orígenes se perdían en la noche de los tiempos». Es una mujer de una pieza, como otras concebidas por la novelista. En tres partes más dos relatos orales intercalados a cargo de su abuela y de la pareja de su madre, la seguimos en sus averiguaciones genealógicas que la conducen, a consecuencia de una rara atracción nostálgica, a la isla pedregosa del título, «donde revoloteaban los colibríes junto a las acacias» y al rastro de su padre, con la convicción de que «los hombres nunca escuchan a las mujeres», intriga que atrapa al lector en espera de resolución, en ambos casos casi como expiación, al cabo muestra de los peligros de hurgar en el pasado a riesgo de convertirse en un zombi.
Es una gozada adentrarse en el poderoso mundo levantado por Condé, aquí en torno a una familia maldita, como la vida misma, en su despliegue de historias de largo aliento, hondo y a la vez expeditivo: «El amor se evapora con el paso del tiempo, igual que los perfumes». Con el telón de fondo de la violencia y el racismo, como motores del engranaje social, el argumento gira, como anticipábamos, en torno a la maternidad, incluso la no deseada o frustrada, en el caso de la protagonista, que se niega a tener hijos porque bastante tiene con intentar reconstruir en precario su identidad. Su propia madre biológica, pasiva e impenetrable, con «corazón de piedra», es una víctima convertida en verdugo, «egoísta, huraña y falsa» según su abuela. De ahí que al principio asuma su papel maternal, cargando exultante con la crianza, una samaritana de rompe y rasga, «un trozo de pan», amante del alcalde comunista, que no ha podido cumplir con sus deseos de maternidad, en el sentido que apunta Ernaux en su planto: «Me parece que ahora escribo sobre una madre para, a su vez traerla al mundo».
Precisamente la maternidad es una de las causas de que el cordón umbilical con la madre no se rompa mientras se viva, a pesar de los pesares, con abandono de por medio inclusive, como le sucede a la protagonista de 'La Deseada': «¿Desde cuando los padres cuentan para algo? Lo único que cuenta de veras es el vientre materno». Reproduzco al respecto el último párrafo de 'Una mujer': «Ya no volveré a oír su voz. Es ella, con sus palabras, sus manos, sus gestos, su manera de reír y de caminar, la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí». Si bien la madre de Fives es de la opinión cínica, no digo que infundada, de que «los hijos los hace uno para sí mismo, si no, sí que sería de lo más egoísta». Y puede que no le falte razón, no sabría uno a qué atenerse, la verdad, recordemos por último las tres definiciones, que ensarta Manuel Vilas en 'Ordesa', preservando el enigma primordial: «Llamo madre al misterio general de la vida. Madre es la muerte viva. Llamo madre al Ser».
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