Santos, decibles, indecibles, sesgados. Siempre en riesgo. Así fueron los amores en la edad dorada de la literatura española. Y así lo cuenta el poeta y crítico Luis Antonio de Villena en su libro 'El amor', publicado por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Un tiempo que en nuestros textos escolares sigue denominándose como el Siglo de Oro. Una edad, dice el escritor, donde poder cultural y poder político son una misma cosa, los dos ligados «a la hegemonía mundial de la monarquía hispánica». Que se abre simbólicamente en 1492, con la toma de Granada, el Descubrimiento y la expulsión de los judíos, pero también con la 'Gramática' de Nebrija. Y que políticamente termina en 1659, con el Tratado de los Pirineos, si bien culturalmente, según Villena, habría que estirarlo por lo menos hasta el año de la muerte de Calderón en Madrid, en 1681, si no hasta el del fallecimiento de Sor Juana Inés de la Cruz en Ciudad de México, en 1695.
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Tiempos de políticas revueltas y cultura de altos vuelos. Y de amores «plurales». La versión española y el desarrollo de esa herencia petrarquista y platónica del amor «de sensualidad idealizada» que inaugura en España Garcilaso, «acaso, el primer poeta español moderno». Y que enseguida alcanza la cima de su 'pluralidad' con los amores entre el alma y Dios de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, «ansia de amor viva». Un camino amoroso que encuentra enseguida a una de sus voces más extraordinarias, la de Lope de Vega («quien lo probó lo sabe»), siempre cerca y lejos de aquel personaje «difícil, elegante y sospechoso» que fue don Luis de Góngora. Y una corriente que se terminó convirtiendo en mito universal en la figura de Don Juan Tenorio.
Para cerrar este juego de amores, además de la figura de Sor Juana («¿amor silente o silenciada sabiduría?») reserva Villena en su estudio una figura sin duda menos conocida, pero no necesariamente menos destacada por la crítica académica, como es la del Conde de Villamediana, «uno de los personajes (además poeta, y bueno) más singulares y algo dandi de nuestro Siglo de Oro». Don Juan de Tassis y Peralta, segundo Conde de Villamediana, fue poeta, político, jugador, libertino, viajero y árbitro de la elegancia. Y murió asesinado en Madrid, frente a la iglesia de San Ginés, en vísperas de un juicio por sodomía en el que llegó a estar implicada la Corona.
Tal vez el centro, o la culminación de todos estos amores, o del Amor, con mayúsculas, seguramente habría que reservárselo a Quevedo. Porque un «enamorado del amor», dice Luis Antonio de Villena, «sabe a la postre, o quizá casi desde el inicio, que al Amor, al poderoso y rotundo y contundente Amor, posiblemente nunca se llega». Un ensayo certero y revelador.
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