Cada nuevo libro de Javier Lostalé, tan cicatero en sus entregas poéticas, es un pequeño acontecimiento. O por mejor decir, una nueva estación, plena de emociones, en su personal camino de perfección literaria. El último, 'Ascensión', sigue la travesía de alta hondura anunciada en 1995 ... por 'La rosa inclinada', que supuso un antes y un después en su poesía. Una poesía con toma de tierra en 1976, con la publicación de 'Jimmy, Jimmy', con sus primeras nieblas en 'Figura en el paseo marítimo', de 1981, y que en los últimos años ha dejado obras espléndidas como 'Hondo es el resplandor', 'Tormenta transparente', 'El pulso de las nubes' o 'Cielo'.
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Ya desde el título de este libro, como desde el primero de sus tributos, cerca de la orilla más vibrante de la poesía de Clara Janés («la elevación es el sentir interior»), como también desde el primero de los textos, en el que el escritor confiesa haber sido «visitado por una transparencia», Lostalé marca con precisión el rumbo ascensional del poemario. Una ascensión, empero, que no tiene un solo protagonista, sino más bien dos. O por lo menos dos en uno («yo soy dos y estoy en cada uno de los dos al completo», que dijo Agustín de Hipona). El «incendio» o el «hermoso latido solitario» del ser solo. Pero su fecundidad vital, que únicamente tiene sentido en el otro. Retirarse del mundo, de sus ruidos innecesarios y de la confusión de sus falsos brillos. Pero retirarse en el «claustro de la mirada» del otro. Entrar en sombra hasta borrarte, hasta aniquilarte… para amanecer en una nueva luz. Un ejercicio de serenidad en la respiración, de preguntas al silencio, de interpelaciones a los fenómenos de la naturaleza. Pero también de encendimientos.
Hay mucho no saber sabiendo («ese no saber / que convirtió toda tu vida / en la luz de su cicatriz»), en palabras de Juan de la Cruz, o mucho «ya ver ciego», en su propio verso, en este libro último de Javier Lostalé. Una vez más, el poeta, en los filos, en los límites de la contención. Las fronteras de cada anochecer, abolidas por la alborada. Y en la alborada, la ascensión.
La ascensión de dos «abejas de lo invisible», de la mano de Rilke. Eso que unos llaman plenitud y otros libertad. Libertad del alma en su emancipación de los anclajes del cuerpo. Libertad de los sentidos en la tierra de nadie de la distancia. Distancia frente a las cosas del mundo, incluso frente a uno mismo. Y sin embargo fusión.
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La llegada poética, al fin, de Lostalé, a la solitud compartida de ese lugar que ya es un no lugar. A ese tiempo que ya no es el tiempo de la estación azul, sino de la estación total. Una nueva aventura literaria que continúa su rumbo en vuelo libre.
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