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Mapa del imperio británico en 1886. EL NORTE
La literatura después de las colonias
De Salman Rushdie a Abdulrazak Gurnah

La literatura después de las colonias

«Hasta finales de la década de 1970, esta literatura apenas recibe atención crítica, lo que, en el fondo, fue una suerte, ya que pudo desarrollarse sin que nadie le dijera qué era y, sobre todo, cómo había de ser»

Viernes, 11 de febrero 2022, 07:23

La concesión del premio Nobel de Literatura a Abdulrazak Gurnah vuelve a poner de actualidad un grupo de literaturas a las que concedemos, en general, poca atención a pesar de la alta calidad de algunos autores. Me refiero a aquellas escritas en lo que fueron las antiguas colonias de Inglaterra. Se las suele llamar literaturas poscoloniales, aunque el término en algunos casos es impreciso. Si hablamos de la literatura de las antiguas colonias, la literatura estadounidense o la irlandesa lo serían. En la práctica, la expresión queda restringida a las literaturas en lengua inglesa de lo que es la Mancomunidad de Naciones (más conocida como Commonwealth).

Hasta finales de la década de 1970, esta literatura apenas recibe atención crítica, lo que, en el fondo, fue una suerte, ya que pudo desarrollarse sin que nadie le dijera qué era y, sobre todo, cómo había de ser. Así, en esa larga primera mitad del siglo XX, los autores escribieron sin conciencia de ser poscoloniales, aunque ya estaban presentes las cuestiones principales de esa literatura: la lucha contra la metrópoli, la reescritura de obras centrales del canon inglés, el interés por el lenguaje o la experimentación con los géneros literarios.

Posteriormente, lo poscolonial se convirtió en una teoría que iba más allá del análisis literario para convertirse en una crítica a la sociedad occidental. La literatura se convirtió para los críticos poscoloniales en un reflejo vulgar de la sociedad en el que encontrar las huellas de la opresión imperialista, idea que reducía mucho todo lo que estas literaturas ofrecían.

La lengua literaria es un elemento relevante en determinados casos. En algunos tiene poco peso. En Canadá, las lenguas nativas apenas tienen presencia hoy día. En países como Kenia, Nigeria y no digamos la India, sí que resulta relevante. Aquí los autores se enfrentan al dilema de escribir en la lengua nacional, respaldados por una literatura oral fuerte, o hacerlo en inglés, la lengua del imperio, también respaldada por una literatura, en este caso escrita, importantísima.

El keniata Ngugi wa Thiong'o propone escribir en la lengua nativa del país. Así lo ha hecho él, que pasó de escribir en inglés a hacerlo en gikuyu. Argumenta que la cultura propia solo puede reflejarse usando la lengua también propia, idea que cualquiera puede ver que es falsa y que tiene más que ver con el nacionalismo que con la literatura.

El lector español sabe perfectamente bien que ningún escritor hispanoamericano ha dejado de reflejar la cultura propia (si es que eso es necesario y pertenece al dominio de la literatura) por haberlo hecho en español. Como tampoco nadie puede dudar de la validez y fuerza de 'Hijos de la medianoche' de Salman Rushdie, defensor del inglés como una lengua de las colonias.

Con el inglés, el novelista puede escribir una narración que compendie y refleje la sociedad poscolonial en la que vive. Antes de Rushdie, Mulk Raj Anad, Raja Rao y R. K. Narayan lo demostraron en novelas como 'Intocable' o 'Kanthapura' o los cuentos 'Días de Malgudi'. Después han venido Anita Desai, Arundhati Roy y Vikram Seth, escritor de novelas de aliento épico en las que parece querer combinar las técnicas de la novela con las del Mahabarata y Ramayana [grandes epopeyas de la India].

Esta hibridación genérica es propia de la literatura poscolonial. Tiene sentido que la convivencia de dos o más culturas termine por dar otra que no es propiamente ninguna de ellas, pues siempre quedará un algo inasimilable.

La fusión brotó en el Caribe con una fuerza inusitada como consecuencia de la unión de las culturas amerindia, europea, africana y asiática. Con frecuencia se ha señalado el papel que las Antillas desempeñaron en la colonización de América. Fueron durante muchísimo tiempo una parada técnica en la travesía marítima desde Europa hasta América. Allí repostaban, se desembarazaban de los esclavos africanos fallecidos durante el viaje, también vendían algunos, y de esas islas obtenían algunos productos como azúcar o tabaco que luego vendían al volver a Europa. En dicho 'laboratorio social' surgió el vudú, el reggae, las lenguas criollas, y algunas de las obras más hondas de la literatura. Estoy pensando en 'Cuarteto de Guayana' de Wilson Harris, el poema 'Omeros' de Derek Walcott, 'Los pasos perdidos' de Alejo Carpentier y 'El lagarto' de Édouard Glissant.

Estos mismos escritores desarrollaron una extraordinaria labor ensayística que atestigua la fecundidad de lo caribeño. Sirvan de ejemplo 'Introducción a una poética de lo diverso' de Glissant, 'Visión de América' de Carpentier, o los ensayos de Harris y de Walcott. Estos autores pivotan alrededor del realismo mágico que Carpentier teorizó. La comunidad cultural (que viene a ser en el fondo un modo de entender la vida y relacionarse con el mundo) hace que podamos hablar de literatura caribeña dejando de lado consideraciones lingüísticas o nacionales.

Otros autores caribeños, realistas en este caso, son E. K. Brathwaite, escritor de poemas de combate y ensayos sobre cultura popular, George Lamming, autor de 'Los emigrantes', y Sam Selvon. Estos últimos emigraron a Inglaterra, como suele ocurrir con frecuencia, pues en el Caribe no lograban vivir de la escritura. Las ilusiones se desvanecieron a su llegada, pues en la década de 1950, en la metrópoli, la literatura caribeña era vista como algo exótico. Se encontraron también con el racismo, y con esos mimbres tejieron sus novelas. Habrá quien piense que en 1980 eso era algo ya pasado. Caryl Phillips comprobó que no era así, que aún continuaba, y así lo dejó por escrito en 'El pasaje final'. Mucho antes, Jean Rhys, extravagante en muchos sentidos, había abandonado las Antillas para estudiar en Inglaterra. Allí escribió 'Ancho mar de los Sargazos', reescritura fascinante de la no menos genial Jane Eyre.

No fueron los antillanos los únicos que emigraron, hubo autores africanos que por razones económicas o políticas también se vieron forzados a abandonar sus países. Entre ellos están Abdulrazak Gurnah y Ben Okri, autor de la excepcional 'El camino hambriento'. Así, los escritores en el exilio forman un grupo en el que quizás la única característica común es la de escribir desde el extranjero. Ahí se incluye también 'Kehinde' de Buchi Emecheta.

Hablar de literatura africana poscolonial en general conduce a que las particularidades de cada país queden difuminadas. Para evitarlo, África se divide en Occidental, Oriental y Sudáfrica. Las guerras que la han asolado, la colonización y el proceso de descolonización son los temas que predominan en las dos regiones primeras. Chinua Achebe ha sido quizás el novelista que mejor ha escrito sobre ello, destacando 'Todo se desmorona' y 'Termiteros de la sabana'. Ngugi es otro que desde un realismo a veces simple en exceso ha tratado las guerras africanas como consecuencia de la descolonización en 'Un grano de trigo'. Aunque si alguien se quiere iniciar en esta literatura le recomendaría 'El bebedor de vino de palma', de Amos Tutuola, considerada como la primera novela africana, y un desafío al lector y a los criterios literarios occidentales, un ejemplo de literatura escrita desde la más absoluta libertad.

En Sudáfrica el tema más importante es el 'apartheid', presente en la obra de la mayoría de autores. Ahí están las novelas y cuentos de Nadine Gordimer, de Alan Patton, Peter Abraham o Ezekiel Mphahlele, precursor de todos ellos. También abunda la poesía de protesta contra el racismo de la sociedad.

Uno de los escritores sudafricanos más extraño y fascinante, también seco y un tanto aterrador, es J. M. Coetzee, autor de 'Foe', reescritura del Robinson Crusoe, y de algunas otras novelas en las que el 'apartheid' aparece tangencialmente. Tampoco lo poscolonial domina en su obra.

Esto es frecuente en la obra de otros muchos que, por esa razón, no debería mencionar aquí, pero cuya escritura tiene una consistencia literaria tal que, al menos, he de nombrarlos. Me refiero a las canadienses Margaret Atwood, quizás sí ligeramente poscolonial, y Alice Munro, sutil cuentista, y a la australiana Barbara Baynton (de quien se habló hace tiempo en este suplemento).

También debería incluir a los poetas Eli Mandel (canadiense) y Les Murray (australiano), y a los narradores, también australianos, Henry Lawson y Patrick White, autor este del extraordinario cuento '¿Me amas?', poscolonial en un sentido muy particular que entronca con 'El corazón de las tinieblas' de Joseph Conrad.

Lo poscolonial apareció en el tardomarxismo como un instrumento para continuar la lucha por otros medios: los culturales, una vez que los políticos se habían agotado (por la propia naturaleza del marxismo). Así, ahora es una literatura en que la identidad cobra gran importancia, aunque también la hay costumbrista, sin duda como reacción al exotismo con que los europeos la veían con anterioridad a la década de 1980. Aun así, y a pesar de la utilización extraliteraria que algunos han hecho de ella, el lector podrá encontrar novelas, poemas, ensayos y obras de teatro en cantidad más que suficiente como para pasar al menos un par de años dedicado a ella en exclusiva.

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