F ilósofo, gestor cultural, algo más que librero en el medio rural. En esos márgenes se desenvuelve Javier Pérez Lázaro desde Olmedo. Allí montó La Tienda de Lope cuando corría el cambio de siglo, allí resiste haciendo valer un puñado de proyectos que mantienen viva ... la llama del teatro, la literatura, la música y las artes plásticas. En una zona de achique de espacios culturales, acuciada por la despoblación, por la venta digital con la infranqueable competencia de Amazon para el comercio tradicional... «Cuando me licencié en Filosofía por la UVa me planteé trabajar en mi pueblo, así que decidí abrir una librería como lugar de encuentro de gente con gusto por la literatura, las artes, que viera en ellas una posibilidad de desarrollo personal», evoca Javier Pérez Lázaro sobre un negocio privado, enfatiza, «con vocación pública».
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El fondo editorial de autor y las actividades que organiza definen este espacio en la Villa del Caballero. «Compartimos nuestra mirada de libreros y lectores con la clientela y amigos que vienen a alimentar esa mirada». Más allá de las clásicas presentaciones de libros y encuentros con escritores, entre las estanterías de La Tienda de Lope hay cabida para la puesta de largo de temas discográficos, funciones de teatro, proyecciones de películas, encuentros de colectivos vecinales y, sobre todo, sesiones silvestres. Así llama a actuaciones musicales en las que alguien pincha sus temas preferidos y narra su relación vital con esas canciones. Tampoco faltan los talleres de lectura. El acto más reciente, con Alejandro Cuevas, un día después de que le dieran el Premio de la Crítica de Castilla y León.
Confiesa el librero cierta «irresponsabilidad» al quedarse con títulos que «debería devolver, aunque al final me convenzo de que merece la pena conservarlos». Del Festival de Teatro Olmedo Clásico se nutre también su catálogo con obras de teatro, revistas y ensayos sobre la escena, «tenemos una selección amplia que llama la atención». Arquitectura y artes plásticas alimentan ese fondo de una librería que sobrevive en un pueblo de 3.500 vecinos. «A veces en el medio rural no somos conscientes del potencial que tenemos pese a que, en general, se suele prescindir de la mirada comarcal; es algo que gestores culturales privados y públicos deberíamos tener más en cuenta para llegar a más gente. Tenemos Medina del Campo a quince minutos, Cuéllar a cincuenta... en Madrid hay distancias mucho más largas en tiempo y kilómetros y la gente se mueve a los actos culturales. Sería interesante hacer aquí programas comunes».
Camino de cumplir su negocio 25 años, está convencido de que, aun con dificultades, sigue en pie porque «sabíamos que lo que estábamos haciendo no era una ocurrencia feliz, este empeño tenía un sentido. Aunque las cuentas es difícil sacarlas a veces, complicado». Al «vicio» de optar en las compras por «llevar el dedo al ratón» atribuye en parte la dificultad de pervivencia de proyectos que, frente a la relación digital «inmediata y consumista», ofrecen «puertas abiertas, contacto cara a cara, sosegado, para volver al día siguiente».
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