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El universo de 'El cuento de la criada' ha sabido reflejar con la fidelidad de un espejo las nuevas normas de convivencia que regirían nuestras sociedades en el caso de verse sometidas por cualquier tiranía opresora; en este caso particular, una dictadura férrea que se ... ensaña con especial virulencia contra un colectivo específico; las mujeres. Pero más allá de la represión policial, las drásticas consecuencias punitivas que ejercen las fuerzas públicas o incluso los códigos de comportamiento y vestimenta, destaca cómo la serie se sirve del empleo del lenguaje, a tres niveles particulares, para reflejar la infiltración del ideario despótico en el pensamiento del pueblo subyugado, que exhibe servilismo incondicional a cambio de una deshonrosa supervivencia. Y nada como el habla, en un astuto equilibrio entre los ecos del pasado y las repercusiones del futuro, para evidenciar lo perdida que puede estar la batalla cuando el pueblo entrega hasta sus palabras para dejar de luchar.
Veamos el primer caso. En los frecuentes saludos que se suceden entre los diferentes personajes, también presentes en la novela de Margaret Atwood, se desarrolla un breve intercambio de rutinaria cordialidad social: «Bendito sea el fruto», se comienza normalmente, a la manera de nuestro habitual «Buenos días». «El Señor permita que madure» viene a ser la respuesta de cortesía, una suerte de «Que tenga una mañana estupenda». Estas palabras ostentan una fuerza muy vinculada en torno a la fertilidad de la mujer; una de las grandes preocupaciones del ficticio gobierno totalitario en la serie y que traslada su mensaje hasta el habla cotidiana. Las reverberaciones cristianas son más evidentes aún en las despedidas: «Alabado sea» o la archicitada «Con su mirada» retrotraen a la sumisión que demanda el rol tradicional femenino bajo estos códigos culturales religiosos. Si nos vemos tentados de imaginar que esto resulta tan solo germen de una salvaje premisa argumental llevada a un poco verosímil extremo, podremos percatarnos de nuestro error de juicio simplemente con una mirada de soslayo a nuestros coloquialismos: el histórico arraigo de la Iglesia en nuestro lenguaje pervive en el hecho de que incluso hoy se encuentran elementos propios de este ámbito que siguen formando parte de nuestras expresiones coloquiales, desde la sorpresa de «Ay, la Virgen» hasta el alivio en «Gracias al cielo» o el disgusto en «Vaya por Dios». Una especie de residuo de aquellos tiempos en los que estos idearios ocupaban un papel primordial en diferentes ámbitos de la vida, pese a que aún hoy resisten, vacíos de significado, incluso en los labios de los más fervientes ateos.
Siguiente caso. El nuevo reparto de roles implica, en 'El cuento de la criada', conceder nuevos significados a palabras ya asentadas. Las 'Criadas' son las concubinas; las 'Marthas', las mujeres estériles; las 'Tías', las institutrices. De modo similar se rebautiza los nuevos papeles que desempeñan los hombres: los 'Comandantes' son personas de alto nivel social, los 'Ojos' son espías, los 'Ángeles', soldados, y los 'Guardianes', guardaespaldas. Este fenómeno en lingüística se conoce como 'neologismo semántico', y es más habitual en nuestro día a día de lo que creemos: hace más de tres décadas un 'buscador' era un aventurero y no un programa informático; un 'camello' era un animal y no una profesión vinculada al tráfico de drogas, y un 'cuñado', hace menos de un lustro, era tan solo un familiar, y no necesariamente un listillo. Son esta clase de perversiones lingüísticas las más fácilmente asimilables por el hablante, incluso por influencia política, que han conseguido doblarnos el brazo para, como en la serie, vestir un concepto controvertido bajo el disfraz de una palabra amable: así, hemos debatido sobre 'recesión' en lugar de 'crisis', sobre 'investigados' en vez de 'imputados' y sobre una 'intervención' para no mentar la más incómoda 'invasión'.
Tercer y último caso. Tal vez el más evidente rasgo de cosificación de las mujeres, colectivo oprimido por excelencia en 'El cuento de la criada', sea rebautizarlas bajo el nombre del comandante al que, como un objeto o una mascota, pertenecen. Así, la protagonista June, innombrada en la novela, lleva por nombre al comienzo de la serie 'Defred' (de Fred), del mismo modo que otras criadas responden al apelativo Deglen o Dematthew. Volviendo a mirar al campo de la lingüística, estas voces se etiquetan bajo la categoría 'neologismos formales', y son el ejemplo más claro a favor de la teoría que defiende que es el lenguaje el que condiciona el pensamiento y vertebra la realidad, y no al revés.
Recientemente hemos visto cómo la sobreabundancia del término 'mena', lexicalización de las siglas Menores Extranjeros No Acompañados, contribuía notablemente a la deshumanización de los niños migrantes, lo que favorecía a determinadas agendas políticas para robustecer sus mensajes contra este colectivo en particular. Por fortuna, señalar a tiempo estos intentos de imposición del lenguaje han terminado por despojarles de toda su efectividad, ha conseguido que retengamos la empatía y la compasión, y nos ha alejado, al menos de momento, de ese escenario totalitario tan inverosímil y, a la vez, tan plausible, en el que desemboca 'El cuento de la criada' .
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