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Ensayista, novelista, profesor de Humanidades y, sobre todo, crítico literario, Harold Bloom (Nueva York, 1930-New Haven, 2019) es autor de una larga serie de títulos, algunos de ellos centrados en la figura y en la literatura de Shakespeare. Relacionado con las universidades de ... Cambridge, Cornell, Harvard y, especialmente, Yale, sus opiniones han sido muy influyentes a la hora de fijar el canon literario de varios autores del universo anglosajón.
Para Bloom, el príncipe Hamlet y el rey Lear son «las personalidades más incitantes de Shakespeare». Más aún: ambos «rivalizan entre sí como los mayores dramas concebidos hasta ahora por la humanidad». Y a eso a pesar de que parten de presupuestos completamente distintos. El príncipe de Dinamarca «lleva a sus límites intelecto y conciencia». El rey Lear de Britania «no tiene autoconciencia ni comprensión de otros seres, pero su capacidad de sentir es infinita». No es necesario elegir, claro, pero la empatía nos conduce fácilmente a situarnos un poco más cerca del anciano rey shakespeariano: la imagen demoledora de la autoridad caída por los suelos. El rey de Britania, si bien en constante concomitancia con el príncipe Hamlet, es el protagonista de 'Lear: la gran imagen de la autoridad', el ensayo de Harold Bloom que se presenta en español en edición de Vaso Roto, y con la traducción de Ángel-Luis Pujante.
Sobre el esquema inicial de ambos personajes, el crítico estadounidense advierte desde el primer momento de la complejidad real de llegar hasta el fondo de sus personalidades. Dos perfiles muy amplios, tanto como lo pueda llegar a ser cualquier personalidad humana, pero en el caso de la literatura de Shakespeare, todavía un punto más: el punto en el que el lenguaje de la ironía proyecta al lector sobre territorios más variados. En el caso de Lear, el viejo monarca «proclama incesantemente su angustia, furor, agravio y pena, y aunque piensa todo lo que dice, nunca nos acostumbramos al asombroso espectro de sus intensos sentimientos».
La encarnación de una extraña grandeza y de una indiscutible autoridad. Una autoridad construida por Shakespeare entre la inspiración del mítico rey Leir, contemporáneo de la no menos mítica fundación de Roma, y su contemporáneo el rey Jacobo I de Inglaterra, al que llamaron «el necio más sabio de la cristiandad». Una personalidad en la que Shakespeare puso, según Bloom «los atributos de la paternidad, la monarquía y la divinidad».
Un viaje crítico que se cierra, al final del libro, cuando Bloom se pregunta si, «al igual que Lear, no deberíamos todos llorar por haber venido a este teatro de locos» que es la vida. «Al dejar el mundo–dice–, Hamlet alcanzó a ver la verdad de que nadie sabía nada. En Lear, sufrir el dolor y el prodigio de tanto amor lo dejó desconcertado hasta su muerte».
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