La nieve aísla Pueblo Chico de vez en cuando. Es entonces cuando sus habitantes no saben si levantarse de la cama o permanecer en ella hasta que desaparezca el manto blanco. Si mantener los ojos cerrados o abrirlos, si romper el silencio o hundirse en ... él. Esa sensación planea por la última novela de Edurne Portela que ha ido indagando en la violencia terrorista, en la violencia de pareja y ahora en la que provoca el pasado a través de varias generaciones. Portela vive en un pueblo de Gredos y cuenta una historia en España, así que es la guerra la que primigenia infección de heridas seculares mal curadas.
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Ariadna y Eloy forman una pareja de mediana edad que deja Madrid y se muda a una pequeña aldea, de donde es originaria la familia de ella. Son la novedad del lugar y el motor de 'Los ojos cerrados' (Galaxia Gutenberg). Ambos mantienen nexos laborales con la gran ciudad, pero ella parece más convencida del cambio que él.
Ariadna disfruta de la etapa de exploración, de las costumbres, de los encuentros con los vecinos, de la huerta, de la montaña. Eloy se encierra en su teletrabajo, carece de curiosidad por el entorno, esas gentes no le atraen, no conecta con el entorno. La autora sube al lector a la mirada de Ariadna, a sus descubrimientos.
Y para ello renuncia a la linealidad, superponiendo personajes, hechos, sensaciones, como si narrara 'sotto voce' para evitar el alud que entierre el desvelamiento. La filóloga prorratea las entregas más duras, entre el peso del paisaje, la supervivencia en un medio duro, la convivencia en una comunidad pequeña, donde todos saben sin querer saber, donde todos son testigos, jueces y parte.
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Ariadna aprenderá a distinguir las nieblas buenas y malas, los caminos circulares y las sendas que se internan en las montañas, los vecinos que se hacen oír y los que hablan sin decir. Pedro es de los segundos, ese anciano que la mira, al final le dará la clave de su propia historia, la de quien no es en absoluto una forastera en el lugar.
Autarquía emocional
En régimen de autarquía emocional se fueron tapando las ausencias de los muertos y de los desaparecidos en la guerra, de los delatores y de las mujeres que sostuvieron la vida. Entonces nacieron niños sin padre, había una escuela llena en la que Andrés 'a medio hacer' era el blanco del desprecio, Baldomero, su defensor incondicional, Pedro, el 'vive aparte'.
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Los bienes eran contados, la comida escasa, la naturaleza maldición o refugio, según para quien. Unos emigraron, como el padre de Ariadna que terminó el Alemania, otros se fueron a la ciudad, y algunos, se quedaron portando el eco de una historia injusta con casi todos ellos.
Relato desnudo y poético de una Ariadna que, como la de Teseo, tira de un hilo aunque sin minotauro al que matar. Conocer y asumir el pasado, que es el de ella en la medida en la que es el de sus ancestros y lleva su huella en su biografía, parece ser la opción de una Portela que renuncia a juzgar y prefiere exponer ante el lector de esa manera suave y naturalista un tiempo difícil.
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Deja en el aire cuestiones como la gestión del pasado colectivo, el destino de una sociedad con raíces amenazadas de podredumbre, la endogamia como estrategia de supervivencia. A la vez, Portela entorna una puerta al optimismo, siempre habrá quien perdone, quien preserve la comunidad y la esperanza, quien cierre los ojos para imaginar algo mejor no para silenciar lo que ve.
La escritora de Santurce se mudó con José Ovejero a Gredos en otoño de 2019. 'Los ojos cerrados' fue escrita durante el confinamiento, como 'Humo', del narrador madrileño, en la misma editorial. En ambas hay una pareja urbanita que inicia vida en la España despoblada. La Castilla del 98, la Castilla de los escritores de posguerra, es revisitada ahora desde la mirada de los llamados 'neorurales'. Veremos si es un espejismo o tiene recorrido propio.
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