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El escritor Joseph Roth.
Joseph Roth, el escritor errante

Joseph Roth, el escritor errante

Extranjero en cualquier parte. Por su origen judío nacido en lugar limítrofe y como testigo de la caída del Imperio austrohúngaro, fue un viajero pertinaz

Viernes, 24 de abril 2020, 07:27

Joseph Roth (Brody, 1894–París, 1939) nació en la región de Galitzia, en la frontera con Rusia, un territorio que luego se dividió entre Polonia y Ucrania. Esa primera vida en la frontera marcaría su vida, aunque lo que de verdad hizo mella en él fue el origen judío de su familia y el derrumbamiento del Imperio Austrohúngaro, del cual fue cronista pues a la obra novelística, Roth añade una obra periodística notable. Roth es el cronista de esa decadencia y del ascenso del nazismo. Frente a quienes vivieron esos años en los que había sido el Imperio pero no lograron ver lo que se venía encima a Europa, Roth –quizás por su condición de judío, sin duda por la inteligencia vivaz y la capacidad para observar los más nimios detalles– enseguida percibió el cambio que se estaba dando en Alemania, del que dio buena cuenta en 'Crónicas berlinesas' y en 'La filial del infierno en la Tierra'. Escritos desde la emigración.

Los años vividos en el imperio hicieron de él un cosmopolita, los años del derrumbe lo convencieron de lo funesto del nacionalismo y del patrioterismo. Roth se vio inmerso –sin él quererlo del todo pero tampoco sin rehuirlo– a enfrentarse a las ideologías dominantes del momento: nacionalismo, nazismo, comunismo, que llevaron a Europa al abismo por el que se despeñó en la década de 1930. En un momento tal, Roth entendió que la ficción, necesaria como era para dar cuenta del horror que cada día iba desvelando, podía – por el mero hecho de ser ficción – no tener la suficiente fuerza. El periodismo o el ensayo podían ser mucho más efectivos a la hora de denunciar la locura que terminaría por arrasar Europa cual tornado. El periodismo le permitía además dar cuenta de las costumbres de otros países, de sus viajes por el antiguo imperio, de las gentes que encontraba en tales periplos.

La escritura de lo real que uno ve y vive puede llevar –y lleva en la mayoría de los casos– al costumbrismo. De algo parecido se queja Roth cuando habla de la esterilidad de los museos etnográficos donde almacenamos las costumbres populares disecadas. En otros artículos también toca el tema de manera tangencial –lo deja caer, alude a él de manera sutil–, casi sin quererlo o como si fuera solo un puente para llegar a tierras más interesantes. Calificarse como ser huraño o hablar de la necesidad de sentir simpatía literaria por sus personajes a la hora de describirlos debido, quizás, a su corazón sentimental es un modo sutil de eliminar dicho peligro. La simpatía hacia sus personajes puede chocar con la misantropía; no obstante, no hay tal, pues el escritor alejado del tráfago social puede sentir con mayor intensidad y menos distorsiones una cordialidad por los personajes que cruzan por su vida y retratarlos en su singularidad sin caer en los tópicos de moda.

Roth fue un viajero pertinaz llevado quizás por su trabajo de periodista o quizás cultivado inconscientemente por haber nacido en un lugar limítrofe donde uno podía ser extranjero en cualquier momento. Fue un hombre al que la expectativa del viaje le daba una secreta alegría pero al que el tener que viajar le irritaba también; un hombre, por lo que vemos, contradictorio, como en el fondo todos los somos, y que no se cuida de decírselo al lector. Gracias a la costumbre de viajar sabe que el extranjero es solo la tierra que hay más allá de la frontera a la que accederá solo cuando la policía fronteriza le de permiso. Nada hay, en sí, distinto a un lado u otro que no sea un nombre. Hay más razones para la unión entre personas que han compartido una misma época que entre personas que provienen de un mismo país. La patria, al fin, es solo un pedazo de tierra glorificada. Habrá quien añada que también es un sentimiento deslizándose peligrosamente –y por desgracia de manera inconsciente pero voluntaria– hacia el irracionalismo que dio lugar a los totalitarismos del siglo XX. Hay en Roth una conciencia ilustrada que le lleva a rechazar tanto la sacralización de un pasado que es solo decorado y justificación del nacionalismo como la sacralización de la patria. No tiene otra salida, si quiere ser coherente, que aceptar la condición del nómada; no, desde luego, del que con grandilocuencia viaja de capital en capital sino del que sabe que un cambio tan mínimo como el de mudarse a un barrio le va a proporcionar otro en el modo en que mira el mundo pues todo le va a resultar novedoso. Desde la ventana de un apartamento donde uno acaba de trasladarse puede contemplar un mundo distinto al conocido al igual que uno puede hacer de la habitación de un hotel su hogar, siempre y cuando uno no pierda la sensación de provisionalidad pues en caso contrario se convierte en el hogar estable y estático del que huye.

El hotel es otro mundo en pequeño: los clientes que van y vienen, los fijos, el personal que trabaja allí y en el que tanto se fija Roth hasta el punto de que dedica una parte importante de los artículos a dichas personas cuyas semblanzas se caracterizan por la simpatía literaria que era para él uno de los elementos más necesarios a la hora de escribir. Si para George Steiner los cafés europeos fueron el lugar donde, de uno u otro modo, surgió la cultura europea de los últimos siglos, para Roth su escritura nace en los vestíbulos de los hoteles, allí podrá instalarse temporalmente con sus útiles de escritura para dar cuenta de la vida que pasa ligera y breve. Esto lo hizo mientras huía de los nazis. Al final llegó a París, la ciudad hospitalaria por excelencia del siglo XX, apenas pudo disfrutar de la vida en ella: los barrios, los cafés, los pequeños hoteles donde vivir una temporada. París era casi lo opuesto a lo que él había vivido en Galitzia y lo que había visto en Albania o en Rusia. Murió sabiendo que sus peores presagios se habían vuelto realidad. Nos queda su obra, un acicate para que nos esforcemos en arrinconar todos los totalitarismos.

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