![Madrid, París, Berlín](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/05/30/tt-kdQF-U200437625166IQ-1200x840@El%20Norte.jpg)
Madrid, París, Berlín
Carlos Morla Lynch fue un personaje peculiar, conservador como buen diplomático, pero nada sectario, curioso de todas las artes, gustoso de la buena vida
José Luis García Martín
Martes, 30 de mayo 2023, 13:27
Secciones
Servicios
Destacamos
José Luis García Martín
Martes, 30 de mayo 2023, 13:27
Madrid, en abril de 1939, era una ciudad destrozada en la que los vencedores se ensañaban inmisericordemente con los vencidos; París, la ciudad alegre y confiada que no se imaginaba la humillante derrota de un año después; Berlín, la capital del futuro, el nuevo orden ... doblemente armado que soñaba con imponerse al mundo. Por esos tres lugares, trascurre la vida de Carlos Morla Lynch en los menos de dos años —de abril del 39 a julio del 40— que abarcan estos 'Diarios de Berlín'. Carlos Morla Lynch (1885-1969), chileno nacido en París, diplomático, escribió diarios durante toda su vida. Tres períodos de ella tiene especial interés: los años veinte y treinta, cuando su domicilio madrileño fue centro de reunión de los jóvenes poetas; la etapa de la guerra civil, en que salvó a miles de refugiados en la embajada de Chile, y su estancia en Berlín al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En 1957 publicó En España con Federico García Lorca, un primer tomo, conveniente recortado por el autor, de ese diario ejemplar. Póstumamente aparecieron las anotaciones de la guerra civil y la entrega inicial completa. A esa obra ciclópea, y con pocos antecedentes en la literatura española, se añade ahora nuevas páginas, abrumadores en su minucioso reflejo de un tiempo sombrío.
'Diarios de Berlín 1939-1940' Carlos Morla Lynch
Carlos Morla Lynch fue un personaje peculiar, conservador como buen diplomático, pero nada sectario, curioso de todas las artes, aficionado especialmente a la música y a la literatura, gustoso de la buena vida, frecuentador de los grandes salones aristocráticos y de las tascas en los barrios populares.
Tras casi tres años de encierro en la miseria del Madrid cercado por las tropas franquistas, el retorno a París -donde había vivido años felices- le deslumbra. La primera mañana se asoma al balcón y siente el inconfundible olor de la ciudad, el aroma de su infancia. Luego visita un baño turco -una de sus grandes aficiones- y pasea por los bulevares: «Hace tres años que no veía mujeres arregladas ni sombreros, y el espectáculo y la impresión que me producen es indescifrable, casi violento, de estupefacción». Los sombreros femeninos -que no son sombreros, «sino cosas que se ponen en la cabeza»- le sorprenden especialmente. Morca Lynch no solo está atento a la gran historia, sino a todos los pequeños detalles -la intrahistoria unamuniana- y eso le da un valor especial a su diario.
Al llegar a Berlín, le sorprende la «disciplina férrea» que allí impera. Para él prima sobre todo la libertad individual: «¡Viva el desorden de las calles de Madrid, en las que cada uno anda por donde le da la gana y donde la hora no cuenta como una norma inquebrantable!». Pero lo que nos sorprende a nosotros es la anécdota que da origen a este canto a la libertad: «Esta mañana, en la estación, escupí en el suelo (no se ven escupideras) y un alemán furioso me lanzó la palabra unverschämte (¡desvergonzado!)». La «limpieza extrema» del Berlín nazi es una de las características que más choca, paradójicamente a este gran aficionado a los baños turcos: «No se ve un papel ni la más leve basura por el suelo. Ando largo rato con una colilla del cigarrillo en la mano que no sé dónde tirar y la boca llena de saliva que no me atrevo a escupir. En una peluquería donde voy a cortarme el pelo, el peluquero mira fijamente un poco de ceniza que he dejado caer al suelo. Apago el cigarrillo».
Algo de novela costumbrista tiene el relato de estos primeros meses en Berlín, con sus comidas protocolarias, los enredos en la embajada, los chismes sobre unos y otros («Crónica escandalosa» suele titular una parte de las anotaciones del día). La referencia a Miguel Hernández -se le acusó injustamente de no hacer todo lo posible por salvarle- quizá no deja a Morla Lynch en demasiado buen lugar. Le llama Neruda desde París para decirle que ha sido detenido y él responde que tiene una comida oficial y que no puede atenderle. «¡Déjate de comidas oficiales!», le reprende Neruda. «Por suerte -anota Morla- la comunicación se corta sola. ¡Hasta cuando voy a estar preocupándome de lo que ocurre en Madrid!».
Los chismes sobre gente de la alta sociedad aproximan el texto a Proust o a Capote. Algunos son divertidos, como los que cuenta Stanley Richardson (el poeta inglés amigo de Cernuda que moriría en un bombardeo en 1942) sobre Concha Méndez y su hija Paloma Altolaguirre o sobre el rey de Inglaterra.
El tono cambia a partir del pacto entre Alemania y la Unión Soviética y, sobre todo, con el ataque a Polonia. La gran trituradora de la guerra se pone en marcha y nadie podría prever entonces hasta dónde iba a llegar. A Morla Lynch le tocó conocer la Alemania que se creía invencible, aunque él ya acertó a ver algunas de sus sombras.
Un diarista cuenta las cosas de distinta manera a como las cuenta, tiempo después, un memorialista o un historiador. Una vez que los hechos han ocurrido parece que no podían haber sido de otra manera. Pero nada está escrito hasta que no se convierte en tiempo pasado. Francia podía no haber declarado la guerra a Alemania (eso es lo que deseaban muchos franceses, como se vería poco después) y Alemania, más adelante, podía haber hecho la paz con Alemania para enfrentarse juntas a la Unión Soviética (eso quizá habría ocurrido si Eduardo VIII no hubiera abdicado).
Vemos también cómo los cónsules de Chile -y de otros países democráticos- hacían negocio con los judíos perseguidos, como hoy las denostadas mafias que ayudan a los emigrantes ilegales. Y hay un viaje a Praga, que acierta a mostrarnos toda la humillación de la ciudad incorporada al Reich.
Morla Lynch gusta de pasear por el parque Tiergarten con su perra Chorpi y se muestra especialmente sensible a la belleza masculina. No olvida dejar constancia de ella siempre que se la encuentra, sea entre los camareros, entre los músicos de una orquesta o entre el personal diplomático. Cuando Ribbentrop cita a embajadores y a prensa para darles cuenta de las razones que llevaron a la ocupación de Noruega, anota: «Oficiales de espléndida figura nos reciben». Y en el baño turco comparte desnudez con los oficiales, blancos y dorados, que llegan del frente. Si en ocasiones nos recuerda a Proust o Capote, otras nos recuerda a Visconti.
La edición de Inmaculada Lergo y González Soriano resulta ejemplar. Breves notas aclaratorias a pie de página, casi todas pertinentes, y otras más amplias, con abundantes citas de diarios anteriores, al final.
'Diarios de Berlín' es literatura -excelente literatura en algunos pasajes- y es, sobre todo, un documento histórico de primer orden. La historia en blanco y negro que nos han contado se llena de color y de matices, se hace más verdadera, gracias a Moral Lynch.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.