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Mientras estas líneas se componían viajaba hacia Cannes para estrenarse en el festival 'Cerrar los ojos', la última película de Víctor Erice. En la espera del estreno los periodistas señalaron la enorme cifra de cincuenta años que separa a esta de su primer largometraje, 'El ... espíritu de la colmena', en 1973. Víctor Erice acababa de cumplir treinta y tres años. En ese salto prodigioso que ahora concluye no solo repite nombre el director. Dos de los actores, Ana Torrent y Juan Margallo, también están presentes en la nueva película. Una elección en la que cabe recordar el papel decisivo que ambos tenían en 'El espíritu de la colmena': ella era la niña que trataba de entender desde la profundidad de sus ojos negros «un lugar en la meseta castellana hacia 1940», y es la que descubre en la casa abandonada al huido de la Guerra Civil, interpretado por Juan Margallo. Entre ellos se establece una complicidad de juegos y sonrisas, la única ternura que Ana encuentra en el pueblo, y que enriquece con fruta y miel para alimento del fugitivo más el abrigo de su padre para soportar el frío. Ese lazo de afecto será la plasmación real del que Ana había contemplado días antes entre Frankenstein y una niña en una proyección. Ambos afectos acaban trágicamente, abatidos por la violencia instalada en la sociedad (no deja de asombrar la capacidad elíptica de Erice para trazar en los últimos años del franquismo la huella de la Guerra Civil).
La renovada atención hacia el director ha coincidido en señalar su escasez de obras: 'El sur', casi diez años después del debut, y 'El sol del membrillo' en 1992, a treinta años del rodaje de 'Cerrar los ojos'. Solo tres largometrajes en total, de excepcional altura, eso sí. Pero dejando la sensación de un autor apartado del cine durante décadas y ahora vuelto a él. Algo así como si J. D. Salinger hubiera abandonado su aislamiento y publicara una nueva novela poco antes de morir.
Víctor Erice
Cineasta
El propio Erice rechazaba esa visión de su quehacer: «El problema no es producir películas, sino dónde se proyectan, y yo en los últimos años he hecho obra, pero desconocida», declaraba en la presentación de su ensayo sobre Jorge Oteiza en 2021. En su trayectoria de esos largos años encontramos guiones no realizados, como el tan debatido de 'El embrujo de Shanghái'; 'Correspondencias', en forma de cartas digitales que intercambió con Abbas Kiarostami; o el proyecto en marcha de 'Memoria y sueño' con análisis de Rossellini, Godard o Malraux.
Pero también pequeñas joyas integradas en películas colectivas como 'Alumbramiento' (2002) o 'Cristales rotos' (2012). Más el mediometraje 'La Morte Rouge' (2006). En todos ellos cabe rastrear el aroma del cineasta, un núcleo y un tratamiento de temas que le han alzado hasta un lugar exclusivo en la historia el cine.
En la nota que publicó Erice cuando comenzó el rodaje de su última obra, decía que «el tema tiene que ver con mis preocupaciones o intereses vitales más íntimos, los propios de una poética donde la experiencia del cine adquiere un carácter de protagonista».
Esa experiencia cinematográfica es la que guía a la Ana de 'El espíritu de la colmena' para tratar de entender el trauma silencioso en el que se han precipitado los habitantes del pueblo. Y de otra experiencia en el cine parte 'La Morte Rouge' para rememorar al niño que fue Erice. Este se remonta, en un soliloquio narrado con su propia voz, a una proyección en el cine Kursaal de San Sebastián en 1946 de una olvidada película estadounidense, 'La garra escarlata'. Aquella tarde de invierno, según el recuerdo atesorado por el autor, el niño descubre en la pantalla la presencia de la muerte, más el asombro de que los adultos que le rodeaban en la proyección parecían no darse por enterados de su presencia maléfica. El hallazgo conectaba en el exterior del cine con las huellas del franquismo y los ecos sangrientos de la segunda guerra mundial. Al final, confiesa el director, al niño le curaron otras películas «en un doble juego de dolor y consuelo».
La niña desamparada a la que no le alcanza el afecto de sus padres fue el origen de 'El sur'. Basta con recordar aquel amanecer que abre la película, en el que la luz que trae el día a la habitación de la niña desvelada se mezcla con las voces de la casa que susurran la desaparición del padre. O el momento efímero de la primera comunión, cuando la niña festeja su entrada en la vida bailando un pasodoble con su padre en un plano secuencia que está en lo más alto del arte. El desamparo, también la pérdida y su memoria profunda. De la pérdida trata 'El sol del membrillo', del tiempo limitado para cualquier proyecto humano frente a la resurrección cíclica de la naturaleza. Y en la pérdida está el origen de 'Cristales rotos', cuando los paseos de Víctor Erice por Guimarães en busca de ideas para rodar en la ciudad le llevaron a una fábrica abandonada donde descubrió una gran fotografía de los trabajadores de un siglo atrás. La media hora de proyección es una transfusión de vida a los rostros disecados de la fotografía, con una secuencia final de música (de nuevo el acordeón de 'El sur') que desborda el sentimiento. Cuando se proyectó en la Seminci, en 2012, era tanta la emoción recogida en la sala que el primer espectador que intentó una pregunta en la rueda de prensa se echó a llorar.
¿Se conservarán estos dones en 'Cerrar los ojos'?
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