Dos crónicas argentinas
Martín Caparrós y Leila Guerriero se citan en sus libros. Les separan diez años, pero concuerdan en sus historias desgarradas
Jorge Praga
Sábado, 8 de febrero 2025, 08:32
Secciones
Servicios
Destacamos
Jorge Praga
Sábado, 8 de febrero 2025, 08:32
En una de las columnas que semanalmente entrega Leila Guerriero a 'El País', a finales de octubre pasado, tomó forma definitiva lo que acaso hasta entonces solo queríamos recibir como rumor, como mala noticia ante la que cerrábamos los ojos para negarla, inútilmente: Martín Caparrós ... padecía ELA en una fase que ya le tenía postrado en silla de ruedas y comenzaba a recortar sus capacidades, sus habilidades físicas. La aparición de la enfermedad le había impulsado a escribir un libro que tal vez fuese el último, con título muy pensado y desgraciadamente certero: 'Antes que nada'. Leila cerraba la columna oponiéndose a la estremecedora dedicatoria del libro: «A los que me quisieron, para que aprendan a olvidarme», pero sobre todo trazaba un apretado homenaje a quien consideraba su maestro: «Nunca me dio una clase, nunca me hizo una sugerencia. Todo lo que me enseñó lo aprendí mirándolo vivir, escuchándolo hablar, sentándome a su lado y compartiendo risas secretas en reuniones serias. Me hice periodista rebobinando hasta el último de sus artículos en los años noventa, preguntándome: ¿Cómo hizo esta descripción, de qué manera y por qué glosa el habla de sus entrevistados?».
'Antes que nada', publicado al tiempo que la columna citada de Leila Guerriero, podría haber sido el libro del año, a la manera y como antes lo fueron los 'Diarios' de Rafael Chirbes o 'Los diarios de Emilio Renzi' de Ricardo Piglia. Pero tuvo un feroz competidor en las encuestas de fin de año de 2024, un competidor que finalmente se llevó los lugares de arriba: 'La llamada', de la propia Leila Guerriero. La discípula de Martín Caparrós llevaba tiempo recorriendo un camino propio, con obras de la altura de 'Frutos extraños' y 'Opus Gelber'. 'La llamada' es la cristalización definitiva de su escritura, y en cierta manera el asentamiento firme del marco en el que se incluyen otros maestros sudamericanos del periodismo y de la crónica. Parte de un hecho circunstancial que le comenta un amigo, una noticia (publicada en Página/12, el periódico del que Martín Caparrós fue uno de los fundadores en 1987) sobre un juicio en Argentina que en 2021 sentenciaba a los torturadores de una muchacha, Silvia Labayru, embarazada de cinco meses cuando fue secuestrada por los militares golpistas en 1976 y encerrada durante año y medio en la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada, en Buenos Aires. A Leila se le enciende la chispa de la curiosidad, una chispa irrefrenable y de largo recorrido: durante cerca de dos años recoge los largos testimonios de Silvia Labayru, que llevaba más de cuarenta años sin hablar con los periodistas. «Voy a hacer esto y lo voy a hacer contigo», repite Silvia varias veces ante la grabadora. Y al hilo de lo que va emergiendo tras su voz, Leila busca la voz de otros testigos, anota textos e informaciones, atiende a las numerosas ramas laterales que surgen del tronco central de la experiencia de la torturada. Cada cierto trecho recuerda como un mantra la red en la que se asienta su trabajo: «A lo largo del tiempo –días, semanas, meses–, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas». «Las cosas que pasaron» quedan prendidas de una red de testimonios en las que a veces los hechos no concuerdan o dejan zonas oscuras, preguntas, sospechas.
En «las cosas que tuvieron que pasar» se inscriben las fuerzas sociales y generacionales, las corrientes ideológicas y políticas que arrastraron a la juventud argentina a un río violento en el que muchos desaparecieron, Y, ¡ay!, «las cosas que dejaron de pasar», las vidas truncadas en sus años más prometedores, los amores perdidos, las familias rotas para siempre. 'La llamada' empieza y acaba en esa fecha germinal de 2021, y es como un gran abrazo al tiempo trágico del pasado en el que vive y revive un enorme caudal argentino de militantes, intelectuales, escritores, gente de muy diversa índole a los que Leila sabe insuflar y colocar sobre el empuje de su palabra. Entre ellos, Martín Caparrós, que estudió en el mismo colegio que Silvia Labayru, admiró su belleza adolescente y la recibió en España cuando se exilió tras su salida del encierro. Leila trabaja sobre las grabaciones de voces, pero también es demiurgo: recibe, ordena, desordena, confronta, busca, induce, fija, excluye; teje. Hay un libro, 'Helgoland', de Carlo Rovelli, físico cuántico, del que toma las líneas maestras de su trabajo: «No hay un relato unívoco de los hechos […] Hechos relativos a un observador no son hechos relativos al otro. La relatividad de la realidad resplandece aquí totalmente. Las propiedades de un objeto son tales solo con respecto a otro objeto. Por tanto las propiedades de dos objetos lo son solo con respecto a un tercero». Ese tercer objeto, ese quicio donde se encuentran y confrontan dos espacios ajenos, «casi siempre para mal, seré yo», acota Leila.
Martín Caparrós fue testigo y casi partera de la llegada de Leila Guerriero al periodismo. Lo cuenta en 'Antes que nada' cuando Jorge Lanata le llama en 1987 para un periódico pequeño que iba a crear, solo doce páginas («Aquel estreno no tenía doce páginas sino dieciséis, con lo cual el nombre de Página/12 había perdido su sentido antes de tenerlo, pero el diario era distinto de todo lo que había hasta entonces, titulaba con guasa, narraba con soltura, no respetaba a los poderes, escoraba a la izquierda, era otra cosa»). En ese periódico, y en su extensión como revista, Página/30, trabajaban gente de la talla de Juan Gelman, Osvaldo Soriano o Tomás Eloy Martínez. Y allí «llegó como aprendiz Leila Guerriero, que debía tener veinte o veintiún años, tantas ganas». Martín Caparrós y su oficio de periodista se despliega con generosidad en 'Antes que nada'. Pero también, y además, sus muchas vidas de militante montonero, de exiliado, de viajero, de desarraigado y arraigado, de amante en constante construcción, de pensador impertinente. De escritor torrencial.
Y ahora, de enfermo herido mortalmente, con plazo marcado que le lleva a buscar un registro urgente de esa variedad de existencias jugosas: «En algún momento pensé que quizá valiera la pena construir unas memorias a la manera crónica: reporteando, entrevistando a personas –parientes, amigos, enemigos, viejos conocidos– que pudieran contarme cosas de mi vida, trabajar con eso, amalgamarlo en un relato». Pero pronto se da cuenta de que le van a llegar hechos y recuerdos que va a rechazar: «Así que no. No digo que mis recuerdos sean precisos; digo que son míos, y que cada cual se arma los recuerdos que quiere. Eso es, supongo, una memoria, e incluso unas memorias». El resultado son más de 650 páginas de letra apretada que se hacen pocas y de rápida digestión ante las muchas perlas que hay que digerir. Una trayectoria en la que se refleja con oblicuidad certera su época, sus épocas. La que le llevó en la adolescencia a militar en la izquierda peronista, cerca del brazo armado de los montoneros. La que le pasaportó a Francia a los dieciocho años para salvar su vida en las persecuciones que antecedieron al golpe militar de 1976, con su «micromaleta de siempre», según le glosa Leila Guerriero (a París llega con solo un libro, las 'Poesías escogidas' de Juan Gelman). La que le lleva a instalarse en España, en Madrid, viviendo a salto de mata. Y volver a Argentina siete años después. Y viajar sin cesar, instalarse en una casa para desinstalarse pronto y buscar una nueva, amar y cambiar de amores. Tener un hijo, eso ya para siempre. Y escribir, escribir sin cesar. Periodismo, ensayos, libros de viajes. Novelas, su gran tentación creadora, aunque menos colmada de éxitos –y algún fracaso que le amargó. Y trenzando en su final presentido este libro de memorias, punteándolo con recordatorios titulados y numerados La enfermedad: 1, 2, 3…, hasta 14. «Y me extraño, muchas veces me extraño». Y en la última página: «Hoy no pude dar cuerda a mi reloj».
Martín Caparrós y Leila Guerriero se citan en las páginas de sus libros, se llaman, se cruzan. Les separan diez años, pero concuerdan en el país que pisaron, en sus historias desgarradas, en las herencias literarias y culturales, en lo que Caparrós resumiría como «esas cositas». Pero hay sobre todo un aliento común que les lleva a meterse en aventuras cuyo soporte es una lengua libre y exploradora que revienta las costuras al periodismo tradicional. Para ello es crucial anotar el momento en que Caparrós comienza a publicar en periódicos como Página/12 «notas largas», artículos de amplio recorrido que precisan de una estructura meditada y echan mano de recursos diversos: «crónicas» es el nombre que elige para ellas.
«Cronista era, en el escalafón de las redacciones, el último de todos, el aprendiz que salía a la calle a buscar información que después redactaría un redactor –precisamente– porque él no se había ganado todavía el derecho de escribir […] Así que empecé a hacer eso que llamaba crónica. Consistía, más que nada, en mirar y escuchar con una fuerza desacostumbrada […] y tratar de ordenar todo eso en un relato que vaya pintando, poco a poco, un fresco que podría ser tantos frescos: encontrar las historias que no cuenten solo lo que están contando». Y así, sobre esa trabazón abierta que echa mano de recursos de otras parcelas de la literatura y de la lengua, se va construyendo la obra de estos dos autores, y de tantos otros que se fueron uniendo al movimiento. Leila Guerriero alcanza su cenit en el juego inacabable de fragmentos que cose en 'La llamada', y de los que solo ella conoce el plan secreto que los anuda en un relato seductor e inagotable.
Martín Caparrós decide, en la luz purísima del que probablemente sea su último libro, llevar el experimento de la crónica sobre sí mismo, sobre sus recuerdos de los apasionantes tiempos que le tocó vivir, o que él buscó. Ambos han indagado en la oralidad la música de cada frase, percutido el ritmo de cada párrafo, tanteado el ensamblaje de las páginas en un lienzo inesperado. «Cosas importantes», decía Leila Guerriero en la columna con la que despedía a su maestro y finalmente colega, compañero: «cómo mirar, cómo acomodar palabras, cómo encontrar historias».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.