Nacidos los dos en Langa, un pueblecito de apenas seiscientos habitantes (entonces) en mitad de la llanura sanjuanista de la Moraña, José Jiménez Lozano y Jacinto Herrero, poetas los dos y los dos estudiosos y ensayistas, compartieron muchas cosas a lo largo de sus ... vidas, entre ellas una larga y fértil amistad. También una curiosidad y un amor inmenso por los pájaros, que fueron sus confidentes y, en muchos casos, la excusa alada para construir sus respectivos poemas, o sus textos. También el signo de un modo de escribir y de estar sobre el mundo, atento a los vuelos en corto, a la verdad rotunda de lo pequeño, de lo frágil, de lo humilde.
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Señores pájaros. 273 fragmentos José Jiménez Lozano. Editorial Días Contados. 356 páginas.
En 'Señores pájaros. 273 fragmentos', la editorial Días Contados reúne eso: 273 fragmentos, en verso y en prosa, de la obra de José Jiménez Lozano, en los que los pájaros son protagonistas. Un repaso, con prólogo de Andrés Trapiello y dibujos de Ramiro Fernández Saus, a la obra del poeta, narrador, ensayista, periodista y diarista desde un punto de vista muy particular, íntimamente ligado a su relación con la naturaleza, a su búsqueda incansable de la sencillez y a su apuesta por «la lacerante alegre belleza de lo minúsculo». Lo mismo en un libro entero, 'Pájaros' (2000), dedicado a sus compañeros de cavilaciones, que en otro, 'La estación que gusta al cuco' (2010), en el que los pájaros se incorporan al título de la obra. Pero también en sus maravillosos diarios o en incluso en los libros más sesudos y de pensamiento más profundo.
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«Mira, Juan de Yepes, / el pájaro sentado en el tejado / no contempla. Endecha en el silencio / a sus pequeños atrapados en el cepo», dice, con esa tierna ironía que tanto le caracteriza, en el poema 'Matización a un místico'. Una prueba, como las otras 272 que componen este libro, de la capacidad de expresar a través de los pájaros, de la naturaleza, el mundo personal de uno de los autores más singulares de nuestro tiempo. «Hay lugares en esta Castilla -dice también Jiménez Lozano-, llenos de redondeces, curvas y protuberancias, pero donde la soledad se hace casi carne, resulta insoportable. Un chopo, que a Ortega le parecía una lanza o el signo de la más austera geometría, es, por el contrario como un oasis, un descanso, en un momento de gracia o de sensualidad. Por allí cerca es seguro que hay agua y verdor. Y pájaros».
Un oasis a cuya frescura contribuyen no poco los dibujos del pintor y grabador Ramiro Fernández Saus, comprometidos con esa sencillez emocional en la que se detienen, como el poso del pájaro sobre la rama, las palabras de Jiménez Lozano. La evidencia del modo en el que la poesía, por tardía que fuera la publicación en su caso, estuvo siempre presente, desde el principio, en la obra del escritor retirado de las vanidades del mundo en Alcazarén. Y un libro «de verdadera poesía, o de poesía verdadera», en palabras de Andrés Trapiello, de esos que «incluso a oscuras dicen algo». Otra manera de leer a Jiménez Lozano, atrapado en el vuelo de los instantes más puros de su inspiración.
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