El poeta Justo Alejo.

La herencia rural de Justo Alejo

El poeta zamorano, de cuya muerte han pasado 45 años, trabó amistad con los escritores que se reunían en la librería Relieve de Valladolid

Javier Dámaso

Sábado, 27 de enero 2024, 00:41

Han pasado 45 años. Un 11 de enero de 1979, el poeta Justo Alejo se tiraba desde la cuarta planta del edificio del Cuartel General del Ejército del Aire de Madrid, donde trabajaba. Fue su última y fatal pirueta. Hijo de madre soltera, había nacido ... en diciembre de 1935, en Fomariz, en la comarca zamorana de Sayago. Tenía 43 años. Su abrupta muerte truncó una fastuosa y singular trayectoria literaria. De origen humilde, había salido de Sayago a los 14 años para estudiar en la escuela de formación profesional de huérfanos ferroviarios de León, como tantos que escapaban como podían de sus pueblos en Castilla y León para formarse, en otros casos a través de los seminarios, en busca de un destino, lejos de la miseria y de un mundo rural en decadencia.

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Justo Alejo llegó a Valladolid cinco años después, en 1954, como voluntario de Aviación en Villanubla, para permanecer hasta 1966. Aquí finalizó el bachillerato, estudió magisterio y en la Universidad vallisoletana comenzó filosofía, que concluiría en Madrid junto con el Doctorado, Además, terminaría las licenciaturas de Pedagogía y Psicología, había comenzado Sociología y Políticas y fue lector de español en París. Como militar no de carrera, llegaría a Brigada en 1974, lo más que podía alcanzar, ejerciendo en el servicio de psicología del ejército del aire.

En Valladolid, comenzaría su actividad literaria, vinculándose, a través de Ramón Torío, al grupo de la librería Relieve, con una especial amistad con Francisco Pino. Su creación literaria es ingente, como da cuenta la obra poética completa, más de mil páginas excelentemente editadas, en 1997, a cargo de Antonio Piedra, por la Fundación Jorge Guillén.

Su primer libro de poemas publicado, 'Yermos a la espera', inauguró la colección de Pliegos de Cordel Vallisoletanos, de la librería Relieve, en 1959. En esa colección publicó también, en 1962, 'Desde este palo' y en 1971 'monuMENTALES REBAJAS', habiendo editado en 1965, también con Relieve, fuera de esa colección, 'Alaciar', un libro de poemas que iba sin autor y con una aclaración que decía que hacía «renuncia de su propia biografía acaso por no estar seguro de haberla». Pero Justo Alejo tuvo biografía y una obra literaria más que sobrada. Póstumamente, por ejemplo, se publicaron 'El aroma del viento' (Endimión, 1980) y 'Marbella entre mil ríos' (Fundación Jorge Guillén, 1994).

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Fue colaborador de El Norte de Castilla desde febrero de 1973 hasta el final de sus días. Comenzó publicando textos sobre Sayago, sobre el colectivismo agrario o el plan para la comarca, sobre Antonio Machado en Segovia, sobre los viajes y la crisis de la energía, sobre Las Hurdes, y a partir de marzo de 1974, comenzó a tener una columna habitual de opinión, que publicaba con carácter irregular, y que en ocasiones fragmentaba, por su longitud, para publicarse dos días seguidos.

La noticia de su fallecimiento fue dada en el periódico por una nota apesadumbrada del director y amigo Fernando Altés Bustelo y acompañada en los días siguientes de artículos de Blas Pajarero, Santiago Amón, Francisco Pino, Anastasio Fernández San José y una viñeta de Domingo Criado. También colaboraba en las revistas 'Triunfo y Poesía' y participó en la creación de la Unión Militar Democrática, con la que miembros del ejército buscaban democratizar la institución y alejarla de la herencia de la dictadura.

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De Justo Alejo se han dicho muchas cosas. Pero una reiterada, que se publicó en 'Triunfo' con motivo su muerte, que decía que era un «poeta de la marginación». «Tristes tópicos» le gustaba repetir a Justo Alejo, «tristes tópicos castellanos» y «tristes tópicos» como subtítulo de sus tan benjaminianas 'monuMENTALES REBAJAS'. A mi juicio, la pretendida marginalidad es un tópico más.

La poesía de Alejo solo es una poesía de la marginación si se entiende que el mundo rural, el mundo campesino, era un mundo marginado. Pero no, su poesía no es una poesía de la marginación, es una poesía que hunde sus raíces en la cultura ancestral, que, desde la arcaica lengua campesina, retuerce el lenguaje y lo lleva a otra dimensión para construir una lengua de vanguardia (animado por Santiago Amón y Francisco Pino), al modo en que, desde su herencia quechua-mestiza, lo hizo un César Vallejo, al que tanto admiraba, con las quiebras a las que le llevaba su «otra mirada» exterior.

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Lo que caracteriza a Justo Alejo es, en definitiva, una mirada campesina, a la manera de la que se refería John Berger en su ensayo en la novela 'Puerca tierra', hace ya cuarenta años. Como el portugués Miguel Torga, Justo Alejo nos habla desde el interior de la herencia del mundo campesino, despojado de clichés, de un mundo rural que hoy se caricaturiza como tosco y retrógrado. Y ahí está la verdadera herencia de Justo Alejo, que pasa por despojarnos de los estereotipos, de los tópicos castellanos y de los rurales. Nada menos.

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