No deja de ser irónico que estos días estemos hablando de la moralidad del arte de un escritor que precisamente tituló uno de sus libros Moralidades. Algunos hablamos y muchos callan porque no tienen opinión, porque les da igual o para no pillarse los dedos. ... El tema es peliagudo aunque no es la primera vez que sale a la plaza pública. No hay acuerdo si el arte puede ser inmoral, amoral, inmoralista o solo debemos disfrutar del arte que sea moral. A ello se une la pejiguera de las definiciones: ¿qué es arte moral, o inmoral o amoral? Mi respuesta es que en cuestiones de moral, al igual que en política, utilizamos el método de Humpty Dumpty: Es moral lo que yo quiero que lo sea.

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No hace mucho leí la definición que Roland Barthes daba de delicadeza: «distancia y consideración, ausencia de peso en la relación y, sin embargo, calor vivo de esa relación. El principio sería: no manipular al otro, a los otros». En definitiva, es el 'Soberano Bien'. Ocurre que esta definición ética de convivencia respetuosa aceptando al otro en todas sus dimensiones la elaboró alguien que apoyó la represión brutal y las purgas de Mao. Para él no había cortocircuito intelectual entre la teoría filosófica propia y la práctica política maoísta. En mi caso lo hay y, a pesar de ello, creo que al menos esta idea de Barthes es válida, a pesar de que él apoyara activamente el asesinato sistemático de millones de chinos. Lo que me ocurre con él se repite con otros: Rafael Alberti, poeta extraordinario que apoyó el régimen soviético; Ezra Pound, valedor del fascismo italiano; o Valle-Inclán, carlista.

Volviendo a Jaime Gil de Biedma, en un párrafo de Retrato del artista en 1956 narra el encuentro sexual con un menor de edad. Otros artistas también han sido acusados de pederastas. Roman Polansky fue condenado por mantener relaciones sexuales ilícitas con una menor, lo que no fue obstáculo para que recibiera enfáticas muestras de apoyo a su regreso a Estados Unidos. Gabriel Matzneff se jactaba de mantener relaciones con niñas, de lo que dejó constancia en algunos de sus libros. En enero de 1977 apareció una carta en Le Monde en apoyo de dos pederastas y en mayo otra carta pedía que las relaciones sexuales entre adultos y menores no fueran delito. Firmaron, entre otros muchos, Louis Althusser, André Glucksmann, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jacques Derrida, Louis Aragon y Felix Guattari.

Dudamos entre condenar al hombre y salvar la obra o condenar a ambos. Dudamos si el arte ha de educarnos o si puede ser un divertimento o incluso si puede socavar los cimientos de las sociedades como, por lo visto, podía hacer el «arte degenerado», según expresión nazi, en la década de 1930. También los comunistas pensaban que el arte jugaba un papel importante en la construcción de la sociedad. Por eso se emplearon con saña en censurar todo lo que imaginaban que era arte burgués. Incluso los nacionalistas están convencidos de que el arte refleja la esencia de toda cultura. No todo tipo de arte, por supuesto, sino aquel que plasma los valores esenciales del pueblo con que los políticos (sí, los políticos) crearán la identidad nacional inmanente.

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Vuelvo a Gil de Biedma. En su obra no hay, ni por asomo, una celebración de la pedofilia. Su obra surge de una mirada moral a la sociedad de su época, por eso choca tanto el párrafo sobre el menor filipino; es la actitud del señorito al que no le basta con que lo satisfagan sexualmente sino que quiere que lo consideren, o, en palabras suyas: «no me importa pagar, pero quiero que me aprecien».

Acabo con la enunciación de una evidencia. En las sociedades laicas la ley conforma la moral social. Con todas sus consecuencias.

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