La obra de Iñaki Ezquerra (Bilbao, 1957) es el fruto cierto de un doble compromiso, ético y estético. Compromiso con su actividad pública frente a la incuria. Y compromiso privado con la palabra y la expresión literaria, a través de sus relatos, sus novelas, sus artículos periodísticos… y tal vez de manera especial sus libros de poemas. Eso que, en la senda del mejor Kapuscinski, podríamos resumir en el convencimiento de que la verdadera poesía es siempre «un testimonio» más digno de fe que el de ningún otro género literario.
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De la condición de la poesía como testimonio personal y social ya dieron muestra poemarios anteriores, como 'La ciudad de memoria', 'Museo de reproducciones' u 'Otra ribera'. Algo que de alguna manera se acentúa, por no decir que se precipita, en su última entrega. Una obra que sitúa definitivamente al autor y a sus lectores en un momento histórico de su existencia: el final de la sociedad líquida y la entrada en el poshumanismo. Un 'Carnaval sin fiesta', como dice su título, donde imperan la máscara, la impostura y la posverdad, como signos de una profunda alienación del ser humano. Una búsqueda de esas analogías inquietantes que pueden poner en relación las capuchas de los asesinos del Estado Islámico con los «capirotes» de los terroristas de ETA y, ahora, las máscaras de Anonymus. Y un pequeño recorrido por la historia universal del enmascaramiento como una de las más ancestrales muestras de la condición humana.
Así, los versos de 'Carnaval sin fiesta' son el fruto de una sucesión continua de confinamientos. El «grito de un corazón sensible» hacia un mundo herido. Y la reflexión profunda, desde el sentimiento, sobre el lugar en el que el ser humano se ha colocado a sí mismo. Además de la búsqueda de un último refugio en la palabra y en el arte. También en ese hilo indestructible que nos une a los clásicos que, con tan pocas palabras, nos dicen cómo hemos sido y cómo seguimos siendo: «Así obra el necio». Lo que en otro tiempo pudo llamarse poesía civil o social, y que el autor prefiera bautizar como «poética metasocial».
Versos, en cualquier caso, que se sitúan entre el humor, el amor y la tolerancia, para denunciar las mentiras. Las propias y las ajenas: los engaños del mundo. Máscaras tejidas, a veces, con la fibra de las resacas ideológicas y los desengaños. Y desenmascaramientos que buscan con denuedo el reforzamiento cultural y sentimental frente a los avances de la barbarie. El testimonio de un corazón poético que late despacio, pero que todavía es capaz de responder «con arte, con vida y alegría» a las manifestaciones de la patraña universal. La certificación, al cabo, de la existencia, «como un fugaz instante / entre el horror y la belleza».
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