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El naturalismo español y el madrileñismo rampante del siglo XIX encontraron en el canario don Benito Pérez Galdós a su profeta de provincias, quien desde dentro pintó con trazo certero y a veces despiadado el retrato burgués de una época que el modernismo se empeñaba ... en sublimar. Muchos cineastas han aprovechado el hechizo que alentaba la prosa galdosiana, porque sus historias encajaban a la perfección con el drama rural hollywoodense o con la coproducción. El caso es que el Año Galdós brinda una extraordinaria oportunidad para revisar la argamasa castiza transformada en celuloide literario.
'Beauty in Chains' (1918), de la australiana Elsie Jane Wilson –mujer de Rupert Julian–, con guion de Elliott J. Clawson y Ruby Lafayette en el papel principal, es la primera adaptación del universo de Pérez Galdós, una película determinada por el tono «dickensiano» del anterior largometraje protagonizado por Wilson, 'Oliver Twist' (1916); en concreto, se trata de una adaptación de 'Doña Perfecta' producida por la Universal. La novela conocería posteriormente otras dos versiones cinematográficas: la mexicana dirigida por Alejandro Galindo y la de César Fernández Ardavín. En 1925, el santanderino José Buchs dirigió 'El abuelo', con Modesto Rivas y Doris Wilton, filme que adolece de exceso de metraje y un empacho de intertítulos, puesto que, como ocurre en las películas de este director, la imagen se encuentra al servicio del texto original. En 1928, Luis R. Alonso se atrevió con 'La loca de la casa', con Carmen Viance, Consuelo Quijano y Ana de Siria: la traslación a la gran pantalla de la novela espiritualista homónima escrita en cuatro jornadas y que el propio Galdós llevó posteriormente a escena en el Teatro de la Comedia en 1893.
Y habrá que esperar hasta 1940 para encontrar la primera gran adaptación del ciclo galdosiano con 'Marianela', dirigida por Benito Perojo con capital mexicano y con una sensacional y convincente Mari Carrillo en el papel de Nela, la poco agraciada muchacha que sirve de lazarillo a un joven ciego del que vive enamorada. En este sentido, Perojo traslada de forma magistral el andamiaje sucio y convencional de la vida de provincias que aparece en la novela, la España profunda y desequilibrada que será tan recurrente en la narrativa del escritor. Los productores mexicanos encontraron las tramas galdosianas muy del gusto de su público, debido a los enormes paralelismos entre los dramas rurales de la España noventayochista y la realidad mexicana –recordemos la pasión de Valle-Inclán por México y la influencia del país azteca en su construcción del esperpento–. El periplo mexicano del cine galdosiano continuó con 'Adulterio' (1945), curiosa adaptación de 'El Abuelo' protagonizada por la agente nazi Hilde Krüger y dirigida por el exilado toledano José Díaz Morales; siguió después con otra nueva versión de 'La loca de la casa' (1950), de Juan Bustillo Oro, esta vez con los taquilleros Pedro Armendáriz y Susana Freyre encabezando el reparto, y llegó a su cénit mexicano con 'Doña Perfecta' (1951), de Alejandro Galindo; 'Misericordia' (1953), de Zacarías Gómez Urquiza, y 'La mujer ajena' (1955), adaptación de la autobiográfica Realidad. El éxito arrollador de Galdós en las salas mexicanas hizo que Argentina se sumara al ciclo del novelista: así se produjeron y estrenaron en aquel país 'Tormenta de odios' (1954) –nueva versión de 'El Abuelo'– y 'Marianela' (1955).
Mientras, en México se preparaban para la llegada de Luis Buñuel en 1946, en plena era de oro del cine azteca, donde el aragonés rodó nada menos que veinte de sus treinta y dos largometrajes. Tras cubrir una etapa que el cineasta definió como 'películas alimenticias', Buñuel abordó sus grandes filmes mexicanos, entre los que destaca la excelente 'Nazarín' (1959), una fábula sobre la caridad cristiana rodada en tres semanas y que no se estrenó en España hasta 1976. Protagonizada por Francisco Rabal, el filme se adentra en las peripecias de un sacerdote mesiánico y quijotesco que ejerce su ministerio en un pueblecito mexicano y que, incomprendido por su propia comunidad, se ve obligado a huir de la justicia por compartir su suerte con locas y prostitutas, representadas por Beatriz y Andara. «Para mí nada es de nadie. Todo es del primero que lo necesita», explicita el protagonista al comienzo de la película. En su autobiografía, 'Mi último suspiro' (1982), coescrita junto a Jean-Claude Carrière, Buñuel revela que trasladó al cine «lo esencial del personaje de Nazarín tal como está desarrollado en la novela de Galdós, pero adaptando a nuestra época ideas formuladas cien años antes, o casi. Al final del libro, Nazarín sueña que celebra una misa. Yo sustituí este sueño por la escena de la limosna. Además, a todo lo largo de la historia, añadí nuevos elementos, la huelga, por ejemplo, y, durante la epidemia de peste, la escena con el moribundo –inspirada por el 'Diálogo de un sacerdote y un moribundo', de Sade– en la que la mujer llama a su amante y rechaza a Dios». En la novela, publicada en 1895, Galdós recoge las aventuras de un sacerdote, Nazario Zaharín, al que le inspira un cristianismo utópico –y los místicos españoles–, al igual que sucede con Catalina en 'Halma' (1895) –que Buñuel adaptó en 'Viridiana– o Benina en 'Misericordia' (1897).
Galdós le inspira a Luis Buñuel un realismo social de tintes surrealistas que cristalizó en la segunda parte de 'Nazarín': 'Viridiana' (1961), también coescrita por el oscense Julio Alejandro al igual que la primera y exhibida en nuestro país nada menos que diecisiete años después. De nuevo, Buñuel cuestiona los resultados de la beneficiencia cristiana, lo que le acarreó que el periódico de la Ciudad del Vaticano, L'Osservatore Romano se refiriese a la «impiedad y blasfemia» del aragonés, provocando una auténtica conmoción en España y en el panorama internacional. En la obra de Galdós, Nazarín se alía con la aristócrata Catalina de Artal, condesa de Halma-Lautemberg, para crear una especie de comunidad estrafalaria en el corazón de la España profunda para poner en marcha un sistema solidario de dimensiones mucho mayores que el plateado en 'Nazarín', pero que está abocado al fracaso quijotesco, como todos los idealismos. Muchos se han quedado en los planteamientos buñuelianos, pero pocos han indagado en el espíritu galdosiano, que responde muy bien a un negativismo nacional de carácter preexistencialista. Galdós arroja al rostro del lector mucho antes que Buñuel todo ese mundo cruel en el que unos ingenuos naufragan en su propósito redentor. La condición española, nos dice Galdós, innata a nuestro pueblo, a nuestra idiosincrasia, se alimenta de la desgracia ajena.
En el último tercio del siglo XX, la narrativa de Galdós conoció varias traslaciones a la gran pantalla de una gran calidad: 'Fortunata y Jacinta' (1970), de Angelino Fons, con Emma Penella y Liana Orfei; 'Tristana' (1970), de Luis Buñuel, basada en la novela homónima de 1892 y que tanto influyó en 'La mujer y el muñeco' (1898) de Pierre Louÿs, a la que el cineasta dedicó una producción de varios años –incluso desde su etapa mexicana–, hasta que modeló a su antojo el material galdosiano –Buñuel pensaba que era de las peores obras que había escrito don Benito–; 'La duda' (1972), de Rafael Gil, nueva y correcta versión de 'El abuelo'; 'Tormento' (1974), de Pedro Olea, con Ana Belén y Francisco Rabal dando rienda suelta a sus pasiones 'sacrílegas'; 'Doña Perfecta' (1977), de César Fernández Ardavín, con Julia Gutiérrez Caba y Victoria Abril en un formidable 'tour de force' femenino; hasta llegar a las más recientes 'El abuelo' (1998), de José Luis Garci, sin duda la mejor de todas las adaptaciones de la novela, apoyada en un espléndido elenco encabezado por Fernando Fernán Gómez; y 'Sangre de mayo' (2008), también de Garci e inspirada en dos de los 'Episodios nacionales': La Corte de Carlos IV y El 19 de marzo y el 2 de mayo, sobre el 2 de mayo de 1808, cuando Madrid se alzó contra las tropas napoleónicas.
Por último, cabe destacar una producción reciente de Sri Lanka, 'Nela' (2018), de Bennett Rathnayake, que convierte las minas de Socartes de 'Marianela' en una plantación de té en Ceilán, a comienzos del siglo XX. Solo los grandes retratistas de la política y la sociedad como Galdós pueden trascender los cauces de lo estrictamente nacional y dar el salto a lo universal, despertando el interés, por ejemplo, de un remoto cineasta ceilandés que hace suyo su legado y lo transforma. Como escribió don Benito en 'Fortunata y Jacinta': «La moral política es una capa con tantos remiendos, que no se sabe ya cuál es el paño primitivo». Porque Galdós pertenece ya al patrimonio intangible de la humanidad.
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