Los libros de la semana
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Los libros de la semana
La historia de amor de Muñoz Molina y el padre que sobrevivió a un campo de refugiadosLas propuestas literarias de esta semana incluyen una historia de amor a través del tiempo, el pasado de un padre que sobrevivió a un campo de refugiados y el periplo de un joven que fue enviado a la guerra para salvar a su familia.
«Es en las caras de los demás y no en el espejo donde uno ve el paso del tiempo» (135)
'No te veré morir'. Antonio Muñoz Molina.
Seix Barral. 240 páginas. 19,90 euros.
Casi todas las reseñas en prensa han afilado lápices en torno a las primeras páginas, con esa prosa de orfebre que consigue contar una vida sin un solo punto hasta la pág. 73. Y es verdad que ese inicio es poderoso, tan bien narrado que el lector se desliza entre comas sin miedo a perderse o claudicar. Pero más fascinante aún es el comienzo de la tercera parte. La novela adquiere ahí unos pliegues emocionales de una intensidad tal que es muy difícil avanzar sin quedarse atrapado en la escena (el reencuentro) que acabamos de presenciar. Muñoz Molina ha escrito una novela preciosa.
Gabriel es un profesional de éxito en EE UU. Adriana, una mujer atrapada en un cuerpo que le empieza a fallar. Ambos mantuvieron una intensa historia de amor a mediados de los años 60. Compartían canciones, películas, lecturas, con el mismo hambre de cultura y libertad, con la sensación de que solo con estar juntos bastaba para combatir la estrechez del franquismo que había a su alrededor. Pero en 1967 se despiden. Él se muda a Los Ángeles. Ella se queda en Madrid. «El que se marcha olvida con mucha más facilidad que el que se ha quedado» (179). Él se vuelve a casar y forma una familia. Ella se convierte en madre soltera. «Para el que se marcha desaparece el mundo en el que se anclaba la memoria» (159).
Años después, en los 90, un joven profesor español se instala en EE UU y conoce a Gabriel. También ese joven se ha alejado de su familia: su mujer ha iniciado un proceso que le separa cada vez más de su hija. En ambos casos, Muñoz Molina nos presenta a personajes atravesados por la distancia del tiempo y del espacio. Y a partir de ahí, reflexiona sobre cómo entramos y salimos de la vida de los demás, sobre cómo lo que un día compartimos se desdibuja o ya no existe. Durante una conversación anodina con Gabriel, ese joven profesor pronuncia el nombre de Adriana. Algo prende de nuevo en Gabriel: la posibilidad de volver a ver, tanto tiempo después, a quien fue el amor de su juventud. Y a quien no ha olvidado. Porque, y aquí está otras de las grandes claves de la novela, su relación no se construyó solo en el pasado, sino que se ha ido alimentando durante todo este tiempo no solo con la ausencia, sino también con la materia de los sueños y de la memoria, dos ingredientes más de la realidad.
Porque los sueños y la fantasía ensanchan la vida (139). Porque lo que somos también se configura en lo que imaginamos y lo que fuimos puede vivirse de nuevo (o de transformarse o reinterpretarse) gracias a los recuerdos. Es, también, una novela sobre «la epidemia temporal del tiempo» (25). Porque «el tiempo no cura nada. El tiempo mata. El tiempo empeora y destruye» (132).
Gabriel y Adriana son conscientes cuando, tantos años después, se reencuentran. Lo hacen es un espacio en el que ya estuvieron juntos antes y parece no haber cambiado. Pero ellos sí. Sus cuerpos sí lo han hecho. Aunque lo que sienten al tocarse, el sentido del tacto, permanezca intacto, sus manos han cambiado y hoy son más viejas, están más frías y arrugadas. Aunque lo que sienten al mirarse pueda encender de nuevo hogueras, sus fuerzas para acarrear leños con las que alimentarla no es la misma.
'No te veré morir' es una novela fantástica, llena de matices, con una adjetivación maravillosa, en la que Muñoz Molia reconstruye una historia de amor atravesada por el tiempo, la memoria, los sueños, lo que de los otros no sabemos y el lastre de la vejez. Y todo ello, con una banda sonora de violonchelo (lo toca Gabriel) para recordarnos también el poder evocador de la música, tan firme cuando suena como la realidad, pero tan etérea al mismo tiempo como la memoria o los sueños.
«La culpa no es hereditaria. Bueno, no lo sé. tal vez lo que no es hereditario es la responsabilidad, la culpa es mucho más complicada» (203)
'Mi padre alemán'. Ricardo Dudda.
Libros del asteroide. 216 páginas, 18,95 euros.
Es curioso cómo en ocasiones estamos más pendientes de una historia de ficción que de la realidad. Cómo nos interesamos más por el pasado o el devenir de un personaje inventado que por la memoria y los deseos de quienes (de carne y hueso) tenemos a nuestro alrededor. Ricardo Dudda siempre supo que había un relato por escribir en la historia de su familia. Y lo hace aquí, en 'Mi padre alemán', un libro que explora los orígenes de los suyos y que retrata su presente, para que la tinta no borre la huella de su paso por aquí. Ricardo ofrece así una semblanza de Gernot, su padre, nacido en 1940 en Elbing, una ciudad de Prusia oriental que ya no existe como tal. Aquel lugar ha cambiado desde entonces de nombre, de país, de idioma, de religión. «¿Cómo explicas de dónde eres si tu lugar de nacimiento ya no existe?» (30).
En 1945, con la invasión rusa, la ciudad dejó de ser alemana y miles de personas tuvieron que huir. Entre ellas, la madre y una tía de Gernot, con sus hijos, camino de Berlín. Pasan meses solas, atravesando un país que se sacude las esquirlas de la guerra. Dudda cuenta esa huida (su padre era un niño), pero también la historia de su abuelo, un antiguo agente nazi que también tiene que ocultarse una vez que se establecen nuevos juegos de poder.
La familia se reencontrara años después en un campo de refugiados y emprenderá una nueva vida. Gernot, ya crecido, decide viajar a España (Burgos) para labrarse un futuro. Allí comenzará una historia de desarrollo personal que le llevará a convertirse en famoso publicista. Hoy, años después, tras varios matrimonios y ya retirado, vive en una casa de campo en Murcia. Allí lo visita su hijo, quien a través de conversaciones y documentos reconstruirá la historia de su familia y el pasado de su padre.
Y todo ello, con numerosas escenas cotidianas de la vida actual. Una apuesta inteligente para demostrar que lo que somos es también lo que fuimos y que conocer el pasado de los nuestros nos servirá mejor para conocer su presente (sus ideas, sus miedos, sus deseos, sus placeres). Una historia familiar potente para un libro que se lee con gran placer (pese a lo nervioso que me pone ver el punto antes de las comillas).
«La felicidad también se inventa. Basta con creer en ello» (60).
'Los virtuosos'. Yasmina Khadra.
Alianza. 480 páginas. 23,95 euros.
En 1914, Yacín, un joven pastor de una aldea de Argelia es chantajeado por el cacique de la comarca. Debe ir a la guerra de Europa en lugar de su hijo. Si no lo hace, toda su familia sufrirá las consecuencias. Así que Yacín cambia su identidad y combate contra los alemanes bajo la bandera francesa. Defiende una causa que no es la suya en nombre de alguien que no es él. Esa experiencia de la guerra le acompañará durante toda la vida. Y también las personas que allí conoce y que se cruzarán de nuevo en su camino. Porque, después de años en las trincheras, Yacín vuelve a Argelia con la intención de buscar a su familia y vengarse por todo el dolor aquel cacique le ocasionó.
Comienza así un periplo por Orán, por el desierto, con hombres que se aprovecharán de él y mujeres de las que se enamorará. Y siempre, acechando, el aliento de quienes no olvidaron quién era y que intentarán matarlo para que no desvela la verdad. Yasmina Kahdra ha escrito un libro emotivo, en el que de verdad sufres por el destino de su protagonista, con unos personajes secundarios fantásticos (Sid, la dueña de la tienda de telas...) y lleno de mensajes positivos. «La honradez se paga muy caro, pero acaba compensando» (471). «A menudo persistimos en lo que nos perjudica en vez de concentrarnos en lo que nos ayuda a recuperarnos» (284). «El pasado es tu equipaje. El futuro, tu destino. El presente eres tú» (404). Me ha entretenido mucho.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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