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Carlos Aganzo
Valladolid
Viernes, 17 de junio 2022, 00:44
Fuera de toda escuela, la obra de Manuel Álvarez Ortega (Córdoba, 1923-Madrid, 2014) es una de las más singulares y personales de su tiempo. Un tiempo que se inauguró en 1948 con 'La huella de las cosas' y que deja el legado de más de una treintena de libros de poemas, escritos prácticamente hasta el día de su muerte, si bien en un determinado momento de su vida, al cumplir los sesenta, el escritor quiso dejar cerrados y acabados en su 'Obra poética 1941-1991'. Nada más lejos de la realidad. A todo este trabajo hay que añadir la incesante actividad del escritor cordobés como traductor, con algunas espléndidas versiones de autores como Saint-John Perse, Apollinaire, Paul Éluard, Jules Laforgue, Lautréamont, Milosz o André Breton.
Es a esta última faceta suya a la que rinde homenaje la obra 'Hieren todas. Antología poética plurilingüe', publicada por Devenir, y que cuenta con edición y epílogo-estudio de Guillermo Aguirre, y prólogo de Rosa Pereda. Textos que toman como base aquella 'Antología poética 1941-2005', publicada por este mismo sello, a la que se añaden poemas de otros libros suyos como 'Génesis' (1975), 'Cenizas son los días' (2011) y 'Ultima necat' (2012). Todos traducidos a las más diversas lenguas. La respuesta a parte de lo mucho que él entregó al mundo de la poesía y la consecuencia del homenaje nacional que le rindió la Universidad Complutense de Madrid el año pasado.
También la oportunidad de volver a leer a este escritor dedicado en cuerpo y alma a la depuración de su obra. Un 'purgatorio', en palabras de Pereda, que hizo de la suya una expresión poética única, fruto de un intenso compromiso con la palabra. Y un proceso creativo parte del cual, si bien de manera misteriosa, quedó reseñado en su libro 'Intratexto': una poética fragmentaria donde se adivina su originalidad más allá de su propia generación y de las generaciones con las que convivió su poesía. Una maestría celebrada por poetas como Jaime Siles, Antonio Colinas, César Antonio Molina o Marcos Ricardo Barnatán, que hoy forman parte del patronato de la Fundación Manuel Álvarez Ortega.
Purgatorio poético y tal vez, visto en su conjunto, el testimonio literario de un vibrante existencialismo jazzístico, como adivina Rosa Pereda. La inquietud que mueve sus primeros versos, cuando escribe en los cuarenta, casi como un viejo blues: «Y yo, que me siento apagado, sólo sombra, alzo mi rostro a las cosas y les pregunto: / y nadie, nadie sabe decirme el porqué de mi vida». Y la respuesta concreta a partir de los hechos: más de sesenta años en «ejercicio de contrapunto y fuga», como escribe Aguirre, dedicados por completo al poema.
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