![Héroes y amores de Stendhal](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202301/27/media/cortadas/Stendhal-kYTH-U1903713446896xF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Vivió en una época turbulenta (1783-1842), y da cuenta de ella en sus escritos. Admirador de Napoleón, por su ímpetu transformador, y testigo de primera mano del lento desmoronamiento del antiguo régimen, sorprenden las semejanzas de las tensiones entre ultras y liberales que narra ... con las de las derechas e izquierdas actuales, y sobre todo, la ausencia de retórica preciosista, tan del momento, con que están contadas. Pero Stendhal no es un historiador, sino un novelista, creador de personajes fascinantes, que nadan con diversa suerte en esas aguas difíciles.
Sus dos libros fundamentales, entre el enorme montón de páginas que escribió, son 'Rojo y negro' (1831), y 'La cartuja de Parma' (1839). En ellos hay dos héroes Julien Sorel y Fabrizio del Dongo con semejanzas y diferencias que retratan, más allá de sus circunstancias, modelos humanos que atraviesan las épocas. Julien, hijo de un carpintero, vive en la Francia postrevolucionaria, es muy inteligente y quiere escalar de clase social; Fabrizio es un noble italiano atolondrado que admira a Napoleón hasta el punto de huir de casa para unirse a su ejército y presenciar, confundido, su derrota en Waterloo.
Las clases sociales de la época, además de muy marcadas, son impermeables, y una fuente continua de conflictos. Los dos entran en el aparato eclesiástico, Fabrizio como única posibilidad de estar en contacto con las clases altas y huir de su destino de trabajador manual, y Julien como salida a su confusión de ideas y proyectos vitales. Ninguno de los dos tiene creencias religiosas, y no parece que importe mucho. Tampoco el narrador aparenta la menor fe en la trascendencia. Él los llama héroes, pero son un poco títeres y, desde luego, carecen de experiencias que justifiquen el apelativo. Julien es espabilado y tiene la firme voluntad de medrar en un estrato superior al que le corresponde por nacimiento.
Llega a vivir, como secretario, entre la nobleza; ahí acaba su heroicidad. Fabrizio, en su voluntarismo militar, no llega a saber dónde está la batalla de la que es testigo, y bastante hace con sobrevivir a la hecatombe, ayudado siempre por mujeres que se apiadan de él. Más tarde, el asesinato de un fantoche, que debería haber sido una minucia, por su condición de noble, le crea un enorme problema. Lo más destacable es su huida de una prisión, urdida por sus dos amantes. Él solo tuvo que deslizarse por la soga.
Se parecen más los dos en cuestión de faldas. Tienen amores apasionados e ilícitos y se entregan a ellos. Esas relaciones les procuran sus momentos de mayor felicidad, y su desgracia. La madre de sus alumnos se enamora de Julien y él, por conveniencia y vanidad, accede a consentir sus sentimientos. «Como la señora de Rênal nunca leía novelas, todos los matices de su felicidad eran algo nuevo para ella». Más adelante se enamora de Mathilde, la joven hija de un marqués que también se encapricha de él. Ninguna de las dos le conviene ni le es permitido acceder a ellas en sociedad como amante y menos como marido. Entre las dos fraguan su desgracia. Con Fabrizio ocurre algo parecido.
Su tía, la duquesa, se enamora de él y lo protege de todas las calamidades que le acechan. Cuando más desdichado debiera ser, en la cárcel, se enamora de una muchacha que tampoco es para él y encuentra una insospechada felicidad clandestina. «¡Qué pasión más terrible es el amor…!; ¡y, sin embargo, todos esos farsantes del mundo hablan de él como de un motivo de felicidad!» Su final es menos terrible que el de Julien, pero también es oscuro, en un mundo que no le permite mostrar quién es, lo que quiere y a quién quiere. El amor es la pasión que más interesó al novelista, y llegó a dedicarle un tratado.
El adecuado comportamiento social, más allá de las creencias propias, es la clave del éxito en la vida. «La primera cualidad para un muchacho de nuestros días (…) es no ser capaz de entusiasmarse y no tener talento». «Cree, o no creas, lo que te enseñan, pero no les lleves la contraria nunca». Los consejeros de los protagonistas son descreídos acostumbrados a nadar en un mundo lleno de intrigas en el que la búsqueda de ideales es, no solo inconveniente, sino funesta, a la hora de sobrevivir. Tienen conciencia clara de que es un fin de época, aunque todavía no están al tanto de lo que traerá la revolución industrial.
Otro rasgo de modernidad es la muestra explícita del estado de las finanzas de sus personajes. El narrador cuenta las rentas que les corresponden al detalle. Por supuesto, en la nobleza nadie trabaja, a no ser como político. Las peripecias que narra, los golpes de fortuna o las desgracias que les acontecen los maneja con habilidades melodramáticas para crear expectación y llevar todo a un final definitivo, que no suele ser alegre.
Stendhal le contó a Balzac que leía unas páginas del Código Civil antes de ponerse a escribir. Lampedusa dice de él que «ha logrado resumir una noche de amor en un punto y coma». Esa sobriedad de estilo es quizá lo que hace que se le considere el primer escritor realista. Otros autores, sobre todo de su tiempo, encuentran cierto desaliño en sus textos. Parece que solo tardó cincuenta y dos días en escribir 'La cartuja de Parma', un novelón de unas seiscientas páginas. Él de sí mismo contó: «Yo escribo solamente para cien lectores, elegidos entre esos seres desgraciados, simpáticos, encantadores, nada hipócritas, nada morales, a los que quisiera complacer; de ellos conozco apenas a uno o dos». Las últimas palabras de 'La cartuja de Palma' son: «TO THE HAPPY FEW». Hoy se ha convertido en un clásico imprescindible, al que es un gozo leer.
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