José Francisco Fernández
Viernes, 13 de diciembre 2019, 07:53
Una habitación con vistas' (1908) quizá no es la mejor novela de la literatura inglesa del siglo XX, hay docenas de obras maestras que por su complejidad y su amplio marco de referencias superan a la tercera novela de E. M. Forster, pero 'A Room ... with a View' sí es probablemente la mejor novela para leer y discutir en una clase de escritura creativa, pues tiene todo lo que una narrativa de cierta extensión debe tener en términos de composición; vendría a ser algo así como una novela de manual.
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En primer lugar, la novela de Forster tiene un campo fértil de actuación, entendiendo por esto un terreno que cualquier escritor se sentiría afortunado de explorar: las clases pudientes de la sociedad (en este caso la inglesa, más concretamente, la de los Home Counties) con todas sus fobias, miedos, normas y formalismos. También incluido en el lote estaría el recelo de la burguesía ante el intruso, ya sea éste un extranjero o un recién llegado a ese estamento social. En 'Una habitación con vistas' el marco histórico lo proporciona la época eduardiana, un periodo en el que ya se veían las grietas del gran edificio victoriano.
A continuación la novela presenta un personaje en busca de una revelación, lo que siempre es un regalo para un escritor. La joven Lucy Honeychurch quiere una habitación con vistas en su pensión en Florencia, pero eso significa, y el lector lo intuye, que la joven anhela algo más que un punto de observación privilegiado, lo que en realidad quiere es una vida llena de emociones, viajes, relaciones, afectos… El despertar de Lucy ante el mundo que se ofrece ante su ventana, el librarse del corsé protector de su familia y, posteriormente, de su prometido, será el hilo fundamental de la trama y Forster no se apresura a desmadejar el ovillo, sino que lo deshace pacientemente.
Después están los demás personajes, que Forster en un principio asigna según arquetipos ya establecidos: la pariente pobre de la familia, Charlotte, que actúa como carabina en el viaje a Florencia; el prometido pretencioso y pagado de sí mismo, Cecil Vyse, que tan torpemente actúa en asuntos del corazón; o el anciano Sr. Emerson, sabio consejero de la desorientada Lucy. Pero de forma sutil, Forster introduce en estos modelos prefijados elementos distorsionadores, de forma que el personaje que creíamos plano se nos desvela con matices hasta entonces ocultos. ¿Acaso no es Charlotte, la guardiana de la moral de su joven prima Lucy, la que ayuda a que esta encuentre la felicidad procurando un encuentro decisivo con el Sr. Emerson, padre del joven George, del que Lucy está enamorada?
Forster consideraba que un buen argumento, a diferencia de la simple concatenación de eventos de una historia, era fundamental para una buena novela, y aquí se revela como un maestro. La estructura circular de la narración es ejemplar y las exigencias que hace a la memoria del lector son justas y perfectamente asumibles. Adicionalmente, los símbolos que se repiten a lo largo de los distintos capítulos forman parte del andamiaje estético de la obra, pero no solo como ornamentación, sino como elementos compositivos que la complementan. Entre estos símbolos me gustaría destacar la guía de viajes Baedeker, la madre de todas las guías actuales. Un viajero inglés del siglo XIX jamás viajaría sin su Baedeker. El hecho de que el segundo capítulo de la novela se titule 'En Santa Croce sin Baedeker' augura tragedia, pues Lucy ha olvidado su guía en su visita a la ciudad. En un personaje como Lucy, sin embargo, las posibilidades que se abren ante esta situación dan paso a la aventura y ella asume gustosamente el riesgo: «Pero el contagioso encanto de Italia le hizo efecto y, en vez de buscar información, empezó a sentirse feliz».
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En conclusión, 'Una habitación con vistas' es una novela ejemplar en el sentido más literario del término, y como escribía José Jiménez Lozano, todos sus elementos están ahí precisamente para ser apreciados: «todo resulta como si el despliegue de todos los talentos del narrador, y el argumento y los personajes arquetipos, estuvieran ahí sólo para proclamar todo eso».
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