T raducir es más que trasladar un significado de una lengua a otra. Esta mañana di vueltas a cómo hacer entender en otra lengua la expresión 'fulatino es un figura'», dice Juan A. Canal, un profesor de filosofía jubilado que sigue pegado a la pantalla ... y a las palabra varias horas cada día frente al Pisuerga.
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Comenzó a traducir a Descartes y a Hume para sus alumnos. «Yo era poco amante del libro de texto, prefería usar las obras originales en vez del refrito de manual. Me gustaba poner a los bachilleres en contacto con los autores y preparaba mucho material didáctico que les traducía. Está recogido en 'Palabras de filósofos' ( I y II, editorial KRK), citas de los pensadores referidos con iluminaciones en los márgenes y un glosario».
Canal cree que «se puede enseñar es a leer textos. Más que soltar lotes de contenidos que uno olvida, prefería potenciar el esfuerzo personal en esa lectura guiada. Claro que hay que saber qué significa el concepto justicia para Aristóteles, lo aprendes como una fórmula matemática, pero a partir de la edad en la que Platón recomendaba afrontar la filosofía –'cuando despierta la barba'– es mejor familiarizar, capacitar y crear el gusto por los textos». Ahí nace la afición de este profesor por la traducción, «a falta de dotes literarias, fue un cauce personal por lo que tiene de creatividad».
No abandona Descartes, del que acaba de emprender otra traducción, hace incursiones en la literatura –solo de autores que le gustan como Flaubert– y lidera el ingente proyecto de trasladar al español el 'Diccionario histórico y crítico' de Pierre Bayle desde la década pasada. Precedente de la 'Enciclopedia' de Diderot, la obra tiene más de 210.000 entradas que revisan «la confrontación de protestantismo y catolicismo». «Hay un equipo de casi doce personas traduciendo, la mayoría como yo, profesores de secundaria jubilados».
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Juan Canal echa de menos las traducciones universitarias, «el actual sistema de evaluación de los profesores privilegia más las publicaciones en revistas científicas de impacto que la traducción de conocimiento foráneo. Es una pena porque es importante el dominio del campo del saber en el que se trabaja. Si es un texto de geología, el mejor será un geólogo o al menos un biólogo».
La traducción literaria «tiene un plus de exigencia, por eso la acometen literatos. Decía Javier Marías que lo más creativo que había hecho fue traducir el 'Tristram Shandy'. Además de trasladar la idea hay que encontrar una forma apropiada e inteligible que suene al original. Traducir es una lucha a cuerpo con las palabras no del lenguaje primigenio sino el del destino». Admite la utilidad de los traductores automáticos para enunciados sencillos pero «no valen para el matiz». Sostiene que el lenguaje se gasta, «no el de los clásicos sino el de quien lo lee tiempo después», por eso Montaigne o Joyce se traducen cada cierto tiempo. A veces, el desafío de las palabras le perturba el sueño. Entonces recuerda que es por gusto.
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