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Frank Bascombe surge para la literatura en 1986, en la primera línea de 'El periodista deportivo': «Me llamo Frank Bascombe y soy periodista deportivo». Y sin acabar la primera página ya nos ha metido en su casa, nos ha contado desgracias familiares, perspectivas profesionales, sus ... angustias. Nos ha invadido.
Con 42 años, Richard Ford era un perfecto desconocido. Había publicado otras dos novelas, en 1976 y 1981, en las que nadie reparó, y se ganaba la vida con el periodismo; de deportes, precisamente. Pero su empresa cerró, y pensó en volver a la literatura sin caer en fracasos anteriores: «Un día Kristina, mi mujer, me dijo: ¿Por qué no escribes sobre alguien que es feliz? Yo tenía una concepción muy romántica de los personajes de las novelas. Eran siempre tipos conducidos por la angustia, sometidos a terribles torturas psíquicas, preocupaciones… Así que decidí cambiar mi visión del mundo». Se fijó en una frase de Henry James: «Ningún tema es tan humano como los que reflejan, de la confusión de la vida, la relación entre dicha y carga, entre las cosas que ayudan y las cosas que duelen». Y ahí fraguó a Bascombe: «Pensé: una persona feliz es alguien que ha sido infeliz en el pasado y que intenta ser feliz. Y esa es la manera en que llegué a Frank». Olvidada su tendencia a los personajes complejos y retorcidos, Richard Ford se alimenta de su entorno. Y lo más cercano empieza por sí mismo. Da a Frank su edad –es un año más joven que él, nace en 1945–, sus comienzos de escritor y su paso al periodismo deportivo. A los dos se les muere el padre a edad temprana. Y comparten los orígenes humildes que describe la novela: «Nací a una existencia moderna y corriente en 1945, hijo único de padres honrados con puntos de vista normales, sin ninguna conciencia de su papel en el proceso histórico».
Pero no todo es coincidencia, reflejo. Frank Bascombe vive su vida. Ha tenido tres hijos, y se acaba de divorciar de su mujer. Circunstancias familiares bien distintas a las de Ford, siempre enamorado de la Kristina a la que dedica todos sus libros, y sin interés por procrear. Lo que se establece entonces entre el autor y su personaje es mucho más complejo: una segregación de cercanías, una convivencia de ida y vuelta que desborda pronto 'El periodista deportivo'. Ford le dedica en total cuatro novelas –tres novelas y una cuarta con cuatro relatos, para ser exactos–, casi 2.000 páginas que abarcan 30 años. En ellas Frank Bascombe va haciéndose mayor: 38 años en la primera, 44, 55 y 68 en las siguientes. Pero es que ese es también el ritmo de vida del escritor, por él también pasa el calendario al mismo trote. El envejecimiento no es un afeite literario, un esfuerzo imaginativo del autor. Es una plataforma vital de reencuentro entre ambos. El discurrir de las novelas de Frank Bascombe muestra el paso del tiempo como su sustancia invisible y su flecha imparable. Una larga relación entre amigos, entendiendo la amistad como la plantea Frank Bascombe en la primera entrega: «¿Cuál es la medida real de la amistad? Voy a decírselo a ustedes. Es la cantidad de tiempo que uno desperdicia con las desgracias y calamidades del otro».
Así han pasado los años de Frank Bascombe. Los amigos le hemos acompañado, y con especial fervor los que le conocimos desde la primera novela, atentos a las sucesivas entregas para encajarlas en la vida fluyente de todos: de Bascombe, de Ford, del lector. La perspectiva va cambiando como cambia el cuerpo, los afectos, la sociedad. El personaje es como una lagartija que muda de piel para seguir recibiendo el sol. Él nos lo confiesa: «Un efecto natural de la vida es cubrirse con una fina capa de… ¿un residuo de la piel de todas las cosas que has hecho, sido y dicho y en las que te has equivocado?». La que le recubre en 'El periodista deportivo' es la de su desconcierto vital unido a la fe en remontar, en vencer la «atroz soledad» que le lleva a meter un huésped en su casa. Seis años después, en 'El Día de la Independencia' encontramos a Bascombe preparándose para viajar con su hijo en esa fecha emblemática. Ha cambiado de casa, trabaja de agente inmobiliario, vaga por las autopistas de Nueva Jersey: «Llevo una vida dichosa, aunque levemente abstraída, de un soltero de 44 años». El autor bautiza cada etapa de su personaje, ahora le sitúa en el Período de Existencia: «Cuando uno es joven su adversario es el futuro; pero cuando ya no es joven su adversario es el pasado y todo lo que se ha hecho en él, y el problema consiste en librarse de él».
Tras ese lapso existencial Bascombe se adentra en 'Acción de Gracias' en lo que Ford denomina el Período Permanente. Cumple 55 años, se ha separado de su segunda esposa, y lo que es peor, se está tratando un cáncer de próstata con semillas radioactivas. Los tres días que abarca la narración se expanden a lo largo de 700 páginas en vagabundeos por autopistas y recuerdos, sobre la geografía de una América violenta y vulgar que deja al protagonista con un balazo en el cuerpo. «En el fondo he llegado a convertirme en un simple organismo que por alguna razón puede hacer ruido, pero no mucho más». Por fin, en 'Francamente, Frank', se adentra en el Siguiente Nivel. Bascombe ya no trabaja, visita a su primera mujer en el asilo, sobrevive: «Estoy contento aquí, en Haddam, con 68 años, disfrutando del Siguiente Nivel de la vida, el último, previsiblemente: integrante de esa población que ya ha limpiado el escritorio».
¿Queda algún peldaño por subir? Hace unos meses Richard Ford mostraba a un periodista una libreta con anotaciones sobre otra actividad que emprendía Bascombe: operador voluntario del 911, un número de emergencias para ambulancias. Tal vez Bascombe lleve tiempo susurrando al escritor sus dichas y desdichas desde otra edad que los dos van ganando. No se quieren separar, nadie quiere eso. Que sigan hablando y contando, dando marcha a aquel pensamiento que se colaba en 'El Día de la Independencia': «El modo como se escapa nuestras vidas es la vida».
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