'Sea wathcers', cuadro de Edward Hopper de 1952. EL NORTE

El final del verano: dulce melancolía de los días felices

Muchos artistas han fijado su interés en esa bisagra temporal tan difícil entre la felicidad exultante de las vacaciones y el regreso a la prosaica rutina

David Felipe Arranz

Valladolid

Viernes, 16 de septiembre 2022, 00:01

Agosto está hecho de luz y mar, tiene sabor a arena y a piel tostada por el sol, pero inevitablemente viene a morir en septiembre, que es un mes melancólico, un mes color dorado, la estación donde todo vuelve a ser igual, y ordena los ... excesos y alegrías estivales en el álbum de los recuerdos: muchos artistas han cantado y contado el final del verano, esa bisagra tan difícil entre la felicidad exultante de las vacaciones y el regreso a la prosaica cotidianidad.

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A muchos nos asaltan en estas fechas acordes y estrofas tan conocidas como estas: «El final del verano llegó y tú partirás. Yo no sé hasta cuándo este amor recordarás»; con este talento lírico, el Dúo Dinámico –Manuel de la Calva y Ramón Arcusa– rubricó y grabó 'Amor de verano' en 1963, que iba en un disco sencillo junto a otros tres temas y que conoció un segundo éxito tardío con el último capítulo de la serie 'Verano azul' (1981), de Antonio Mercero, cuando los muchachos que pasan el verano en Nerja, en la Costa Azul andaluza, tienen que volver a sus casas.

La gran verdad del verano descansa en su efimeridad, como en casi todas las pequeñas cosas, y los dones de agosto se van esfumando con el porvenir de los estudios, la ciudad, la rutina… Antonio Mercero escogió con suma habilidad esta canción española para ponerle punto final a 'Verano azul', un temazo que habría de convertirse casi en el canto de cisne oficioso de todos los veranos que se acaban, cuyo último capítulo se emitió –cosas de los programadores de TVE– no en agosto, sino el 14 de febrero de 1982.

Pero dos décadas antes, nuestros vecinos galos ya habían explorado el verano que nos salva y su recuerdo otoñal a medida que nos vamos acercando a septiembre con 'Les feuilles mortes' ('Las hojas muertas', 1945), con letra de Jacques Prévert y música de Joseph Kosma, popularizada por el también actor Yves Montad y el estadounidense Johnny Mercer: «En aquellos momentos, la vida era más bella y el sol brillaba más que ahora. Las hojas secas se amontonan en el rastrillo, como lo hacen los recuerdos y lamentos, y el viento del norte los acarrea a la noche fría».

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También los anglosajones se interesaron por el crepúsculo estival y sus efectos sobre los enamorados y el estado emocional de quienes quieren alargar los rayos solares y se resisten a los más dorados del otoño: The Beach Boys en 'All Summer Long' (1964), sexto álbum del grupo con un tema coescrito por Brian Wilson y Mike Love y grabado en Capitol Records dedica sus notas a los imborrables recuerdos del último verano de un muchacho y su chica, que recuerdan su maravillosa canción y cuyas memorias son subrayadas por el piano y el xilófono, en ese estilo playero y festivalero del boogie woogie. De manera que ambos empiezan un septiembre alegre envueltos en la remembranza adolescente.

Con 'Summer Almost Gone' (1968), The Doors y Jim Morrison asociaron el ocaso veraniego al de las etapas de la vida para preguntarse, finalmente, «cuando los veranos se hayan ido, ¿dónde estaremos?». La música, que al grupo californiano les otorgó tantas cosas, les dio también consuelo, porque la tristeza y el dolor se les curaba componiendo y con su aquel de opiáceos y otros 'remedios' alcohólicos.

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El origen descansa en un poema dramático del también vate Morrison, 'Celebration of the Lizard' y el disco al que pertenece el tema, 'Waiting for the Sun', vendió alrededor de nueve millones de copias. Lo cierto es que la grabación fue muy conflictiva, ya que Morrison se encontraba completamente ebrio y sus compañeros se lo encontraron en el suelo durmiendo la mona: el batería John Densmore llegó a abandonar el estudio.

El ambicioso productor Paul A. Rothchild también contribuyó al caos, pues no estaba muy de acuerdo con trasladar los versos del dipsómano Morrison a la partitura. La soledad, el dolor y la muerte sobrevuelan la composición, que juega con la idea de esa melancolía que habita a la humanidad, que no es sino el frío efluvio del otoño entrando por la puerta de atrás del estío, que es la propia vida.

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Por su parte, y por esas fechas, el genial Stevie Wonder se preguntaba en 'Never Dreamed You'd Live in Summer' (1971) por las nunca explicadas razones de la ruptura de su amor en pleno verano, pues aquella le aseguraba que en otoño ella sería 'la misma vida': «¿Por qué no te quedaste?», termina preguntándose el que fue niño prodigio y protagonista de aquella campaña de la DGT con el lema 'Si bebes, no conduzcas'.

Con melancolía similar, pero con un enfoque más gamberro, el canadiense Bryan Adams compuso la exitosa 'Summer of '69' (1984), acaso la canción más emblemática del cantautor y toda una declaración de intenciones acerca de la rebeldía de la juventud –perseguida por la policía por irrumpir en un almacén de fruta– y de los amores improvisados con una muchacha que resulta, finalmente, estar comprometida con un tipo muy suspicaz.

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«¿Quién es ese?», le pregunta el celoso novio al pasar con su coche muy cerca de donde tocan Adams y su grupo, tras escapar de las autoridades. «Nadie», le responde con contundencia la sonriente y pícara novia en el estupendo vídeo musical. Preguntado Adams sobre el significado que tenía para él la fecha de 1969, el músico respondió que por entonces solo tenía diez años y que, en realidad, era una alusión picante a cierta postura sexual a la que era muy aficionado. Cosas del verano.

En el séptimo arte, la canícula 'que nos queda' también ha dejado huella imborrable en el público gracias a filmes emblemáticos. En primer lugar, destacamos 'Picnic' (1956), cinta de Joshua Logan, basada en el drama homónimo de William Inge y estrenada en Broadway en su modalidad dramática original en 1953.

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Con unos espléndidos William Holden y Kim Novak como los enamorados Hal y Madge que, con la llegada del buen tiempo y la celebración de un picnic con ocasión del Día del Trabajo donde se reúnen los vecinos del pueblo, reparten sus destrezas en un baile mítico y subido de temperatura. Con la llegada de las obligaciones, Madge tiene que elegir entre continuar en la Kansas rural o seguir los pasos inciertos del díscolo Hal.

Holden, que era renuente a bailar, tuvo que hacer la secuencia bebido, a pesar de que pidió a la Columbia un incremento de 8.000 dólares sobre su salario con la vana esperanza de que sería sustituido en el célebre cuadro por su colega Cliff Robertson. A Hal le cansa la vida que ha dejado atrás y le asusta la vida por delante, la del otoño, ya que no ha conseguido enderezarse. Será con el final del picnic estival cuando descubra ese filo de lucidez-madurez que tanto le ha asustado.

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Fotograma de 'Picnic' EL NORTE

La otra cinta de desenlaces estivales que merece rememorarse es 'Verano del 42' (1971), de Robert Mulligan, una de las películas favoritas de Stanley Kubrick, con guion autobiográfico de Herman Raucher y con una hermosísima Jennifer O'Neill como Dorothy, la mujer que espera el regreso del soldado en una isla de Nueva Inglaterra y que encuentra sosiego al conocer la muerte de su esposo en un adolescente (Hermie, alter ego del guionista) prendado de su belleza.

Un alivio simultáneo, en definitiva, para una viuda desconsolada en la embocadura de septiembre y que no hace sino profundizar en la brecha ocasionada por la ausencia del amado. La historia –que fue real y surgió como tributo a su amigo Oscy, fallecido más tarde en la guerra de Corea– recoge cómo Raucher se enamoró de la tal Dorothy en Nantucket Island, con quien tuvo una tórrida noche de pasión, y después fue muy infeliz tras el abandono a renglón seguido de su amada, pues Hermie se había enamorado profundamente de aquella sensual y enlutada joven de la que desconocía incluso su apellido.

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Fotograma de 'Verano del 42'. EL NORTE

Al poco tiempo del estreno, alguien le sugirió a Raucher que debía publicar la novela, y en cuatro semanas pergeñó la conversión en literatura de aquel mítico guion. La cinta dio inicio a una serie de películas nostálgicas de gran éxito a lo largo de la década: su tan digna como desconocida continuación 'Curso del 44' (1973) –también con guion de Herman Raucher– o 'American Graffiti' (1973), de George Lucas, con un jovencísimo Harrison Ford.

Por la senda literaria iniciada por Raucher transitaron escritores de la talla de la popularísima británica Rosamunde Pilcher, que a la vez que se estrenaba 'Verano del 42' publicó 'Al final del verano' (1971) sobre una mujer joven, Jane Marsh, que descansa en una playa californiana y cuyos pensamientos se retrotraen a su infancia en Escocia, a su amor adolescente –su primo Sinclair–, con quien planificaba establecerse allí, y el recuerdo de su querida abuela, la depositaria de una tradición y una ética de las que ella se siente heredera en los Estados Unidos, donde vive junto a su padre.

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Un día, un abogado le comunica que debe regresar a su patria con urgencia y Jane ha de enfrentarse finalmente con sus fantasmas y comprobar si aún siente algo por Sinclair. En Francia, el popular Philippe Besson dio vida a los personajes del cuadro de Edward Hopper 'Nighthawks' en la proustiana 'Final del verano' (2003), de los que cuenta también una historia de amores contrariados o interrumpidos: la dramaturga exitosa Louise Cooper espera en un bar de Cabo Code, Massachusetts, la llegada de su amante, Norman; de pronto, hace su aparición su antiguo novio, Stephen Townsend, que la abandonó hacía un lustro para casarse con su amiga Rachel, adinerada bostoniana y de la que acaba de divorciarse.

Esta excelente novela de claroscuros y de extinciones, transita elegantemente por esa cordillera que separa la jubilosa apariencia del profundo arrepentimiento, siempre con el espejo de la fugacidad de la vida, con el bar en cuyas copas se diluyen y confiesan las cuentas pendientes con el pasado. Y en la magistral 'Un mal nombre' (2012), Elena Ferrante recupera la memoria de las amigas Lila –la arribista fracasada, casada con un charcutero– y Nanú –la estudiosa–, de sus años mozos en Nápoles y de los amores de verano, no siempre sinónimo de plenitud, precisamente.

En el ámbito poético, hemos de abrir las páginas exquisitas de 'Cuando acaba septiembre' (2011), de José Carlos Llop, considerado el Modiano español, un recorrido lírico por el Mediterráneo como única patria y espacio donde habitan el encuentro con el agua y la luz, con influencias de Robert Graves, Lawrence Durrell, Rilke o Cavafis y retratos inspirados de Formentera o de la propia madre del poeta, a la que asocia a Emily Dickinson.

Y, por último, en el ámbito de la literatura infantil, rescatamos 'El final del verano' (2006), del noruego Stian Hole, un volumen profusamente ilustrado con dibujos que mezclan fotografía y pintura, y que reflexiona sobre la niñez, la víspera de la vuelta al colegio –faltan trece horas–, solo que, en este caso, será la primera vez para el pequeño Garmann, que inquiere a sus familiares –sus padres y sus tías– sobre los muchos miedos que a ellos les atenazan y que, antes o después, teme hacer suyos en su futura vida de adulto. Teniendo en cuenta que a Garmann no se le ha caído ningún diente, todavía le queda tiempo, acaso unas horas, para disfrutar de los últimos coletazos de felicidad que le proporcionan las vacaciones.

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Como cantaba el Dúo Dinámico, «dime, dime, dime amor, dime que es verdad» que se acaba el verano. El salvavidas que ofrece la cultura es sin duda la mejor de las terapias para zambullirse sin miedo en una incómoda 'rentrée': la creación artística y literaria nos pertrecha de suficiente munición para conjurar el trago, la necesaria para disfrutar igualmente hasta el año que viene. Como escribió el estadounidense Henry David Thoreau:«Uno debe mantener un poco de verano, incluso en mitad del invierno». Quizá el truco esté, efectivamente, en prolongar las alegrías estivales el resto del año.

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