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Asombra una vez más Fermín Herrero, el campesino que toca su cabeza con sombreros de ala ancha. Entre místico y naturalista se echa a andar por senderos recónditos y, en poemas breves, casi siempre de diez versos, nos traslada las emociones del paisaje, retratos en ... escorzo del agricultor sensible y cultivado que lleva dentro: «Un invierno/ de mucha agua, cuando la planta se pasa/ se arguilla…» Una poesía que nace de la observación del campo, pero también de sus escasos habitantes: «Sin levantar la vista mujeres/ encorvadas y perros flacos…»
El libro que ahora nos entrega en la clásica y sobria edición de Hiperión se titula 'En la tierra desolada'; estrictamente no se trataría de un libro nuevo, más bien grano del mismo costal, atmósferas que remiten a 'Echarse al monte' o a 'Tempero', por hablar de dos títulos memorables. Claro que también lo fue la 'La gratitud'. Lo ha dividido en cuatro apartados: 'La ceguera', 'Desprendimiento', 'Contagio', y 'Cómo repoblar taludes', pero en todos domina el paisaje, es decir, en unos nos traslada la emoción de la flor del guindo, en otros la senda con zarzas que abrió el ganado, la mariposa blanca, los cardos corredores, las picarazas o el azor. Y, a partir de ahí, de una emoción primaria, nace el poema agudo, hondo, que nos trastoca y estremece.
A veces detiene su mirada en una escena doméstica: «Me estás cosiendo el pantalón y así con tantas/ cosas.» Y, de pronto, el poema echa a volar y, como el que no quiere la cosa, inesperadamente, se convierte en poema de amor.
Virgilio, Fray Luis, pero sobre todo Claudio Rodríguez van a su lado y, confidentes, le ayudan a abrirse camino. Pero Fermín Herrero lleva consigo, tal es su suerte, al niño que creció en casa campesina donde cada planta, cada objeto tenía su nombre y su utilidad. Tal aroma permanece.
Cabal y sobrio, en estos sesenta y cuatro poemas el lector, contagiado por las emociones bucólicas, también por pequeños desgarros, se va a encontrar aquí al poeta ético y metafísico que se echa a andar por el monte y nos hace partícipes de sus descubrimientos, como si fuera un pintor impresionista con un bloc de dibujo que, en cuatro trazos, fuera capaz de estremecernos. Cada poema una postal, aunque a veces rompe la pauta bucólica y nos arrastra a la denuncia: «Hay muchas formas de comprar/ un silencio, de sacudir una alfombra, de estar/ a bien con el que manda…»
Tras una primera lectura, el libro invita a una segunda para apreciar los matices que se han escapado por esa manera tan peculiar y elusiva de escribir que gasta este grandísimo poeta que es a la vez un campesino ilustrado.
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