El escritor Félix de Azúa. javier cotera
Crítica literaria

Félix de Azúa, de la teoría a la escucha

La música es, para el autor de 'El arte del futuro', una tentativa de respuesta ante un mundo que no comprendemos

Sábado, 11 de marzo 2023, 00:22

Félix de Azúa fue catedrático de Estética, escribió poesía allá en su juventud, también ha escrito novelas, ensayos, libros autobiográficos un tanto peregrinos y muchos artículos de prensa. Ha escrito de política y de arte en cualquiera de sus manifestaciones y en relación con la ... sociedad de su tiempo.

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Merece la pena recordar 'Baudelaire, el artista de la vida moderna' (1979) o 'La paradoja del primitivo' (1983). Azúa viene a certificar la desaparición del arte como reflejo trascendente de la sociedad – o acaso la que desaparezca sea la sociedad tal y como la hemos entendido hasta ahora– y la sustitución del artista por el teórico intérprete de la obra de arte. Cuando todo el mundo tiene acceso a la educación y a los museos, y estos se convierten en una parada más dentro del circuito turístico, los teóricos hacen del arte algo ilegible (para así reivindicar el papel fundamental que ellos desempeñan dentro del mundillo artístico).

Sabida era su pasión por la música. De vez en cuando nos encontrábamos con sus artículos sobre ella en los periódicos o en revistas más o menos especializadas, que ahora recoge en este libro junto con algunas conferencias.

Azúa es un moderno de tal calibre que puede enfrentarse y polemizar con el gran teórico de la música del siglo XX. Me refiero a Theodor W. Adorno. Por ejemplo, desmonta el canon de música moderna que el filósofo alemán puso en boga, trae a la palestra a otros minusvalorados por tal estética, como por ejemplo Bruckner o Hindemith, y hace justicia a J. S. Bach cuando señala las naderías que Adorno dijo del arte de la fuga bachiano. Esta, según Adorno, tuvo como origen «los cambios en la organización laboral que tuvieron lugar en su época, gracias al desarrollo de las manufacturas, cuyo sistema de trabajo consistió especialmente en destruir las viejas operaciones artesanales y convertirlas en actos elementales». No hay nada que el marxismo, aunque sea heterodoxo, no logre arruinar.

Azúa ofrece un prólogo en que revela su visión filosófica de la música, como un arte del futuro que nació como «una señal tentativa en busca de respuesta». Así, traza una trayectoria que va desde lo sagrado primitivo a la modernidad –en sus diversos estadios de banalidad– en que la música se convierte en un acompañamiento social, en un adorno o, últimamente, en un soniquete constante que nos golpea cada vez que entramos a algún comercio, bar o cualquier otro lugar de reunión masificado. Esto –en consonancia con la evolución de otras artes– ha tenido como consecuencia la desaparición de la indagación metafísica de la música, tal y como escribió Schopenhauer, un filósofo que aún puede traerse a colación, como hace Azúa. Si son interesante los argumentos, lo que verdaderamente me ha merecido la pena al leer este libro es el repaso que he hecho a compositores que, por diversas causas, no escuchaba hacía tiempo. Esa es la razón de que la lectura del libro se haya dilatado en el tiempo, de lo que, por cierto, me alegro.

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